Más menos que más

19 de marzo de 07

O se moderan por las buenas o tendrán que hacerlo por las malas. Entonces, los responsables del primer partido de la oposición volverán a enmudecer, como cuando aquel marzo en que pasaron de las nubes al betún. Apelando a una cuestión tan cojonuda –el “pensamiento testicular” que dice Vicent o el “cerebro cojonudo” que decía Unamuno- como es la patria, tan cojonuda y tan del treinta y nueve, con sus emblemas, pancartas y cánticos espirituales, no se pueden ganar unas elecciones. Pero no se dan cuenta, sólo ven la zanahoria. Rajoy respondió a un compañero de maitines, cuando le expresó su preocupación ante la abundancia de banderas aguileñas en las manifestaciones de personas cívicas: “No es momento de pureza, sino de acción”. Y así se van a quedar, petrificados en la acción, rodeados por fuerzas centrífugas y centrípetas. Van a ser escuela de patetismo, junto al Laoconte. Pero sin arte.

Detrás de la masturbación del pasado 10 de marzo y de su demostración de poder hay una verdad: su éxito rugiente es entre acólitos y supporters. Por ejemplo, los que llenaron los más de mil autocares desplazados a la capital desde todos los rincones de la piel de toro, olé. Al final se reunieron doscientos sesenta mil amigos –según cálculo de la edición digital de EL MUNDO- en una Comunidad, Madrid, de seis millones de habitantes; doscientas sesenta mil personas en un país de cuarenta y cuatro millones. Psa, está bien pero tampoco nos lo magnifiquen.

Con sus actitudes trashumantes, el PP ha desequilibrado el fiel de la balanza: la responsabilidad política brilla por su ausencia en las convocatorias. Sus dirigentes no han declarado un gobierno paralelo como en México, pero desprestigian las instituciones mejor que López Obrador en el país azteca. Con sus ribetes de pasado histórico sin memoria se gana la plaza de Oriente pero no los jardines de Moncloa. ¿Qué parálisis facial, acompañada de oportuna sofrosine, mostrarán cuando vuelvan a perder?

Un día antes de Madrid, Valladolid fue la explanada escogida. Aunque ha habido otras concentraciones más populosas, el gentío logró arrebatar la plaza del Ayuntamiento, que pareció más Mayor que de costumbre. El Conde Ansúrez puso la nota discordante: el único que no portaba la bandera de Españaunagrandeylibre. Él, pasando de todo y de todos, gastó la tarde agarrado a su tradicional pendón desorejado de vallisoletanismos estandárticos. Los demás, águila más, águila menos, blandían banderas rojigualdas. Más de uno, inclusive, pensó en robarle la espada del cinturón de castidad ideológica para hacer con ella cosas feas mientras cantaba prosa poética: “Zapatero, vete con tu abuelo” o “Zapatero, al paredón”. Este cancionero, propio de gente de orden, le condujo a don Pedro al lamento: “Con Alfonso VI había más paz”.

Claro, que él no estaba convocado. Su origen es noble pero tal vez no sea “gente de bien”, como se exigía para revocar el derecho de admisión. Y Ansúrez vigiló el percal firme como un soldado de la Guardia de Honor en Praga. Cuando las aguas agrias y organizadas volvieron a sus cauces afluentes por Ferrari, Santiago, Pasión o Correos, el conde se quedó ahí, plantado, muerto de pie, a lo Casona. Sólo se pondrá a andar camino del colegio electoral. Para votar distinto a lo establecido. “Son muchos pregones vividos; mucho corazón bombeando horchata desde el balcón del consistorio”, reflexiona con la certeza del testigo silencioso de muchos años de pachanga y lanzamientos de huevo con arco.

En las concentraciones antiantiterroristas de los populares duerme el pasado despierto. Los megáfonos algazaradores reproducen en un presente imperfecto de indicativo el imperativo oculto del pretérito azul perfecto. Y disimulan mirando, con un lazo en la sonrisa recién empastada de la solapa, el futuro que no vendrá. Los tiempos verbales mal conjugados siempre han sido refugio de villanos. Y propios de malos pescadores, quienes no saben lanzar la caña sin río revuelto.

En vez de ‘gente de bien’ debieran haber convocado a ‘gente bien’. Para no inducir a error. La exaltación, insisto, fue puro pasado: si fray Luis hubiese reaparecido se habría mordido la lengua al ver a Rajoy reinterpretar su “decíamos ayer” entre disfraces de civismo contemporáneo y amor patrio de señoritos. Fue Machado quien, a través de su heterónimo Juan de Mairena, escribió aquello de que la patria “es un sentimiento del que se jactan los señoritos”.
La postura actual de apelar a los bajos instintos, cojonudesca, les aleja de los órganos de decisión y más que de más les hace de menos. Los que fueron gentes piadosas con grapos se han vuelto intransigentes y no entienden que la Ley penitenciaria obligue al Estado a intervenir, sin especificar si detrás del grave riesgo para la salud hay un intento de suicidio o un cáncer Terminal.

¿Y qué excusa esgrimen los señoritos? Claudicación ante ETA. Yo le recomiendo al sumiso votante –al menos, al castellano y leonés-, que se pase por el Ioba, cuyo personal anda en estos días cerca de la erradicación de la miopía a través de la llamada cirugía refractiva. Pero el problema pepero se junta con un cruce tumoroso de hipocresía aguda e intoxicación inmanente.
Como una mentira repetida tiene mucho peligro, el Gobierno ha usado la legítima defensa para hablar de los cientos y cientos de excarcelaciones y acercamientos que en época de Aznar hubo. De las negociaciones al poco de lo de Miguel Ángel Blanco; de los reagrupamientos cuando Ortega Lara estaba a dos metros bajo tierra, criando en la barba un rizo liso valleinclanesco pero sin gota de esperpento. Y para subrayar la cobertura judicial de cada medida adoptada en los últimos tiempos: toda decisión debe basarse en el Derecho y luego responder al principio de oportunidad. Así ha sido. La cobertura legal es innegable: a los previsibles apoyos del juez de vigilancia penitenciaria y del fiscal general del Estado hay que añadir el del tribunal Supremo -optó por atenuar de 12 a 3 años la pena por escribir dos artículos de amenzas “no terroristas”-, el de la Audiencia Nacional y el del Constitucional.

En cambio, durante las legislaturas imperiales parece que todo hubiese valido. Ya no es que entre asesinato y asesinato -de 1997 a 1998- se practicase el tercer grado: es que tan sólo una semana después de un atentado con víctima mortal, Aznar se manifestaba “comprensivo” ante el Movimiento Vasco de Liberación. En ese periodo se anunció que la “generosidad” iba a ser practicada incluso desde Navarra... saquen conclusiones. Ya durante la tregua, Ansar procuró sin cesar “un final dialogado” para el que no pedía “ni arrepentimiento ni entrega de armas”. Tampoco hay que olvidar la soltura con la que pronunciaba “la reinserción de presos” y las posturas indulgentes que mantuvo en beneficio de cientos de presos que regresaron con esposas o sin ellas a la península. Y entre lo más chocante, cómo autorizó negociaciones dentro de lo que denominó “una nueva política penitenciaria”, más “dinámica”. Todo, salpicado de más de mil actos de violencia callejera, extorsiones y robo de explosivos. La hipocresía es infinita: ahora no dejan que un Gobierno ejerza su función de gobernar –las urnas votarán-. Y para ello se valen de las zancadillas más peregrinas. Pero, a río revuelto, lo mismo pescan peces con forma de papeleta electoral.

Es por eso que, ante la propaganda, toca información: el PP concedió dos redenciones extraordinarias máximas a De Juana por escribir un libro en el que vilipendiaba el sistema penitenciario. Al final, los favores carcelarios en la época Aznar lograron que el tiempo de prisión del de los veinticinco asesinatos se redujera a dieciocho años. A pesar de todo, en la actualidad, los hombres de hierro critican una prisión atenuada, no excarcelación, y secundan y organizan un desfile por si acaso tras otro.

Al tropezar con la actitud incivil de los que han tomado el arcén travestidos de pancarteros me es inevitable acudir a la poesía última de Sánchez Santiago. Y oigo “el ruido de las calles: qué cruel mercadería”. Y veo los lorquianos “tigres muertos en las avenidas” o “insectos de ojos intolerables”. Y advierto “un orden provocado de jardines que dejan / lujo y devastación en la mirada”. ¡Cirugía refractiva para todos, por favor! Respecto al derecho de salir en procesión santa contra el gobierno, cabe señalar que una actitud constitucional puede degenerar en “agitación”. Así, la libertad de reunión se puede usar para urdir un atentado o conspirar trazas explosivas a cuento del Once Eme o para culpar de la bomba contra Aznar al anterior presidente socialista -por otro lado, de infausto y corrupto recuerdo-.

Ayer, hoy y siempre, la patria señoritinga. Lo mismo aquí que en el treinta y seis. O que en el treinta y cuatro, como dicen los nuevos apolo-jetas de puños encendidos. En Madrid, precedido de un justificante viva a la libertad siguió otro a España. Y se encendió el himno, un símbolo separado de su uso institucional. El PP en campaña se ha desvelado excesivo. ¿Dónde, sus liberales? Antes del himno habían cantado Libertad sin ira. Esta canción, como ha reclamado su compositor, no se usó para desunir. La apropiación llevó también a la familia de Unamuno a recriminar que el “Venceréis pero no convenceréis”, a propósito de los papeles de Salamanca, fue una usurpación sin sentido. Otras confiscaciones han sido el lazo azul o la bandera.

Y es que el sentido de los símbolos de Estado está fuera de lugar cuando se acomete extramuros del pacto. Cuando se usa para restar lo que sólo nació para sumar. Cualquier día esta derecha llevará un casete para poner el himno en los bautizos o en las bodas. “Es un hijo de la patria”. O para sintonizar el Cara al sol -siempre hay voces que lo reivindican-. Definitivamente, el cojonudismo, el cerebro cojonudo, es una fosa con aspecto de podium. De momento la están cavando con los chismes.

"La culpa no está en las estrellas"

25 de febrero de 07

No sé para qué sirve un Estatuto de Autonomía, pero debe de ser una cosa muy seria. A pesar de no saberlo, intento enterarme. Hay quien no se entera pero todo lo sabe. El caso es que después de la espantá del pueblo andaluz, Juanvi se habrá pasado la mano por la frente: “Jo, menos mal que aquí somos previsores y no hacemos referéndum”. El presi sabe tanto lo que hace como lo que deja de hacer. Ahora mismo, abres las urnas al sí y al no y la papeleta te cae de canto. Seamos sinceros: la democracia desprestigia.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse en una ideología de intervención, a la izquierda le pierden sus formas consultivas. La izquierda es demasiado demócrata. Consulta cosas que hay por qué. ¿Que se inicia un proceso de reformas que afectan al modelo de Estado? Pues ahí tienen, señores políticos, sus cámaras acorazadas para ir sacándolo adelante. En el caso de Andalucía, sus señorías han perdido la ocasión de escenificar la mayoría absoluta con un nivel de participación del cien por cien, en plan bananero. PSOE, PP e IU, como en Fuenteovejuna. Hay que fastidiarse. ¡Más que un pacto a la germana! Un tripartito iba a decir, pero esto es marca registrada y sólo puede aplicarse a la cosa catalana.

Para qué sirve el pluralismo me pregunto cada vez que leo noticias del Reichstag. O sea, que meses de precampaña, semanas de campaña, discusiones calóricas. Platós rotos de televisión y miles de fotos en lo que antes era primera –ahora dicen que los periódicos tienen portada- para que al final se me pongan de acuerdo. ¿Que a y be se quieren dar besos a lo Breznev? Oiga, ¡métanse mano desde un comienzo: evitan el gasto público y todo el tinglado de la elección! Hay quien piensa que el consenso es necesario en las cuestiones de fondo. Personas más modestas apuntan “deseable”. Vuelvo a discrepar, sobre todo con lo primero. Las cuestiones de fondo son las que menos hay que pactar. ¿Cómo entender en España una hipotética ley de Educación cuando derecha e izquierda difieren de raíz en el concepto y el desarrollo de la propia materia? Las ideas a la basura. Aunque no desentonarían. Todo es desguace.

Como la democracia desprestigia, nadie se quiere rozar con ella. Empezando por el votante medio. Estoy con Benjamín Prado: no debería haber política sin ciudadanos igual que no debería haber ciudadanos sin política. Pero no les vas a poner una pistola en la cabeza para que se preocupen por las cosas importantes. Lo mismo hasta te denuncian. En definitiva, la culpa es del ciudadano. Sí. Porque digo yo que tendrá opinión. En el caso del estatuto, no hacía falta devanarse los sesos. Era ‘sí’ o ‘no’. Y si alguien va de guay y de anarca, que ‘en blanco’.

El desapego es fruto maduro del capitalismo. Acomodaticio y sin embargo protestón, el pasota –no otro- es el protagonista del treinta y tantos por ciento censado que ha ido al colegio electoral. Las razones del ‘descontento’ hay que buscarlas en el propio descontento, insatisfecho por demás, y no en el político. El pasota es capitalista como el anarquista es de derechas. A los cuatro les excita el patrón neoliberal.

Si el desapego es capitalista, la abstención es posmoderna. Ambas conductas, reflejo de las políticas de consumo. Y es que, paradoja va, paradoja viene, el capitalismo es la anti política. Casi diría que el que desprecia el ejercicio del voto no es merecedor de tal libertad ni de que su opinión sea tenida en cuenta. Eso de no ir a votar es para retirar pasaportes y cartas de buen ciudadano. En algunos países, una vez se tiene la mayoría de edad, es obligado votar. Eso está bien. ¿O es que sólo nos creemos maduros para aceptar contratos basura, matar a los cónyuges y no reciclar la basura? La virtud, aunque sea con calzador. Y el que quiera libertad liberal que se vaya a la selva. O a Estados Unidos.

La sociedad da la espalda a las urnas y lo que hace realmente es darse la espalda a sí misma. Nunca van a cambiar nada los que optan por no opinar cuando y donde toca. Engañarse uno a sí es más fácil de lo que se piensa. Los rebeldes que pasan, tío, son los mayores colaboracionistas del régimen con el que no comulgan. La indiferencia es segregacionista, crea guetos, exclusión. Las opiniones sin contenido o no emitidas crean individuos embasados al vacío.

El gentío no sabe qué decir porque no sabe pensar. Pensar la postura de uno ante la vida, formarse una opinión, además de humanizar, cuesta sacrificio. Y en el país de los hedonistas el placer es el rey. Quieren explicaciones pero no hacen ni medio esfuerzo en leerse la primera página de un programa electoral. Se quejan recurrentemente de que tal político no ha explicado su postura -“y así cómo vamos a decidir”- pero no leen varios diarios con atención y les sale urticaria cuando sale un propagandista en televisión.

Al populacho le das voz y voto y se queda únicamente con la voz para poder seguir criticando lo que se le pasa por la cabeza. Jamás hará nada de facto que merezca la pena, pero reparte estopa contra todo y contra todos. Jamás reparará en la dificultad que ronda la gestión de lo público y por eso reparte sencillez a racimos.

Volviendo a los estatutos. Son la evolución lógica del Estado de las Autonomías. Si en esta Castilla hubiera habido una consulta al respecto, lo mismo llamaban de la redacción del Guiness. Y no para registrar aquel abrazo mayor del mundo que no nos dimos en ferias.

Dentro de todos los dictámenes que despiertan mi sonrisa, uno de los más cachondos es el que atribuye el fracaso del asunto a la izquierda. Y por algo más que por avistar tal caldo de cultivo en las vitrocerámicas populares. La culpa es de la izquierda –de Zapatero, ha personalizado Acebes-: porque ha perdido el contacto con el pueblo; porque no ha explicado la necesidad de la moción; y porque la gente no quiere líos estatutarios. Vamos a ver, majaderillos. Si la gente no quisiera líos estatutarios, habría ido a votar ‘no’. O, todo lo más, habría sacado el pañuelo blanco del bolsillo que usa en el estadio de fútbol y lo habría introducido en el arca. Pero pasa que el ‘sí’ ganó de goleada. Si no lo ha entendido, vuelva a leer las últimas líneas.

Además, con qué cara va un conservador a votar ‘no’ cuando Arenas le pide un ‘sí’. O cuando, si Feijoo muestra coherencia, su partido se sume en Galicia a un estatuto a la catalana; o cuando sus siglas impulsan en Valencia y en Baleares las aspiraciones del sinvergüenza y destripador de Rovireche. ¡Menuda esquizofrenia!Tenemos opinión hilvanada a titulares y las elecciones son la catálisis del gregarismo. El desinterés es comida en un restaurante sin tenedores, posada en un hotel de media estrella. El desinterés es el estado prenatal de la persona, la tendencia más facilota. Lo que en dictadura se perseguía a toda costa, en democracia se vuelve prescindible. Los derechos inherentes son así de relativos. Y la culpa de nuestra falta de interés, repito, no la tienen los políticos. “La culpa no está en las estrellas”, creo que se decía en ‘Recuerda’.

Seguramente Hitchcock había copiado a Shakespeare . La moraleja ya no es el final de las fábulas sino una zona residencial y dudo que Esopo se hubiera metido a articulista. Aun así, la lección o enseñanza de esta tribuna es que el ser humano es irresponsable y caprichoso. Y aunque luego le exige cuentas al rey nunca se las pide en Zarzuela, sino a través de las revistas del corazón.