Brizna de aparato fonador

28 de septiembre de 2018

“No tiene voz la nieve”. Sylvia Plath, Ariel. Y sin embargo tono y color, y, por tanto, palabra.

Brizna de estratificación

15 de septiembre de 2018

“Contra la autonomía estética del lenguaje”. Gil de Biedma. Postura de clase. Qué seco. Tanto que se alzó contra la identidad de fondo y estilo, a pesar de que lo que cabría suponer -por la cosa ideológica; que uniera estética y ética-. Qué emperrado. Si intentó traducir a Byron tuvo que ser por el coloquialismo, o sea, a pesar de la fuerza expresiva.

Brizna de Germán -seudónimo y blasfemia-

8 de septiembre de 2018

“Si bien se mira, el mayor espectáculo casi-drag del mundo lo constituyen los encuentros de los cardenales católicos en Roma, en esos días de primavera en que se los ve bien afeitados, casi oliendo a agua de colonia añeja, pletóricos sabiéndose filmados y fotografiados, conscientes de vivir protegidos y servidos en un mundo pulido y amortiguado, la luz brillando sobre los bermellones, las púrpuras y los oros y sobre los níveas sedas papales... El día que el Martini rojo deje de anunciarse con Georgesclúnis y pase a anunciarse con cardenales rodeando en actitud ‘casual’ una mesita de terraza en Castel Gandolfo, con una platito aceitunas rellenas, mientras siguen con la vista el trasero del fontanero polaco, ese día, las ventas de Martini se dispararán y los desviados volveremos al redil de la Iglesia”. Germán Sánchez. Así, sin segundo apellido y sin foto, en la solapa del libro que escribió junto a Luis Mercader sobre Ramón. “Germán Sánchez es como el Federico Sánchez que emboscaba en un nombre español absolutamente común su real nombre”. El nombre como seudónimo. Eso es posmodernidad de la buena. Cuando hace unos años en la radio se impuso el sistema digital, y le pidieron una foto para la web, se calzó una gafa de sol. Podría hacerse una historia del siglo pasado siguiendo el rastro de la ocultación; manual y uso. El seudónimo pasó de los camuflados a los nostálgicos, y de los nostálgicos a los románticos. Otra historia del siglo se pudo hacer, pudimos hacer, en torno a la blasfemia. Planeamos en 2009 un libro que recorriera su huella como arte típicamente ibérico. No salió por mi culpa. Mi evanescencia afloró cuando más necesario se imponía estar presente. No fue su culpa, siempre me zarandeó; leo ahora un telegrama suyo al azahar: “Supongo que no se te ha escapado: en su columna del domingo sobre el Corpus, Manuel Vicent llamó a la Sagrada Hostia hidrato de carbono paseado en un ostensorio”. Su cáncer lo celebró hace unos meses Piero della Francesca. Acudió a flagelarme para recoger, después, como fruta, mi cara de prosa. Me enteré por Juan Carlos Soriano. Fundamos comidas-billar; a tres bandas. “He llegado a pensar que no haría falta escribir nuestro libro sobre la blasfemia como expresión nuclear del pensamiento radical, o desesperado, y de clase, español. Bastaría con una introducción breve y construirlo como una antología de noticias de prensa y de casos en tribunales: acusaciones o condenas por blasfemia que quizá no llegaron a los periódicos”. Lo escribimos en el aire. Ahora que se lleva el arte efímero, nuestro libro fue tan breve que desapareció de nuestras cabezas, sin llegar al papel, después de estarlo gestando más de un lustro. Un libro invisible, sí, pero un tochazo. Denso y con humor. Con Germán se va una manera de entender el periodismo. Nadie más pensará que para una hora de radio son necesarios ocho meses. Como en la radio nórdica, decía. Me informa Soriano, antes de entrar al boletín.

Brizna de persecución

1 de septiembre de 2018

“Este era otro de nuestros temores: que la vida no resultara ser como la literatura”. Julian Barnes. El arte redondea sin final feliz. La vida va detrás. Como un perro.