El mar de las tormentas

26 de mayo de 07

Vivimos -morimos- en una Comunidad donde hay sólo dos partidos, qué pena. Dos partidos que son uno. Que son humo. A las pasteleras mayorías absolutas se las define como monocolores, un término que a Castilla la Nuestra le viene como anillo al dedo corazón que nos enseñan nuestros acomodaticios representantes. Nuestro paliducho monocolor evidencia una falta de arrestos, de identidad y de voluntad política que claman al infierno. Lo peor es que la gente suele acabar tomando de su propia medicina, recibiendo lo que da y mereciéndose lo que obtiene. Habría que analizar el cerebro del castellano y leonés -o castellanoleonés, para que no se ofenda la parte contratante de la Academia-. ¿Por qué se empecina ¡tanto! en repetir una fórmula gastada que sólo nos admite crecer en despoblación? Parecemos África, dotando de mano de obra al resto del Estado. Somos una regularización masiva pasiva. Cómo vamos a estar representados en la Europa de los pueblos si no lo estamos en la España de las Autonomías. Esto es absurdo. Pero un absurdo, cutre, posmoderno: ¡Kafka nunca habría votado a Herrera!, por favor. Y, para más inri, somos un absurdo aduanero, caróntico, ausente de humor.

Como un endeble barquito de papel anda Izquierda Unida surcando el mar de las tormentas, tragando rayos y chispas, sapos y anacondas, víctima de los cambios climáticos de aquellos relativistas proféticos e igualitarios que opinan “Todo es lo mismo”. Esto se acaba pareciendo a Estados Unidos, donde discrepar con autoridad causa temor, pues todo es de un magmático que margina. En este contexto, IU es un Ralph Nader al que le chulean los votos en las urnas, es el perro en la perrera, el protagonista de novela negra al que echan cianuro en el puchero electoral. Son unos rojos irredentos, criticones y antisistema. Menudo pecado, ¡como si el sistema marchase bien!: con el precio de la vivienda desbocado como un jamelgo del Guernika; con las hipotecas ahogando al personal como una cabina de agua de Fumanchú pero con los obreros especulativos apoyando al Pocero, no lo olvidemos; con el Medio no llegando a cuarto; con el Estado –des-apareciendo, ahí, tendido al sol, medio confesional, pidiendo limosna con un collar de Cartier en la solapa; con la política usada como “braga sucia”, que diría el Umbral de antes, no el de las pesadillas de ahora, que ya ni los sueños, sueños son.

Pues resulta que estos tarados de IU se presentan con Los Verdes por ver si el aire se vuelve respirable, como en un poema de Octavio Paz. La causa ecológica debería ser “de imperativo moral y categórico”, como expresó Fierro en estas páginas el pasado noviembre. Mas, cuando los socorristas nos avizoren desesperados, chapoteando bajo la tormenta como el pincel de Van Gogh, rehusarán ayudarnos con chalecos salvavidas y púberes flotadores. Al contrario, arrojarán piedras con la consigna de que nos las atemos a los tobillos. “Veréis qué bien os quedan”. Y como la cadenita queda muy chic en el tobillo, tragaremos. Los peces, pican; los animales, engullen; las personas tragamos. Y tragamos, primero, el conservadurismo antropológico regional; después, convenientemente triturada con la batidora neoliberal, el agua necesaria hasta hacer de nuestros pulmones un pequeño lago infecto como el río Pisuerga, cuyo curso sortearían hasta los hipopótamos.

Otro arancel de la democracia nuestra de cada día es la cantilena del voto útil. O, sea, la apelación a la estandarización política. A otro gato con esa raspa. El voto útil, desde la derecha es el que permite afianzar posiciones y desde la izquierda, supongo, retirar a De la Riva de la alcaldía. En este punto, el voto útil sería el de Izquierda Unida, pues, además de empujar al PSOE a practicar políticas sociales, es el partido que tiene más cerca el siguiente concejal, definitivo para las aspiraciones globales de la izquierda. El segundo concejal de esta formación prejubilaría a De la Riva como a un obrero más, éste, de la cosa política. Porque, ¿se lo imaginan en el escaño de la oposición? Yo no, pero como le gusta dar espectáculo, lo mismo, oiga.

Ay, los campos partidopopulares de Castilla. Oh, Fuensaldaña: ¡estadounidense parlamento “unívoco”! que, se me ocurre, podría adjetivar Hoyas. Que Antonio Herreros quiso cambiar las cosas y lo condenaron a galeras. Qué envididia de Cataluña y sus ¡seis partidos! con representación. Para colmo, los de IU suelen cocear al poder, a quién se le ocurre. Qué pesados, estos utópicos.

Vivimos -morimos- en una región que, sin salida al mar, posee más agua que ninguna: no en vano somos el mar de las tormentas. Ya saldrán los próceres del bipartidismo antidemocrático celebrándolo: “Ea, tenemos mar, para las próximas elecciones, ¡océano!”. Y, claro, las olas acechantes irán creciendo hasta que no haya tabla de surf que las peine. Con su pan se las coman. A este paso de tortuga, lo próximo a la Ley d´Hont será buscar unas convenientes elecciones presidencialistas, no parlamentarias. Aunque, en Castilla la Nuestra, no nos afectaría: sabemos discriminamos solitos. Las minorías ya no cuentan ni como margen de error en la estadística.

¿Pluralismo?, ¿variedad? Para qué. ¿Imaginan la paleta del pintor con un solo tono? A mí es que se me saltan los colores como botones en la rebeca de Herrera después de una comida opípara. Herrera y Villalba no saben pintar si no es con brocha gorda. Mirándolo bien, qué más da… para lo que pintan. Pintan techos y pintan la mona. Para ellos el arco iris es el diablo, el movimiento en la silla de su estable estabilidad.

El pavo real

mayo de 07

Introito: el pavo real, ese animal modernista, ha saltado de rama en rama, sin salir del Campo Grande, para retomar de nuevo la celebración de la inteligencia. Página a página, la Feria del Libro ha llegado al capítulo cuarenta, un capítulo en el que ha recobrado parcialmente la personalidad extraviada el año pasado. Entonces, cosas propias de las transiciones y de la corrección, se intentó contentar a todos y hubo manos negras alargadas. En la Feria, donde las carpas no son peces, se volvió a disfrutar con la literatura.

Capítulo I: Antonio Gamoneda (1931). “La verdad es un armario lleno de sombra. Ya / no hay más pasión que la indiferencia”. Del verso primero seguramente nacerá el título de lo que serán sus memorias, que significativamente e igual que ocurre con las de Saramago, terminarán en la adolescencia. Un armario lleno de sombra es el que, tres años después de muerta su madre, decidió abrir. Dentro se conservaban objetos testimoniales de su intimidad. Y al abrirlo le llegó el olor de ella.

Gamoneda es uno de los señores máximos de la poesía, cuya disconformidad ante la muerte se ha venido cargando de conformidad. De hecho, hasta hace bien poco, con la aceptación en el sayo, no advertía “más pasión que la indiferencia”. Y en éstas estaba cuando su nieta Cecilia le devolvió el brillo en la mirada, en la pluma y en el voto. Con estas energías renovadas hizo acto de presencia y, acto seguido, extendió como un mantel limpio ante los oyentes su manera de entender la poesía: aquella que no corrompe la palabra, que no la reduce y frente a la que sitúa el “no saber sabiendo” de Juan de la Cruz.

El escritor –astur-leonés se posiciona frente al verso simple –“de simpleza, no de sencillez”-, de lenguaje informativo y normalizado. El suyo se corresponde con una tradición –Elliot, Pound, Pesoa,…- que tiene que ver con el misterio y con la noción de desaparición, lejos del realismo reduccionista que encoje el pensamiento poético y que dejó de ser molde a partir de la imprenta. “Para referirse a hechos objetivos están las redes telemáticas”. Su intervención no fue amable, agradecida ni blandurria como la que cabría esperar de un homenajeado. Al contrario: beligerante y consistente, tan necesaria como la de su presentador César Antonio Molina: “La poesía está en el tiempo anterior a las palabras, no pertenece a la verdad sino al exilio”.

Capítulo II: Luis Landero (1948). “La luz desmaterializaba las cosas, que parecían a punto de ponerse a flotar (…) ¿No sientes cómo la rabia y el asco se anulan entre sí?”. Landero es un profesor, un inquieto, un diletante, un lector que de vez en cuando escribe. Cada cosa en su momento, sin prisas, “encontrando el ritmo de la vida”, como obedeciendo la consigna de Nietzsche. Y así, sin prisas, outsider, como debe ser, se plantea la vida y el trabajo. Este hombre recomienda no dejarlo todo a la escritura para no verse condenado a los bolos: artículos, conferencias, novelas a toda prisa. La cuestión es no ser un profesional del laurel, un esclavo como hay tantos, escribiendo con la lengua fuera, se me ocurre, como si fueran perros. Aunque las jaurías haylas en cualquier estamento. Por eso, en cuestión de escrituras “no es bueno depender del éxito, es una trampa de la que se acaba por depender. Pervierte”. Risueño e ingenioso, comprometido y apasionado: “Llenamos las carencias, los vacíos, las insatisfacciones con creencias, fantasías, locuras, amor e ideología”. Renuente a hablar de su libro –sorteaba hábil y constantemente las preguntas de Rioyo- su intervención fue la mejor de la feria. Con momentos antológicos: los allí presentes nos fuimos carcajeados y sabiendo que la vida y el amor son baciyélmicos.

Capítulo III: Luis Eduardo Aute (1943). “La piel deliberada / insinúa una prematura indiferencia / árida inercia de abrazos huecos / disecados en toallas de tristeza”. Poetazo, luminaria de la cultura. Hacía pocos días había impartido magisterio en el Teatro Calderón con su guitarra, demostrando que conserva la voz e ignorando canciones señeras de su repertorio –alguna, fuera de tiempo-; atacando, por el contrario, sus últimas ofrendas, que es como un autor se mantiene vivo. Quien escribiera en los setenta para La matemática del espejo: “Si pudiera al menos / no ya prescindir de la memoria / sino del deseo / de no recordar” se ve que tiene por fin las botas en el suelo y la mirada frente al invisible epicentro del horizonte sísmico. Está en forma. Reclamó el poder de la música y de la literatura que tiene la canción como único vehículo cultural para mucha gente, “incluso sin educación”. La experiencia de Leonardo habla: “Hay que rescatarla del subgénero en el universo de las artes. Estoy firmemente convencido de que lograr una buena canción es más arduo que una buena pintura, un buen poema, etcétera”. Compartió mesa con Sabino Méndez, quien en su Hotel Tierra analiza a propósito del mercado libresco: “Seguir las novedades es un suicidio intelectual (…) Abunda la literatura de circunstancias”. Habría que retrucarle, no obstante, que él, en estos momentos, también es novedad. Para que matizara una frase de tanto efecto y, sin duda, cargada de cognición. Pero, como él sabe, “esto ha ocurrido en todas las épocas. A principio del XX, el escritor más vendedor era Felipe Trigo y no Azorín o Baroja. ¿Quién se acuerda ahora de Felipe Trigo?”. Pues eso.

Capítulo IV: Fermín Herrero (1963). “Salieron de los bosques con sus labios de musgo a desentrañar la luz”. Lector compulsivo. Creo no romper ningún secreto si digo que ingiere unos cinco libros a la semana. Le tocó sufrir a una compañera, Almudena Guzmán, que fue pólvora mojada. Quería oponerse a Fermín pero sin argumentos. Ejem. Así que éste se paseó por la mesa.

La poesía es algo sustantivo que está en la naturaleza “y que no depende de la invención ni de la imaginación”. La poesía, continuó explicando, “debe unir lo decible a lo indecible” en su afán por eternizar el instante. Las ideas de muerte y misterio referidas al género volvieron a salir. Pero, además, en pos de la precisión, “debe buscar la belleza del mundo”, equivaliendo ésta a tanto como la verdad. “Cuando llueve es más fácil / darse cuenta de cómo funciona / el mundo: nadie aparta / el paraguas”.

Al final, Juan Carlos Mestre y García Jambrina jugaron a polemizar a propósito de un par de reflexiones del de Ausejo de la Sierra. Una:

-La poesía es un acto de emoción, encuentre o no lectores.

-Si no hace falta lector, ¿para qué publicas?”, inquirió ella.

¡Claro que son necesarios los lectores!, pero Fermín se refería a la naturaleza de la poesía…; complementaria, aunque la presentase diferente, la afirmación de Mestre: “La poesía son las hogueras de la resistencia, la desobediencia, la palabra civil, el pensamiento republicano y -de nuevo- lo misterioso convertido en revelación”.

Epílogo: semblanzas telegráficas. Con Ana María Matute llegó la ternura; con Jorge Edwards, la diplomacia; con Javier Serrano, la diferencia entre artista y artesano; y con Jorge Herralde –presentado por Elisa Martín Ortega-, el mejor editor imaginable de la mejor editorial posible, quien ha construido un sello más ideológico que ninguno, que publica a sus autores “incluso en los baches”. Anagrama. Un sello que hace política de autor a través de un catálogo sin capacidad para el engaño. La cuadragésima edición ha ganado en regularidad. Para ediciones posteriores, se debería acudir más a la personalidad y renunciar al carácter abierto donde todo podría terminar cabiendo. En el debe, la tirada de marcapáginas en las casetas de Información -este año, casi ausentes- y la voluble puntualidad en el arranque de actividades. Las mesas de por la tarde empezaban con veinte minutos de retraso.