Un tranvía llamado Teseo

3 de agosto de 08

Valladolid, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hace la digestión del cocido y de la olla podrida y descansa oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro.

No hay nada más moderno que lo clásico. Por eso Delibes. Pero nunca estuvimos más en vanguardia que en siglos pretéritos. Cuando Vetusta habríamos tenido tranvía. El hoy, caciquil, hace ascos del ayer y se refugia disfrazado de futuro bajo el más antihistórico de los presentes. Las personas tenemos nostalgia de lo que no fuimos o pudiéramos llegar a ser. La ciudad quiere cirugía cuando se mira en el espejo ombliguero de su transporte urbano cojitranco. Y los ciudadanos se merecen lo que votan.

Podemos tener museos caros de arte moderno donde contemplar los cuerpos de ventaja que nos saca el caballo del futuro y museos de la ciencia donde cuestionar la planicie de la Tierra, que todavía hay creacionistas. Somos sanchos, sí, mucho sentido común –quizá demasiado…- pero segamos al Quijote la hierba bajo sus tacones. Nos faltan conciencia, ciudadanía y europeidad… porque nos falta Polis. Tuvimos palacios florentinos y, en un meter y sacar, se volatilizaron a golpe de excavadora. En la actualidad pagamos las consecuencias despóticas del urbanismo sin rostro humano y las acendramos con un chorrito de falta de exigencia. Los electores acabamos creyendo que las papeletas electorales votan la única democracia posible, cuando lo que hacemos es decidir modelos sociales: olvidamos nuestra responsabilidad en la –poca- calidad democrática que nos rodea. Delegamos en exceso, nos distanciamos de los representantes y luego, ¡encima!, les ponemos mala cara.

Mientras las demás autonomías tienen presidentes y parlamentos, la nuestra, borbonía. Así justificamos las Cortes. Nuestros consejeros del bosque estaban más en su papel metidos en el castillo llano de Fuensaldaña, por medievales, que en un auditorio. Pero querían jugar a calatravas de la política. Por ver si dan la nota. El burro sopló. Ya he hablado en varias tribunas de esa flauta mágica tan poco mozartiana.

Nos movemos en los trescientos y pico mil. Como Córdoba, como Bilbao. Ciudades que podrían pasar por semejantes a vista de avión. Pero nos diferencia mucho se mire por donde se mire. Y no sólo porque allí llegan Rolling Stones, Bruce Springsteen y la crema y, aquí, ni el gato, a pesar de las promesas tocacojones -“Vendrán artistas de talla internacional”-.

Estuvimos cerca del transporte fluvial, lo prometió la chica ésa que se va ahora a Madrid y de la que me pregunto si, al margen de lo de los barcos de vapor, tiene ideología, teoría política, vamos. Pero no hubiera estado mal un barquichuelo. Sin embargo, el castellano recio, otrora regio, prefiere la frase corta de Azorín a la poesía de vanguardia. ¡Para tener una línea de metro o de tranvía que cruce la ciudad no hace falta contar con la población de Nueva York! Que, lejos de congestionar el tráfico, lo alivia. Que lo entendemos al revés... Coimbra la Bella, mucho más pequeña, tiene vagones atusando el suelo. Y en Centroeuropa los raíles son setas que crecen en derredor. Y es que la cantidad, aquí, no afecta sobre la calidad. La estética, el bordado, ¿por qué no? La pregunta, obviamente, es retórica. El tranvía engloba, más allá de lo práctico, una cultura de urbanidad. ¡Si hasta el Madrid gallardonil lo tiene disfrazado de ‘metro ligero’! ¿Y Bilbao?, donde habitan dos flotas de autobuses, metro y tranvía. Y Valencia y Alicante y Barcelona y Málaga y Sevilla y Tenerife y Murcia y Parla y Vitoria. En Pucela seguramente no lo quiera nuestro insigne alcaldote conservadororcio porque tenemos población suficiente o porque precisa de escasa electricidad o porque su montaje es barato o porque racionaliza el uso de las calles ocupando menos proporción de vía que el autobús o, simplemente, porque es ecológico.

No disponemos, más allá de la hormigonera, de un urbanismo donde lastrar los huesos tumbados de nuestra supervivencia. Teseo gustaba de pasear ciudades laberínticas y Valladolid, hasta cierto punto, lo es, porque no hay satélite que recoja de caída su trazado. Y dice la leyenda que su mapa se enseña en las facultades arquitectónicas como anticiudad. Con todo reconozco que es cómoda, la tía, y la amo. A pesar de que el rey de Atenas no pueda escapar en trenes -una cosa que suena como muy griega, ¿no?-.

En Castilla hacemos tabla rasa. Nos gusta quemar la tierra con conceptos gruesos. Si Valladolid tuviera un millón de habitantes, tampoco dispondríamos de trenecito. Valladolid no echa pelillos a la mar sino canas al Pisuerga. Que, por más que nos empeñemos en pestilentes playas rociadas de desodorante, no es lo mismo.

Somos especiales. A uno, que vive en el exilio, le llegan ecos de empresas que se quieren establecer y a las que se ponen peros, aunque, en algún caso fueran casi promesa electoral. Si hubiera posibilidad de establecer una central nuclear no dudo yo que, juntas, diputados, consejeras y regidorías se pondrían de acuerdo. Para ellos eso debe de ser algo así como el futuro a pesar de que sólo aporta el 3% de la energía que se consume y en Estados Unidos haga cuarenta años que no se levanten. Y lo mismo, a tal efecto, modificaban el páramo gris en que ha quedado la plaza Zorrilla para situar tal que allí un reactor. A mí me gustaría llenar de contenido la belleza delicada. Pero somos cohorte, más que corte. Y eso se paga.

Recuerdo un día de Inocentes, corría el año noventa y seis. Este diario informó de que ‘la fiera’ -el apodo es mío- se había jugado el vello impúdico -o sea, la barba- al mus y lo había perdido. Ilustraba la ‘noticia` una foto lampiña y tonsurada del alcalde. Y, oigan, parecía alguien normal. Anodino, incluso. Un ser triste y pensativo. Sabe mejor que nadie que su pelambrera le adorna como al miope las gafas de diseño. Le da aspecto de papa Inocencio Diez. Si no fuera rala, se la afilaría más y el efecto sería total. Cada mañana, antes de anudarse la corbata se la repeina: en ella radica parte de su fuerza argumental.

Justifica la mitología que Teseo tuviera un florete; De nada le valdría ante el bastón de mando de De la Riva, amigo de las bestias. El tranvía será un as de espadas, pero las armas blancas nunca triunfaron sobre las de la clase dominante, que las poseen de fuego… o de destrucción masiva. Si Valladolid estuviera en la costa, el regidor no habría de ir fuera a tostar su moreno. Y si el Gobierno comprara suelo costero, le llamarían con veneno intervencionista. Pero nuestros desagües no dan al mar sino al Pisuerga imposible de drenar. Si lo vaciáramos veríamos en el fondo, lastrados, los cadáveres del progreso neo-neoliberal: un subsidio; unos abetos secos; un ladrillo de escuela pública; un bisturí sin usar; escenarios pavisosos, plateas afeitadas; una ventana del Pradera; pavos reales degollados; discos de coplas de ciegos que ven; listas blancas, negras, sobre todo; los trazados ideales de la ciudad; raíles de tranvía; bicicletas de Ámsterdam; pintura verde de carril bici; principios de prevención; contratos rotos por problemas de ego; la foto sin barba del alcalde, otra del presi con peluca cartel electoral; los récord Guiness que no conseguimos abrazándonos ni besándonos porque no es lo nuestro; los sabotajes para que la alta velocidad no aterrizase a tiempo; Celtas Cortos; caras largas; manifestantes aplastados; antenas de telefonía móvil; ladrillos del García Quintana; diccionarios mitológicos; los primeros artículos de Umbral; la obra completa de Delibes y la campana de coro.

Los trenes son medios de transporte eficaces como hilos de Ariadna: sus pasajeros no acusan retrasos, saltan a la comba las retenciones, su trayecto viene a durar menos y no precisa de gepeése, éste, aquél. Por ciudad, es lo más parecido a una bicicleta. Y, ante todo, posee la elegancia noble del pasado. Porque hay pasado que es. Por ejemplo, en el cerro San Cristóbal...
Digámoslo fuera de campaña electoral: una buena parte de vallisoletanos llamamos deseo al tranvía. Así, con minúscula y valor casi adjetival. Que nos jodan. Será Teseo. En una reunión subversiva hubo quien exclamó: “¡Estoy hasta los cojones de nosotros mismos!”. Lo recoge Aute en uno de sus libros de aforismos. Con todo, Valladolid, te quiero a pesar de tus gobernantes. Después de aprender a convivir con ellos, sobrevivo sin su sombra.