Brizna de tinta transparente

17 de noviembre de 2024


“Vendí la máquina de escribir para emborracharme y apenas tengo para beber”. Charles Bukowski. Ya no solo se miente en los diarios, también en las cartas. Se publican las de Bukowski. Pero en ellas se miente como los niños: entre el juego y el cortejo a la verdad. La exactitud no es un hilo suelto, sino un conjunto de ovillos por el suelo: “Ni siquiera soy un artista verdadero, sino una especie de impostor que escribe desde el asco más absoluto. Pero cuando veo lo que escriben los demás, sigo adelante”. No hay como echar un vistazo alrededor para salir favorecido en las fotos. El problema es que en las estanterías están Cervantes, Joyce, Perse… La comparación directa no cabe con los clásicos. Sería una hybris. Ellos han de servir de espejo lejano, de horizonte, de imán, de zanahoria. La escritura no es un espectáculo, la escritura nos escribe, pero sí cabe entender su puesta en marcha como una apuesta. Todo al negro... de la tinta. Como una summa. La oscuridad, esa tinta, esa sombra. Hace mucho que no cabe hacerlo desde la inocencia. Sobre el primer entrecomillado, añadimos a Edi Clavo, en Electricidad revisitada: Alberto García-Alix, enorme, vendiendo su cámara para financiarse picos. “Alberto pasaba por uno de aquellos momentos suyos de precariedad transitoria y llevaba una cámara prestada con defecto de estanqueidad. En todas las fotos aparecía una veladura, una luz intrusa que daba al traste con la calidad final de aquella sesión navideña”. Una luz intrusa en el fin de año nuestro. Siempre vamos varios pasos por delante de nuestra sombra. La escritura, ese pasado. Un ojo en el horizonte, otro en la cuartilla. Más ven cuatro nucas que dos Es noviembre y ya es diciembre, a pesar del sol. Y el futuro aparece como otra luz intrusa -otro astro-. Lo mismo que el arte en nuestras vidas. O sea.