1 de noviembre de 09
“La privacidad no existe”. Leonard Kleinrock. La primera persona en mandar un correo electrónico, del que hoy se cumplen cuarenta años, anuncia la liberación de Internet de la pantalla del ordenador. Sí, cada vez todo suena más a Orwell. No importan los filósofos: después de años y años defendiendo la mínima libertad posible, los quinceañeros, entre botellón y botellón, sancionan sin rechistar un modelo basado en el relativismo y el control privado.
Las redes sociales conllevan la inexistencia de la libertad. Y no lo digo yo, radical. Lo dice el padre de la cosa y el que la alimenta. Más vale resignarse. Lo único en positivo que saco es que la única defensa vendrá de las aburridas, pero necesarias, actitudes intachables. La vieja limpieza ético-moral.
Primera lección: Kleinrock asevera que no tener nada que esconder será la única forma de privacidad. Se entiende que, ya sea en primera persona, segunda, tercera, cuarta o quinta, lo que haces terminará saliendo. Y andar escondiendo secretos como tesoros, aparte de producir esquizofrenia, acabará siendo imposible en un mundo dominado por las redes sociales de las narices, algo absolutamente prescindible en lo que el personal anda yonqui.
Nos tiramos siglos con la carta manuscrita y ahora, cada dos años, queremos cambiar de soporte. Segunda lección: Kleinrock no usa redes sociales. Le parecen frívolas y bastante tiene con el correo electrónico, al que los impuros llaman mail, meil, imeil, e mail y no sé cuántos anglicismos y seudoanglicismos más. O sea: no es lo mismo el correo electrónico que la red social aunque a diario se use para indistintos fines.
También, míster Kleinrock habla de la ciberdelincuencia “imposible de frenar”. Esto es: hemos construido el tablero y nos hemos puesto a jugar sin reglas. Sin saber si dará tiempo a redactarlas.
¿Qué pasará con esa tríada constitucional -honor, imagen e intimidad- que nos protege de los estúpidos? ¿Qué pasará, directamente, con el Derecho? Usaremos el revés. O, liberalismo totalmente aplicado, llegaremos a la vieja Roma. Pero no por la carga legal, sino por el circo gladiador.
Eso sí, lo acepto hasta en Ella. Porque independientemente del análisis ulterior, la rueda es redonda. Y no hay más que hablar.