Brizna de pena

8 de julio de 2011

"Texas ejecuta a un mexicano pese a la intervención de Obama". Titular de periódico. Sin entrar en la infamia del castigo, el proceso fue irregular. Ante el vencimiento de los plazos, el presidente de Estados Unidos invocó la convención de Ginebra y pidió al Tribunal Supremo que interviniera en defensa del derecho internacional. Finalmente, en el país que comanda, ese limbo con sede en Washington, las leyes de un Estado dirigido por una especie de sheriff pesan más que las internacionales, y un gobernador que los Derechos Humanos.
Obama también intentó cerrar Guantánamo y el FBI le paró los pies; intentó casi universalizar la sanidad y la derecha entre liberal y católica placó sus intenciones; las prioridades de arreglar el conflicto palestino-israelí y de fomentar las energías limpias encontraron pronto enterradores. Manchones aparte, su mandato se recordará como el de un hombre impotente, constantemente queriendo, constantemente frustrado.
Si fuera época para epitafios, el suyo político diría, como el de aquél: "Lo intenté".
De todo se trasluce que, tras la caída del muro, el Estado se pegó un tiro en el pie y la política cedió los trastos a la megaempresa, al lobby, al poder etéreo. Al mercado, en definitiva.
Cuando Dolores de Cospedal, número dos del Partido Popular, anuncia la eliminación de cargos e instituciones, así como privatizaciones, en Castilla la Mancha, no está pensando en las arcas -recorta el uno por ciento del presupuesto- sino en ideología.
Sigamos riendo. Las instituciones economicistas -más que económicas- plantean una agenda de recortes durísimos a Portugal, poco importa que frenar la inflación retrase el crecimiento que le exigen. Y a continuación de aprobarla, las agencias de calificación de riesgos -que nunca previeron Lehman Brothers, etcétera-, la mayoría de Estados Unidos, las mismas a las que los gobiernos pagan para que contrasten su deuda, rebajaron la calificación del país directamente al sótano. ¿Quieren más? ¿Es posible dar más? Tienen razón las centrales sindicales: el mercado es un monstruo insaciable.
Y eso que la fiesta de la burbuja financiera se pagó con dinero público, prueba de la fortaleza estatal frente a la privada y medida marxista. Nunca el capitalismo fue tan descarado, tan injusto, tan grosero, tan inconsciente.
"El descrédito de los políticos se debe a la promiscuidad entre la política y los negocios", dice el filósofo José Gil, quien defiende un mundo no sometido a la economía y, en todo caso, basado en Lévi-Strauss, Sartre, Derrida, Foucault y Marx. Como tardemos mucho en refundar el sistema no quedarán, del edificio, ni los cimientos.