Brizna de Peloponeso

31 de diciembre de 2013

“Es difícil explicar cuándo empieza una guerra”. Tucídides. Difícil, el comienzo de un árbol. ¿Está en su raíz-locomotora? ¿En la que fue o en la que es? Dónde quedan la semilla, el agua y el sol; el viento que no hizo, la tierra misma, drenada por piedras que nadie puso; el azar; la voluntad de unas manos que arrojaron tierra, ahora con mantillo, como sobre un ataúd, con fe y sin esperanza. Difícil explicar cuándo acabaron dos personas. Más fácil situar los años. Los días treinta y uno se necesitan para seguir viviendo en el símbolo y no morir en la línea recta. Para dar esquinazo a las colas de cometa que nos persiguen. Una ciudad sin calles cruzadas, sin taxis -en los que gritar al conductor: Persiga esa sombra-, sería un desierto. De qué vale un año sin hoguera en la que ahogar la decadencia del mundo y probar su néctar, hecho del mismo acabose que tu piel. Luz postrada en la luz. Pero luz. La caridad enlevitada cierra el sarcófago. Los últimos meses murieron por exceso de vida... -celebremos sus brillos-. Vida, catafalco y podre. Mañana más. Pero diferente.