26 de agosto de 2016
“El amor
sirve para morir más cómodamente”. Marguerite Duras, Hiroshima mon amour. La mayor vitalidad, el dolor. El amor es un
colchón que hace de la noche un alivio del día. Tiene que ver con la
respiración. La muerte no puede esperar. “Aquel jardín podría hacer creer en
dios”, al atardecer, cuando la humanidad es una maceta. “Y otra vez le curé la
mano”. Los jardines azogan el recogimiento. “Aun no soy capaz de recordar
la puerta del jardín”, tras la cual dios no sabemos a qué altura se encuentra,
y Resnais escribe pausado, extraviando la mirada. “Entre las ruinas, en
invierno, el viento gira sobre sí mismo” y nos roza. La primera ruina somos nosotros;
la segunda, nuestra fe. Nos hace suaves la intemperie a imagen de la noche. Nos
arruina, y en el acto nos otorga la humildad de saber la muerte venidera.
“Quédate en Hiroshima, conmigo”. “Me estás matando”. “A veces entra un gato y
se queda mirando. No es malo. Ya no sé nada. Después ya no sé nada”. “¿Cuánto
tiempo?”. “Toda la eternidad –con convencimiento-“. “¡Ah! ¡Qué joven fui un día!”