todo abril de 09
El bar Lisboa no era un bar; era un café. Esto es, guarida literaria contra el frío camaleónico de la modernidad y sus azotes de hielo. Atrás, diecinueve años en José María Lacort, cara oculta de la Luna, situada, por cierto, bien cerquita: en Cruz Verde. Pasa que el Lisboa, reserva natural de la biosfera, cerró el otro día. Era un café que llevaba el postín con discreción. Los cafés, en pleno declive cultural, se extinguen como Dios manda. La labor social de éste se extendió mejor que la de las cajas de ahorro, en manos de tarambanas. Recuerdo cuando un espontáneo científico comentó entre sorbo y sorbo: “¿A que no sabéis lo que he averiguado?: ¡el café quita el sueño mejor que la cocaína!”. Cosas así. Cerca de allí hay una sede de Cáritas. Resulta que esta institución, que tantas medallas se cuelga últimamente, cierra los servicios y obliga a sus marginados a mear en la calle para que el alcalde les ponga una multa. Algunos iban al bar. No faltó quien, extraoficialmente, obtuvo leche, zumo o bolsas de patatas. Mientras, al cuidado de la alta cultura, Charlie Parker. El camarero, Carlos Rogel, era, ante todo, un camarada que viajó a la RDA y a Francia, cuando en España Benidorm y Torremolinos eran el fin del mundo. Su tío Fabriciano escuchaba en prisión la Pirenaica. Y también ¡emitía! desde el patio de la cárcel de Burgos con la ayuda de un transistor escondido en el botijo. Fue el preso político que más años pasó entre rejas: veinticuatro. De casta le viene.
No sé si contra Franco se vivía mejor pero en la clandestinidad, al menos, pervivían las ideas. La ley D´Hont y la cómoda calefacción central en las casas matan como un veneno lento, son peor que cualquier represión. El declive del bar es también el de su Partido. Sabe que la legalidad ha conseguido lo que no la dictadura. El sistema, chico, es un abrazo del oso, así que ¡que se joda con la crisis! Habría que brindar diariamente, igual que tocaba la orquesta del Titanic mientras el hundimiento. Los neoliberales han aprovechado la caída del muro para hacer tabla rasa. Todo se justifica en nombre de la libertad -de consumo, que es la que vale-. Ahora la crisis del consumo, o sea, la bancaria, toma forma de crisis económica. La crisis –que, en el fondo de los fondos, yo sé que es moral- también se ha llevado por delante el Lisboa. Su barra era la mesa antañona de las discusiones políticas. El cliente no siempre llevaba la razón… sólo cuando la tenía. Carlos no dudó en afear el voto a más de uno. Recuerdo yo los referéndum que se montaban cada tarde y cada noche, por ejemplo, acerca del tratado europeo, a través del que se intentan decapitar derechos humanos como pollos. Total, que te tomabas una cerveza y casi te echaban la bronca. Yo, a veces, le susurraba que contara hasta veinte antes de encenderse. No sé si le consolará que en las librerías ‘El Capital’ se venda más que nunca, aunque sea como vademécum.
En esta democracia lobotomizada los cafés tienden a desaparecer. En Barcelona, según Esther Tusquets, sólo quedan dos: el de la Ópera y el Bauma. Con la especulación, la urbe moderna y comprometida se ha convertido en una puta de lujo entre cuyas piernas se derrumban tuneladoras sin piedad. En Madrid, Balmoral también cerró. Y en Chicote, ¡ponen música! La noción del café corresponde a una época más ayuna de prisas. La nueva estética impone menos corrillo y riesgo de mentira.
En el último mes hubo achaques:
-Ponme una clara.
-Lo siento, no tengo gaseosa. Si quieres, con limón.
Lo que no había es parné. No lo había para cosas superfluas, como una renta de aquí, una letra de allá o la comida del día. Pero sí para un disco de Tim Ries o la biografía de Ron Wood, un rasgo de carácter al alcance de los grandes. Tenía dos monedas y se las gastaba en cultura, a diferencia de lo que hacen las personas tristes, que son las que ahorran y miran la peseta, incluso ahora que pagamos en euros. Él sabe que el alimento verdadero nunca es material. Total, qué más da tener ‘menos cien’ en el banco que ‘menos ciento treinta’. Los números, cuando se ponen bajo cero, son todos rojos. Pero era buen pagador, incluso para las multas por exceso de ruido tras algún concierto. ¿Ruido?, no era ruido, era música. Pero, ¿qué vas a explicar a un policía?, ¿la ordenación articulada de los sonidos?
Las muertes dejan tras de sí el recuerdo trasnochado del ser en descomposición. La memoria es un sumidero por el que se van hasta los números de teléfono de tus ex. Cuando el olvido se pone radical lo llaman ‘alzheimer’, pero es autodefensa. Yo he visto los últimos días a Carlos sin comer ni dormir, hecho cenizas -qué mejor excusa para renacer-. Este sepelio en tinta de imprenta es un paliativo tardío. De sabios, mejor que rectificar, es decir basta a tiempo. Las cosas tienen un tiempo y un espacio. El equilibrio posee un límite incierto. Mientras las paredes expositivas del Lisboa estuvieron en pie, revistieron una tristeza alegre como de fado impuro. Caiga ahora sobre ellas el polvo de la eternidad. Y saludemos a Carlos como a un césar. El invierno más duro acechó mientras llegaba la primavera, cuando la desembocadura del Tajo esperaba la flor en los cerezos como un haiku letal.
Los cafés son una cosa extemporánea que roza lo anacrónico. Su nombre, un arcaísmo en boca de la nostalgia. La buena compañía, el mármol, la plática, la libreta de detective, el libro, el diario, la absenta. Otros arcaísmos, en cambio, como la monarquía o la iglesia perviven. Eso sí, posan ridículos para la posteridad.