19 de enero de 2010
"El futuro es sombrío, por eso pasamos el tiempo ocupándonos del siglo Veinte. No hacemos otra cosa". Claude Lanzmann. Este hombre de cine, y de casi ochenta y cinco años, mira por la steady-cam de sus ojos. El autor de la discutida y admirada Shoah se siente en deuda -no contraída motu proprio- con el siglo anochecido hace una década. Aquel siglo no ha muerto. Su pálpito de sangre y culpa, de crimen sin castigo efectivo, tiembla en la población sobreviviente. Lanzmann extiende la preocupación, más allá de los creadores, a todo mortal. Lo sepa o no, usted, lector, también tiembla por ese rastro de muerte que dejamos a la espalda para que nos dispare por detrás.
Preguntado por Wadja, rechaza su último filme: Katyn. Y se separa de las recientes comparaciones entre las represiones soviética y alemana. "Gulag y campo de exterminio son cosas distintas. Y el proyecto fundamental que había detrás, también. Al principio, el comunismo pretendía la emancipación humana y, el nazismo, la superioridad de unos seres humanos sobre otros. No se trata de defender nada, sino de constatar la diferencia y de conservar la especificidad de los hechos históricos".