13 de octubre de 2016
“La
presencia abrumadora de la literatura (…) te empujaba de forma implacable a
abandonar tu pasión por la idiotez”. Bob Dylan, Crónicas. La cultura tiznó su cerebro desde joven. Viejos tiznados por costuras de jubón cuestionan el Nobel. La Academia tiene el compromiso de reconocer los otros
lugares de la literatura: la política a través del
discurso –Winston Churchill-, el periodismo por medio del reportaje –Svetlana Aleksiévich-, y así. El rock, en sentido amplio, se
congratula. La música moderna lo merecía. En la clásica retribuyeron laurel a
los libretistas –léanse Hugo von Hofmannsthal y Lorenzo da Ponte-. La canción no es poesía a pesar del verso, cierto, pero la canción es
un género literario, o subgénero poético, desde antiguo. Necesita de música. Como
la ópera. Como algunas miradas. Por eso tantos poetas la han practicado. Lorca,
Bretch, busca y te saldrán decenas. Todas las expresiones artísticas están
comunicadas, parece mentira que haya quien no se entere: sin poesía –o sea, sin
música-, ¡la escultura tampoco sería escultura! Encontrar la sílaba al fonema
es arduo; en el noventa y nueve por ciento, las composiciones carecen de altura.
Hoy Suecia, entre otras cosas, honra al siglo XX. Los Nobel no suelen
fallar. Borges está a años luz de Dylan. Pero Dylan merece el suyo más –y me
mojo- que Tranströmer y que Szymbroska. Y si él no lo merece -en plan purista-, ellos tampoco -también, en plan purista-. [Metidos en harina: Murakami, otro candidato, es muy buen autor, no excelente: jamás merecería el galardón por exceso de subrayados en su obra] “Algunos
detalles prefiguran lo que está por venir, pero uno no siempre los reconoce.
Entonces, pasa algo inmediato que te proyecta a otro mundo, a lo desconocido, y
lo entiendes instintivamente. Entonces eres libre”. Sólo en libertad existe la
vida. Sólo con libertad, la obra de arte. Tres elementos, señala Bob, “si
falta uno, no sirve”: experiencia, observación, imaginación. Los ingenuos
creerán que Dylan es el folkie de
hace medio siglo, Blowin’ in the wind
y esas cosas -que salvo ellos nadie escucha-. Lo peor del Premio será aguantar
algunas glosas. Ignoran que Dylan lleva décadas en los discos más radicales y
los directos más oscuros. Que irle a ver por las buenas, sin saber, causa la misma impresión
que tiene el que parpadea con la esclérotica raspada y dice: “Espera, se me ha
metido algo en el ojo”. Más áspero que un felpudo, ese es. El que escapa
al tópico. Al que no se puede encerrar porque atraviesa paredes. El que vive en
un autobús y se alimenta de hamburguesas. El que esculpe y pinta. El posmoderno de la modernidad. Cuya inteligencia no
la sostienen las columnas de la Biblioteca del Congreso de EEUU. “Tenía muy
poco que ver con la generación a la que se suponía que iba a dar voz. Se
trataba de ser coherente. Me sentía más vaquero que Flautista de Hamelin (…) El
mundo necesita siempre alguien que encabece la carga contra el Imperio Romano”.