29 de junio de 2011
“Hay que merecerse la felicidad”. Nicholas Shakespeare. La felicidad, como la buena suerte, depende del cortejo y, la mayor parte de las veces, de un punto de vista favorable de lo que ocurre –y puede ocurrir- alrededor. Las ovejillas, ingenuas y tristes, no lo entienden. Se trata de actitud, atención, voluntad. Y de poner unas gotas de templo de Apolo -conócete a ti mismo- en el cuello. La felicidad no cae del cielo, no está en la lluvia. Ni en la ruleta de un casino ni esperándonos en el puesto de un zoco ni en mitad de las praderas.
Uno se parece demasiado a la vida que lleva.
Shakespeare cita a Montaigne: “Averiguar quiénes somos es un proyecto que dura la vida entera”. La felicidad, como el respeto, es un atributo conquistable. Pero sólo disponemos de una vida. Oveja que bala, bocado que pierde. ¡Cuánto rumiante!