14 de agosto de 2015
“Esta noche oí dos
disparos a las tres de la mañana, pum-pum… Serían petardos”. Anónimo, en la barra
de un bar. 14:10; Ejemplo de autocensura. Doy otro trago al café y miro a Eva
Vázquez. Me pregunto si pasamos página, no periódico. ‘No
son petardos, Sancho, son molinos’. En algún lugar, en alguna piel. Piel de asno. A las 8:30 bebía otro café
mirando a Javier Gomá: “La única razón de
ser de la mentira es aumentar la blancura de la verdad cuando ésta se produce”;
“La única manera de perdurar en este mundo caduco es producir algo perfecto o
que aspire a serlo. Sólo la perfección queda y no se la lleva el rastrillo del
tiempo”. Ayer Javier Castán me hablaba de las ruinas –que tanto me gustan-
romanas; de su prestigio desde el medievo hasta hoy; del acarreo. Se da el caso
de que él mismo refutaba su reconvención de antes de ayer: “Pero, Fernando, ¡la
perfección no existe!”. Veinticuatro horas más tarde habla de ruinas, que
en su despiezamiento, factura y evocación resultan… perfectas. Si en los
pecios Ferlosio no viera el eco del horizonte prometido, su agrafía sería
total. Cuatro horas después del desayuno, 12:30, Inés Toharia habla de
la obsolescencia del digital frente a la perdurabilidad analógica. Se
refiere, para mí explícitamente, al amor y la política: “Son los Ciclos de Vida [dialéctica viejo-nuevo]:
nitrato-acetato-poliéster”. El poliéster es el número áureo. “Eastman Kodak
deja de fabricar nitrato a partir de 1948”. El poliéster tampoco se lleva. Uno y otro duran como una ruina. Lo que no perdura es el archivo digital. Habla en connotativo constante, un tiempo verbal-mental
del que se nutren los presentes históricos, que siempre son pasado. Joyce podría
dar una ponencia -muertos mediante-; incluso Huston. Nos abrasamos entre pasado
y presente. El futuro es tan despreciable. “En la primera fase, la emulsión
va adquiriendo un color amarillo o marrón”. El nitrato se quema y no lo salvan ni el agua ni la tierra, que nunca nos es leve. Durante la mañana, pregunté a una persona si habían llegado los árboles y
a otra si había hecho por la mañana un trabajo pendiente. Todos entendieron que
preguntaba lo que preguntaba. La hipermodernidad vive en la denotación. Fácil burlarla. No hace falta ni doblar una esquina. Basta seguir recto. A las
14:18, hablo con Vázquez de la verdad y la mentira en el cine; y pienso en
Gomá. Me dice: “El arte reconstruye. Se parece mucho al comer de una vaca”. Deseo que
pinte o recorte urgentemente una vaca alegórica. 14:40. De vuelta a casa parece que miro
tres escaparates consecutivos. De nuevo, lo denotativo traiciona al espectador
negligente: la verdad es que los uso de espejo. “Rousseau distingue entre un amor
de sí y un amor propio” –Gomá-. Pienso
en Bacon. Si pronunciara su nombre, la Población Mundial Denotativa -cada vez
mayor, cultivada en la multipantalla de la hipermodernidad- pensaría
que lanzo un viva por la panceta ahumada. El pintor, cada mañana se decía, con
justicia y radicalidad –no se puede vivir fuera de ella-: “Mira cómo trabaja la
muerte en esta cara”. En su homenaje me miro en las tiendas. Y poso. Deseo un
trago de poliéster, o, al menos, de nitrato. Solo la verdad permanece. Los que
viven en el realismo no la huelen; siempre constipados. ¿“La
palabra refleja lo que somos”? –Scorsese-. Más: palabra somos, ¿verdad, san Juan? Con
mañanas así de analógicas, ¿quién necesita tardes digitales?