09 de marzo de 09
“¿Por qué quiero salir ahora a la calle, quemar una bandera y gritar abajo España?” Fernando Sánchez Dragó. “Ecce homo. ¡Fuego!”. El adverbio ‘ahora’ le justificará porque él no es sospechoso de tirar a matar contra la nación, por más que su último libro esté todavía caliente. Esta pregunta inicial, tan bien formulada, la escribió el uno de julio de dos mil ocho. No había ganado el Príncipe de Asturias su candidato Goytisolo y tampoco entendía por qué vende tanto Ruiz Zafón. Yo tampoco. Que, además, esos libros comprados fueran leídos sería peor que la peor reforma educativa, una lluvia ligera antiliteraria que estandarizaría el criterio lector por debajo del betún.
En ese contexto Dragó puso la tele. Por dar una oportunidad a esa cosa llamada fútbol. Pero quedó horrorizado con “los aspavientos, los berridos y la gente con el rostro pintarrajeado” que se despepitaba en los graderíos y en las calles. Con buen criterio se cuestionó: “¿Lectores de Zafón?”. Sin duda: “el hombre masa, el hedor del establo, el mugido de la tribu”. Empacho patriótico. Pues sí, así son las cosas, Fernando. Príncipes incluidos, “todos juntos, reconciliación nacional, banderas al viento, Santiago Matamoros y arriba España”. Dragó deseaba que la selección no ganara. Pero como es un cenizo, al igual que Margaret Atwood, ganó. Y con ella, con la selección, la horterada. Yo andaba por los prados como un pastor hipnotizado ante vértigo de la capital. Aquella noche dormí intranquilo, lo reconozco, con el agolpamiento de lo rojigualdo en la memoria histórica inmediata. Los alanos habían conquistado hasta el metro, el corazón de la ciudad. Las tinieblas bajaron conrádicamente.