5 de marzo de 09
“Nombre propio de un lugar”. DRAE. Recibo correos de aquí y de allá. Españoles –sorianos- y europeos –germánicos-. Correos inefables que apartan mi vista de contingencias y me la conducen a lo importante, situado siempre más allá de la ventana, allende las nubes. No dejaremos que la incertidumbre se convierta en impaciencia. Queda mucho cielo. El de Madrid, también.
Y respondo de esta guisa literal: si tuviera claros los recursos gestores, me concentraría más y mejor en las tareas que acometo, de todos modos, con disciplina: respirar hondo, pasear, corregir poemas, recopilar relatos, escuchar a lo lejos el canto de los pavos reales como aquellos viajeros las sirenas sin cola del Hudson desde Times Square. Recortar la prensa, recoger tanto papel ordenadamente desperdigado por la habitación y leer páginas excelsas de la Literatura. Amén de otras cosas importantes, como medir el perímetro del alba. Los gestos que recibo los veo en primer plano a pesar de la distncia. ¿Para qué creer en Dios cuando se puede creer en las personas?
Ah, también creo en el DRAE y, también –por contaminación de la poesía- en el nombre impropio de las cosas.