15 de mayo de 05
Introito: la Feria del Libro de Valladolid -encuentro en Castilla y León- tiene treinta y ocho ediciones en su costilla de Adán. Este último aniversario ha supuesto el hasta luego de Agustín García Simón, quien ha cumplido su labor a lo Ricardo Muti. Dice Alberto Manguel -también estuvo hace tres años por el Campo Grande- que leer es celebrar de la inteligencia. Y en esta fiesta a ‘Scala’ ha habido tarta de metáforas y velas que no las apaga un soplido. Con las mismas farolas que de costumbre, el paseo Central rezuma más luz por sus poros cuando llega mayo y se posa la Feria en sus ramas. El año pasado ya salió autoafirmada como Feria “sin presiones, con independencia, calidad y los mejores escritores”.
Capítulo I: Julio Llamazares (1955). “Rasga la luz con su hoja de sangre la oscuridad inmensa de las entrañas de la tierra”. Lo que define este tiempo es la fama. “Antes ‘famoso’ era adjetivo; hoy es sustantivo”. El poeta narrador especifica que escribir es fácil; escribir bien, no. “Las historietas, los cuentos para entretener abundan en los escaparates de las tiendas. La literatura, la novela, sirven para hacer pensar”. Y repite: “Lo de menos es la historia que se cuenta, detrás están el tiempo del verbo, el punto de vista,...”. Quizás por eso aclara que su cielo de Madrid ochentero no tiene que ver con la mitificada Movida, en la que mucha gente anduvo ‘por ahí’, distraída de lo importante. “La Movida fue una broma a la que se ha dado mucha trascendencia. Fue un divertimiento de cuatro niños bien que jugaban a ser artistas. A ser artista no se juega, a ser artista uno se compromete. Duró dos o tres años, si es que existió. Nunca me interesó”. Esto me recuerda que los sesenta fueron años en los que las buenas intenciones rastrillaron el contenido ideológico. Cuando la gente anda tan contenta por la calle tomando copas, alguien está tomando las decisiones por ella.
Capítulo II: Emilio Lledó (1927). “Mi mismo son las palabras”. Llegó acompañado precisamente de ellas. Y aunque la felicidad está rodeada de infelicidad, enunció que tenemos derecho a ser felices. “Sólo hay que hacer algo por la felicidad de los demás; si hay solidaridad, tendremos derecho a la nuestra”. También desarrolló la idea de que algunas personas justifican su visión y su posición social al defender el tener y no el ser. “Ya en Grecia el rico guardaba en la cueva ánforas de agua, de vino y de aceite. Se aseguraba la sed del futuro. Es la ideología del señorito satisfecho que justifica su deterioro mental cultivando la ignorancia en los demás”. En esta línea mostró su preocupación por “el cultivo del odio” que se da en determinados medios de comunicación, en alguna emisora de radio. “Frente a esto hay que amistar a los demás”. Para lo cual uno debe estar amistado consigo mismo previamente. “Qué poco se quieren, qué poco se aceptan los amigos de la irracionalidad, qué poco se aguantan esos periodistas del odio, de la ignorancia, de la estupidez, del egoísmo”. “Algunos, si pudieran hacer la Guerra Civil otra vez, la harían”. Para evitarlo, como somos fundamentalmente palabra, lo importante es enseñar a pensarla. “Si somos críticos con las palabras lo seremos con los hechos”.
Capítulo III: Antonio Gamoneda (1931). “Ahora no veo más que ángulos temibles (...) / Me despierto / envuelto en coágulos de sombra”. Una persona que aprende a leer en los versos de su padre adquiere una configuración de la mente que luego no soporta la liviandad. Cuando la luz se convierte en sombra de la nada, la ferocidad de un vocablo expulsado de noche sólo puede ser comparable al mercurio. Trágicamente, tenemos memoria de lo que ya no está con nosotros, de la vida que ya no es. “La poesía es un arte de la memoria”. Por eso lleva consigo cierta gravedad. Gamoneda anda pensando que la poesía no es literatura. Lo dice tímidamente, con la humildad que le otorga el magisterio que se le resbala por las metáforas. Y ¿por qué la poesía podría escapar del encasillamiento de los géneros? Porque es realidad en sí misma. “La literatura es mayoritariamente ficción y la poesía no nace de la inventiva”. “El pensamiento poético es música en su origen, ni siquiera su función primordial es la comunicación. La poesía es una extracción de la interioridad de nuestra vida”. Creación y revelación. Remedando a Juan Ramón diríamos: “Esto es la poesía, no lo toquéis”. Por último, renegó del lirismo ‘oficializado’, con intereses en el realismo, en el lenguaje normalizado. “Esa poesía es reaccionaria, retrocede a funciones medievales; ya hay medios tecnificados que cubren esa necesidad”. Dos días más tarde, Fernando Urdiales rechazaba también el teatro realista o naturalista. “El teatro tiene que vérselas con géneros audiovisuales como el cine o la televisión”, con los que parece difícil competir. A su juicio, el teatro debe pasar necesariamente por la creación de mitos y espacios imaginarios que hagan pensar. La clave está en “descorrer las cortinas de la mente del espectador y no habitar circuitos capitalistas sometidos a la dinámica mercantil, comercial, de arquetipos y lugares comunes que nada tienen que añadir a la Historia cotidiana de la gente”.
Capítulo IV: Chantal Maillard (1951). “El infinito es la sorpresa de los límites”. Premio Nacional de Poesía. Su último libro, ‘Matar a Platón’, propone aniquilar los conceptos. Pero, ¿acaso esa idea no es ya un concepto en sí misma? Es como aquel ‘prohibido prohibir’ que inquiría en el vicio que buscaba exterminar:
-¿No crees que una buena práctica no puede salir sin una buena teoría -la que sea-?
-Sí, puede, pero necesitamos llegar a algún, sitio, no hacemos más que subir escaleras.
Maillard cree que la seriedad “es una variante del olvido”. No sin razón opina que la respuesta a nuestros días económicos deberían darla los economistas. Finalmente, la doctora en Filosofía reivindicó el trueque. “El mercado siempre ha existido”. Sí, pero ahora es castrante.
Capítulo V: laicidad y editoriales. A principio de Semana, Emilio Lledó declaró su amor por la enseñanza pública. Libre de aditivos. En su cierre, Álvaro Pombo -‘heredero del entusiasmo de la energía creadora’- desconfió entre risas constantes de la moral eclesiástica. “Soy pesimista, no apocalíptico-pesimista como los obispos” -risas-. “Es un momento difícil, pero no porque todos nos vayamos a casar con un señor, como dice la Iglesia” -más risas-. “Creo en la energía espiritual, pero no soy boato ni del PP”. Entre medias, Josefina Aldecoa, lo mismo: “En los países civilizados la enseñanza pública es y debe ser laica”. La escritora situó en la infancia la raíz de la escritura y de la lectura. Varios profesores se reunieron otra de las tardes para discutir acerca de ello. En ella, Tomás Guillén, representando al IES Arca Real -varias veces premiado por el Ministerio por su labor pedagógico-literaria-, terminó cuestionando: “La lectura, ¿para qué?” Trató así de “inocular la semilla de la duda” respecto de las inquietudes que tiene un autor por trasladar cuando se sienta a escribir una obra. Una obra, en conclusión, es gracias al lector. Y la cadena de la literatura se rompería si no fuese por las editoriales. Principalmente por las pequeñas, que meten la cabeza a tientas, esos buques galeónicos que surcan a contracorriente las olas del mercado. De la Huerga las citó en su columna de los jueves: Difácil, Multiversa, Tansonville. Tres ejemplos nacidos en la Comunidad guardaban una caseta con orgullo compartido.
Epílogo: si leyendo nos completamos como personas, necesitaremos periódicamente breves aldabonazos que nos lo recuerden. Que avisen lo mucho que tenemos por ser. Somos menos efímeros e incompletos cuando pasamos la vista por la letra impresa. La Feria necesita continuidad. Escaparates, autores, editores y conferencias. Es de esperar, pues, que el cambio de dirección no afecte a unos planteamientos que, a la vista está, han triunfado. “Cuatro años de tensión bastan; cuando del comportamiento de uno depende la sociedad hay que dejar que las fuerzas se renueven”. Un director merece descanso, pero la Feria del Libro, no. Merecemos más celebraciones de la inteligencia para no ceder al acoso de la pesadilla.