8 de febrero de 04
Esta semana los periódicos han informado de la recuperación de 4.000 de las 14.000 piezas desaparecidas del Museo de Bagdad que los soldados estadounidenses robaron o se dejaron robar, en cómplice y elocuente omisión. “Unas mil -confesadas- salieron de las aduanas de EEUU”. Qué cosas. “En las galerías parece que se oyen todavía gritos de socorro que nadie quiso escuchar”, describe la corresponsal en la capital iraquí. Tres días antes, un rotativo madrileño publicaba a sus cuatro columnas que el 95% del tráfico ilegal de arte no es devuelto o jamás se descubre. Como la guerra fue el paradigma de la ilegalidad, es de suponer que todo lo que de allí salió lo hizo con el sello del delito.
La metralla en la pared del museo puede recordar alhajas de la Historia berlinesa, pero las culturas sumeria y acadia duermen en Oriente agazapado el sueño de los justos. Obras de arte de 5.000 ó 6.000 años antes de nuestra era están en regazo privado. Ya sean para traficar o colgar en frente de la mesa del comedor. Hacia eso caminamos, empeñamos el patrimonio. Lo ocurrido en Irak fue un golpe de suerte. Por estos pagos tenemos que ir buscando a quien se ocupe de una ermita, dos conventos y tres murallas.
La facultad de Bellas Artes de Bagdad abrió curso como si todo: las antiguas paredes hoy son murales. Los alumnos expresan la ilusión de una nueva etapa sin Sadam ni tropas estadounidenses. No se hubieran podido imaginar antes esas pinturas. Tampoco se hubiese imaginado a un Sadam piojoso. Qué glorioso cronista hemos perdido: Alberti podría haberlo sido de excepción.
Basta traer a la memoria “Noche en el Museo del Prado”. Herido de amor por los Goya, Velázquez, Tiziano, “emociona pensar en el Rafael Alberti de la Guerra Civil luchando por salvar de los bombardeos las obras de esos geniales cupidos que le clavaron para siempre sus flechas en el corazón”, critica a su favor Almudena Guzmán. La actualidad de la obra que escribió el poeta y pintor gaditano no puede ser mayor. El genio de nuestras letras, en el Prado madrileño. Parecido, Antonio Machado: en noviembre del 36, cuando la ciudad iba a caer, le encontraron en una cola, esperando que le dieran un arma. “El acto de un hombre extraordinario”, dice Rafael Torres.
Pero en el tiempo actual esas empresas son irrealizables. Comenzando por la expresión desinteresada del amor al arte. Quizás, ahora que todo se mide bajo el rasero del genoma, a lo peor se nos perdió en un repecho de la historia el gen de la utopía.
El caso es que no se pudo representar “Noche de guerra en el Museo del Prado” entre la familia bagdadí. Choque de culturas. En una imaginaria representación, habría estado Eugenio d´Ors en la platea: fila octava, pasillo, para tomar medición de las hectáreas de arte desparramadas. Y lo habría hecho libreta en mano. Durante las tres horas de la posible representación de aquella noche cerrada que vivió el museo donde, todos sabemos, Eugenio pasó alguna más que las tres horas que confesó allá por 1922.
Las fuentes del oro tenían custodios día y noche, pero no así las otras joyas; ay, las otras joyas. No extrañaría que, a falta de agua, hubiera habido quien echase un trago del líquido aceitoso, atraído por el olor de la sardina-becerro israelí. Por contra, no hay pinacoteca, museo o biblioteca que resista el abandono: los libros lloran sus páginas; la rústica se deshace en añicos; los lienzos se salen del marco y las vitrinas pierden transparencia.
No sabíamos de estos rescates artísticos desde aquella “fabulosa” recuperación de 500 piezas en abril de 2003. Lo cual quiere decir que seguro se han hallado más. No hay como no tener noticia de algo para confirmar que se ha producido. Lo bueno de la arbitrariedad es que cuando la colleja -usando lenguaje Llamazares- es para Francia o Alemania, el pez emperador se frota las manos y saca pecho; cuando le leen la cartilla, mira hacia otro lado. El Consejo de Europa ha especificado el problema de la libertad de expresión -y, es más, de información-, en la piel de España. En RTVE los propios trabajadores ruegan una comisión para calmar la “insoportable situación” que es “soportar a Urdaci”. Textualmente lo han manifestado.
La velocidad de los acontecimientos, la acumulación de informaciones, hacen que Belgrado o Sarajevo sean noticia hasta que el “espectáculo” se acaba. En Etiopía no se termina la hambruna porque no hablen del país. Con más de treinta conflictos permanentemente abiertos en el mundo, se centra la atención en lo que conviene a cada momento, según prescripción capitalista. Cuando es necesario se devasta una nación para alejar las malas encuestas o los fantasmas de una becaria. O se apela al miedo, directamente.
El Museo Arqueológico de Bagdad lo vemos muy lejos. Comentar la cotidianidad hiela la sonrisa y deja el gesto contrahecho. Es el sino de los tiempos, usar y tirar. El consumo no lo frena ni el sentimiento más educado. Las cosas valen lo que se puede sacar por su venta. Las antiguallas, al desván. Pero “no habrá otra belleza moderna que la antigua”. Esa condición de eternidad, esa lección de humildad, nos devuelve a d´Ors. Al final, un respiro.