18 de octubre de 05
Finalmente, contra pronóstico, no se acercaron las barbas de la Revolución por nuestra Comunidad. Por un momento pensamos que las veríamos, nosotros, castellano y leoneses hechos a ver pasar por nuestra región poco más que el viento –que siempre se lo lleva todo-, dándose un paseo por el plateresco salmantino. Así que nos quedamos compuestos y sin estrella; nos quedamos sin ver a quien, a pesar de todo, es el protagonista de la Cumbre.
Y ello a pesar de que anunció hace meses que se sentiría honrado de pisar tierra española. Podía haber sido el preámbulo de la visita que supuestamente efectuará el rey a La Habana; todavía se recuerda cómo se emocionó el monarca en una cena en la que ambos líderes se saltaron el estrecho protocolo que tejió el Partido Popular –entonces, en Moncloa- para el encuentro, tan fugaz como la estrella de un nacimiento. Todavía se recuerda también la reacción afectiva e inesperada de Juan Pablo II, el Papa antimarxista, quien moderó su discurso e improvisó, con la lluvia tropical de trama y fondo, una condena al capitalismo “por encima del comunismo”.
En cualquier caso, nada afecta a los actos de distinto tipo convocados para el sábado, descafeinados ya, a fin de mostrar la adhesión y el rechazo a la Revolución cubana a mano de castristas y anticastristas. Una jornada comprometida, en sentido amplio. Por descontado, están contentos los que criticaban para mal la presencia de Castro aludiendo al tópico de que es un dictador; en realidad todos deberíamos haber estado orgullosos de contar en nuestra Comunidad con una cumbre de este nivel a la que hubiese asistido el legendario Comandante en jefe. Los mismos periodistas episcopales que ven normal y saludable tratar con representantes oficiales de Marruecos, Guinea Ecuatorial o Estados Unidos –cuyos pucherazos son internacionalmente admitidos-, cuestionan la legitimidad democrática de Chávez y llevan días –meses, años, la vida entera, en realidad- cacareando contra Fidel.
Por un mínimo principio de realismo político es no sólo era admisible, sino deseable, la presencia del presidente cubano en la Cumbre Iberoamericana. Debimos acoger con satisfacción las reuniones de Salamanca con el presidente cubano tratándolo como uno más -sabiendo que no lo es-. En todo caso, lo que pudo ser nunca fue. Su presencia hubiese sido rentable, máxime en un escenario geopolítico como el actual, en el que Castro resulta un gurú para gran cantidad de países del radio. Una Cumbre Iberoamericana sin Castro es como hablar de la Biblia sin contar con Mateo y Lucas; Y en esto están las derechas: en el desprecio constante a evangelistas testigos y protagonistas de la Historia.
Lula, Kirschner, Chávez, puntas de lanza de aquella zona del mundo, son fieles admiradores de Castro. Uruguay, Nicaragua, Ecuador, Colombia, países que viven un proceso de cambio revolucionario que se constatará en pocos meses. Algunos deberían preguntarse por qué; poner un poco en duda su visión preclara y unipolar del mundo. Puede que haya dictadores contra el pueblo –lo habitual-, pero también puede que los haya -con toda la mácula que quepa señalar en esto- para el pueblo, como en pleno despotismo ilustrado.
El contexto es fundamental. La clase política que vive diariamente con la crisis perpetua de Latinoamérica no es la única en primar lo bueno sobre lo malo del régimen cubano: aún, a pesar de todos los esfuerzos trompeteros capitalistas, conserva un puñado de premios Nobel y miles de significadísimos intelectuales apoyando la Revolución como la única salida a la miseria. Sin ir más lejos, esta misma semana siete premios Nobel acaban de firmar junto al gobierno cubano la petición dirigida al Fiscal General de EEUU para extraditar a cinco agentes de la Inteligencia cubana retenidos ilegalmente en suelo yanqui.
Que Cuba esté en unas cifras de desarrollo –social, no económico- equivalentes a las de cualquier país europeo es un hecho. Quizás por esto las páginas editoriales del mejor periódico del mundo, ‘The New York Times’, abrazaron un artículo que se titulaba: “¿Sistema sanitario?: pregúntenle a Cuba”. Es harto difícil condensar en una columna, por larga que sea, un análisis de la realidad política en América Latina. Pero a los que sistemáticamente cargan contra la isla aludiendo a pruebas normalmente falsas sobre, por ejemplo, presos políticos habría que preguntarles, ante tanta recurrencia obsesiva, si piensan sinceramente que los males del mundo provienen de una islita pequeña y pacífica como Cuba.
La respuesta intelectual probablemente es que defienden lo que defienden porque custodian un modelo social que, en ausencia de recursos ilimitados, necesita de países tercermundistas dóciles que firmen acuerdos para el desarrollo con Washington –de los que irremisible y reiteradamente salen más y más empobrecidos-. Estos ‘amantes de la libertad’ no están dispuestos a que les descuenten su cota de lujo para que el resto mejore. Estos ‘escrupulosos’ de los derechos humanos no entienden, o no quieren entender, que no hay mayor derecho humano en Latinoamérica que el conseguido por Cuba.
Lo expresa con lucidez Frei Betto, asesor presidencial de Brasil –también cargaron contra Lula al comienzo de su mandato sólo por ir acompañado de estrellas rojas y hoces y martillos-. El asesor muestra respeto y admiración por los méritos de la ‘guerra de las ideas’ cubana. A la pregunta de un periodista sobre lo arriesgado de amistarse con un país “en el que no se respetan algunos derechos humanos”, responde con ironía: “Esa es una visión muy europea de Cuba… vosotros pensáis que Derechos Humanos es libertad de expresión; para nosotros Derechos Humanos es tener comida, educación y salud. Y hablar de derechos humanos en América Latina es un lujo porque estamos intentando conquistar los ‘derechos animales’.
Cuba los tiene, no así “la mayoría de América Latina, igual que la mayoría de la población del mundo –cientos de millones de personas sufren desnutrición-. ¿Cómo voy a criticar a Cuba si es el país que tiene los mejores avances sociales, donde hay apenas cinco niños muertos por cada mil nacidos, mucho mejor que en EEUU?” Ciertamente es una injusticia, que clama contra los derechos humanos, enjuiciar la realidad cubana desde perspectivas acomodadas: hay que repasar a Ortega –el ser y sus circunstancias-. Y, si tienen la poción mágica, a estos próceres del desarrollo les ha sobrado tiempo para aplicarla sobre tantos países sobre los que han ejercido monopolio durante tantos años. A revés, sus recetas han hundido a las gentes en contraindicaciones.
En total, las cifras de pobreza a nivel mundial se estima que afectan a un 85% de la población, unos cuatro mil millones largos de personas… Uniendo estas cifras a las de Betto o los resultados del último informe de Naciones Unidas nos damos cuenta de que, a pesar del ‘periodo especial’, después de Europa, EEUU, Canadá y Australia, el siguiente país con mejor calidad de vida en el mundo es Cuba.
Habría decenas de puntos más por tratar. No se trata de defender ciegamente nada, sino de avivar la discusión con más elementos de debate. Sus tasas de mortalidad infantil, de esperanza de vida al nacer, de vivienda y saneamiento, etcétera, a juicio de inspectores de la ONU –juicio ratificado por UNICEF- es producto de “los ingentes esfuerzos realizados para, a pesar de las difíciles condiciones: -preservar los niveles de calidad de la enseñanza; -mantener las vías de distribución social vinculadas a la política social a base de productos normados a precios subvencionados; -el bienestar de niños y niñas, con respeto y atención a sus derechos, cumpliendo los compromisos de las cumbres mundiales a favor de la infancia; y -el desarrollo del sector de la salud como elemento sustancial al desarrollo a todos los aspectos de la vida humana, no sólo restringido a la ausencia de enfermedad”. El informe concluye que el cambio en las condiciones externas “no ha impedido preservar los éxitos obtenidos”.
Son afirmaciones realizadas por Naciones Unidas, quizás el organismo -aunque dependiente en origen de la OTAN estadounidense- más libre de toda sospecha, más independiente e incuestionable del mundo. Pasa que Cuba resiste cualquier visita, la isla sale reforzada de cualquier viaje. Si uno se quita las anteojeras de turista, claro.
Lo socialmente correcto es no ver la viga en el ojo propio y tener gran facilidad en avistar la paja en el ajeno. El problema de Cuba no es político ni de derechos humanos, sino no que no quiere entrar por el aro de lo establecido. Lo que les jode a algunos es que en Cuba no se malviva como quieren hacernos creer.
Desafortunadamente para nosotros, un fin de semana de octubre no pasó la Historia por aquí. Prestidigitador o no, ahí tienen a don Fidel, con Noam Chomsky, Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez, Pérez Esquivel, James Petras, José Saramago, Wole Soyinka, Mario Benedetti, Rigoberta Menchú, Gunter Grass o Ernesto Sábato para secundarle en manifiestos y reivindicaciones. Una de las mejores novelistas españolas con diferencia, Belén Gopegui, se queja: “No somos pocos pero nos faltan altavoces”.