2 de enero de 04
Cuando alguien critica que unos premios están politizados, habría que detenerse en el sujeto al que le molesta el premiado. Hay quienes dicen pensar que la actividad a la que se dedica un individuo no tiene que ver con la política. Pero, a pie de calle, es inimaginable encontrar un territorio asfaltado sin grava de gobierno o hidrocarburos de sociedad. Cualquier actividad la representa y ejecuta una persona, que, como tal, es política lo quiera o no. La ciudad-estado quedó vista para sentencia en Esparta y Atenas. Allí se escribía, y aquí, no sabemos por cuánto tiempo, de momento, también.
En la pasada primavera ha habido Príncipe de Asturias para un teólogo de la liberación y un representante de la Escuela de Francfort. Tratando la Lengua, habría que hablar de una feminista en el islam (Fátima Mernissi) y una antiimperialista (Susan Sontag), imagen del diálogo entre culturas. Unos premios politizados, rechazó ese alguien del comienzo: a un sector no le sentó bien que se premiaran el activismo social y el cruce de civilizaciones.
Pero, como para premiar tonterías, ya tenemos la televisión, Carter ganó el Nobel criticando las “guerras preventivas” con indisimuladas invectivas contra la administración Bush y la escalonada derechización de la sociedad norteamericana. Hace bien poco, John Maxwell Coetzee ha sucedido en el premio a Imre Kertész -un autor que habla del holocausto- debido a que “penetra la mentira de la Historia” y “da voz a los silenciados y desposeídos”, no exclusivamente por haber escrito “Esperando a los bárbaros” o “Desgracia”. El rey Carlos Gustavo de Suecia distingue, así, la lucha literaria contra el apartheid y la doble moral. Son sólo unos ejemplos que diferencian los premios institucionales de los editoriales. La Academia sueca podrá tener también su retranca, pero sería inmoral que no aplaudiera el mérito.
Los premios de referencia se fallan sobre una trayectoria personal, no sobre un título concreto. En tal caso, los recogerían los personajes por haber interpretado bien las órdenes del director. Los tocantes a las Letras no suelen enredarse en ningún argumento para despistados. La ficción tiene su porqué -hasta la ficción parte de la realidad-. La literatura es una llave. Se puede guardar en el bolso o ir con ella en busca de puertas que abrir. El guión literario llega a suponer, en ocasiones, una emboscada para algunos de los pocos lectores que pueblan la República de las Letras. Los que tragan con los superventas viven en la Monarquía de la Industria -un parlamento alejado de la Literatura-. ¿Hasta del peor de los libros se puede sacar provecho?: dependerá del lector.
La novela ya no es un sólo un decorado para lectores paganos, “aturdidos por el tam tam de tanto reclamo publicitario y márketing alienante”, que clasifica Javier Tomeo. La novela es género de géneros porque hoy los abarca todos. Se suele utilizar la imagen del hijo acompañada de la obra terminada. Así, un disco o un libro suelen pasar por hijos del autor. Es preferible la consideración de gemelo. Lo recoge una cita de Faulkner: “Una novela es la vida secreta de un escritor, el oscuro hermano gemelo de un hombre”. Con frecuencia, esa población cuyo bienestar se alimenta del aletargamiento de los demás sostiene, cuando le conviene, que no hay que confundir al escritor con la persona. Los separa, a pesar de la íntima ligazón que los une. Ataca el concepto “intelectual”. Ante algunos cortesanos liberales habría que retomar las palabras de Aristófanes. Al dramaturgo le patearon una representación, a lo que respondió: “No venís a juzgar sino a aprender”.
Ocurre que en el terreno de la creación no hay novela, poesía, dramaturgia, obra literaria, sin pensamiento. Las páginas de un libro suelen dejar ver esa alma, ese oscuro hermano gemelo, y desde luego, tienen una razón de ser. “Uno escribe siempre contra algo”, afirma Vila Matas. La literatura no es aséptica. Hay un sentido, un trasfondo, que, junto con el estilo, supera con creces el argumento o “la historieta”. Lo escrito es una proyección de la personalidad. No se puede disociar el pensamiento humano de un escritor de su obra, pues ésta no es sino una fiel representación de lo que ocurre en su cabeza, no se puede disociar al autor literario de las ideas que suscribe. “La escritura es el rigor” (Umbral). “Un libro es un artefacto que te puede estallar en la mano como deben hacer las novelas: generar preguntas, generar llagas” (Javier García Sánchez). Por eso, separar autor de persona es, a veces, una mezquindad sólo comparable a la maledicencia de quienes manipulan y, en realidad, no gustan de literatura, prefiriendo una sociedad mansa -y no hay cordero digno-.
Porque las novelas ejemplares no son un invento de ilustre fregona cervantina, la literatura, el arte, siempre será abrasivo para los que se sitúen del lado del vencedor. Algunos no se dan por enterados: escribir es una consecuencia. Si todo marchase bien, nadie se sentiría llamado a emborronar páginas y páginas hasta dar con la alquimia, con la dosis justa -o no dar con nada-. Si el todo fuese perfecto, de hecho, no existiría libertad que pudiera macular ese estado de perfección. No habría seres libres, no habría seres libro.
La sinopsis, el argumento, no cuenta más que la excusa: la trama que puede hallarse en una publicidad de televisión. Lo que cuesta es sacar adelante la tesis con el adjetivo propio. El más allá del argumento es la tesis. Lo que importa junto con la forma. La defensa. Unas veces puede bastar un poema corto y otras ser necesarias trescientas páginas para dejar en claro dos líneas. Toda creación, toda literatura defiende algo. Las fábulas, los mitos, los cuentos, no fueron iniciados sino por una motivación claramente explicativa, casi didáctica. Ese “algo” habido desde los inicios es lo que menos gente se cuestiona a la hora de leer. Se quedan en la anécdota. Les distraen los molinos de viento de “El Quijote”. Para algunos leer no debe de pasar de una humorada.
Si las musas inspiraron desde antiguo los versos del poeta o seis novelescos personajes corrieron detrás de Pirandello no fue gratuitamente. Hay razones de fuerza mayor que escapan a la trama. De las novelas ejemplares, claro.