2 de febrero de 05
El Constitucional acaba de rechazar el amparo solicitado por Ismael Álvarez contra su condena por acoso sexual. Se confirma de esta manera la sentencia del Tribunal Supremo. “Existe una actividad probatoria suficiente”. Titulares y entradillas aparte, un apunte: la resolución ha sido dictada por unanimidad. Para llegar aquí han sido necesarios, además del testimonio de la víctima, las declaraciones y los informes de tres siquiatras, un sicólogo y un médico forense. Supongamos que finalmente ha merecido la pena esta travesía del desierto. Ella, feliz pero exiliada. Han pasado cuatro años y esta historia, como dice Juan José Millás, no termina ni bien ni mal. Termina regular, “como casi todo en esta vida”.
Juan José Millás es el autor de un bello libro titulado ‘Hay algo que no es como me dicen’. En él repasa soberbiamente la cronología del ‘caso Nevenka’, del que se pregunta por qué nunca fue el ‘caso Ismael Álvarez’. Se dice a veces que las caras son un poema. La de Álvarez -que debería leer ‘Crimen y castigo’ por si aprendiera algo- se acerca más a un retrato que a nada cercano al verso. Con todo, tras la resolución, el condenado ha llegado a manifestar de manera contundente que no tiene nada de que arrepentirse. Es más, amenaza con acudir al Tribunal Europeo de Estrasburgo. ¿Querrá dañar más su ya escasa credibilidad? Allá él. Además, desprecia abiertamente el Estado de Derecho consagrado en nuestra CE: ni siquiera le importaría que se pronunciasen en su contra “doscientos jueces”. Tal cual.
Toca tarta y celebración. Pero también restañar la mancillada virtud de Nevenka. Es momento de poner a cada uno en su lugar, recordando quién la culpabilizó. Quién la ha estado poniendo -y todavía pone- en cuestión, quiénes se han chasqueado de ella y le han negado hasta el beneficio de la duda. Tampoco hay que olvidar los burdos rumores -y no precisamente de Javier Krahe- que se hicieron circular para desacreditarla. Incluso los apoyos aduladores al condenado por parte de la mismísima Ana Botella y del propio Amancio Prada. Los dos tienen momentos ‘de gloria’. La teniente alcalde de Madrid y concejala ¡de Servicios al ciudadano! -...- y mujerísima del ex presidente Aznar -el mismo que se desinfló un catorce de marzo y que arrastra afonía hasta la fecha-, se ha manifestado en estos términos: “Ismael es un hombre de actitud intachable”. Toma ya. ¿Hasta ahí llega la disciplina de partido?
Hay hasta quien mentiría delante de un juez sacrificando la verdad a costa de seguir participando en su cenáculo preferido. Millás traza una novela periodística tan impecable como implacable, en la mejor tradición del periodismo literario. Una novela de no ficción, una novela-reportaje que tiene más de periodismo informativo de creación que de periodismo de creación a secas. Lejos de la mera exposición de unos hechos, ‘Hay algo que no es como me dicen’ empieza cuestionando de raíz la entrada triunfal de la joven en política. Con tan sólo 24 años, recién terminada la carrera de Empresariales, se le encarga la gestión de un presupuesto de 6.000 millones de pesetas. Pero como un Holmes ‘elementalizado’, no pierde tiempo en rodeos. Cuenta cómo, cuando era niña, a Nevenka le gustaba mirar una pecera que tenía en casa. Un día su madre llevó un pez negro. “Un bicho grande, gelatinoso, que, al abrir y cerrar la boca, como es habitual en los peces, componía una expresión repugnante de suficiencia o de crueldad”. A partir de ese momento, la calidad de vida del resto mermó. El autor recuerda que los peces, “como los seres humanos”, son caníbales. Y nos enseña que, como las personas, pueden sufrir de estrés: perder una aleta, caérseles las escamas, apagárseles los colores...
Nevenka pidió a su madre que retirara del agua aquel pez. No le gustaba. Pero no recibió caso. A medida que el tiempo pasaba, el de colores se iba deteriorando. A veces, ni se movía. Hasta perdió la aleta caudal, lo que le impedía guiarse en la dirección. Los acercamientos del agresor en apariencia parecían inofensivos; el pez de colores ya nada podía hacer por defenderse. “¿Por qué cuando te tocaba el culo o te sujetaba las manos contra la pared de su despacho para besarte contra tu voluntad no te defendías?” Y es que hasta un fiscal -García Amos- llegó a insultarla así.
La madre no la hizo caso y mantuvo al pez negro. Su conducta era de código penal, por eso “mientras la familia cenaba viendo la televisión, a tan sólo unos metros, en el interior del acuario se estaba desarrollando una película muda de terror”. En las páginas del libro se detallan las etapas anímicas por las que pasa “la mejor concejal de Hacienda”. Antes, el autor valenciano había confesado: “Cuando viajé a Ponferrada y conocí de cerca la atmósfera moral del Ayuntamiento, me pareció que era un microcosmos de peces negros en el que había ido a caer inocentemente un pez de colores. Las posibilidades de que Nevenka sobreviviera en aquel ecosistema brutal eran simplemente nulas”.
La primera vez que Nevenka quedó con el escritor, en el bar de un hotel de la Gran Vía madrileña seguramente no atisbó el tacto con el que iba a tratarla ni tampoco en que se iba a convertir en la protagonista de un gran libro. Millás le hace carantoñas con las letras. Desvalida en un comienzo, Nevenka se descubre al final poderosa. Como decía la canción de los Clash, luchó contra la ley. “Se autoexcluyó del grupo social y cultural al que pertenecía sin tener otro de recambio”. Es por méritos propios un portentoso ejemplo de dignidad. Para estudio queda el rastreo de Millás del angosto tramo en que se movió para pasar de villana a heroína. Para poner las piezas en el tablero como correspondía.
En la novela, la sociedad es un personaje más. Cainita, reaccionaria, acomplejada, amiga de rencillas y venganzas, “misógina y brutal”. Una sociedad, en ocasiones, incapaz de valorar la justicia social. Que vitorea al popular, que le desea en una estatua. Y para humor negro, el del Ayuntamiento de Ponferrada, que propuso honrarle con un centro cívico a su nombre. ¿Dónde pasa esto? Como Castilla la Nuestra, ‘ecosistema brutal’, es cutre, despoblada y reincidente en el voto, machista y cacique hasta la médula, quien ahora -después de todo-, puede pasear a sus anchas por Ponferrada es él, no ella. El pez gordo convertido en pez negro. El último escarnio. Pero, también, el definitivo. Quien apoye al ex alcalde, al abusador, estará de espaldas a la misma ley a la que se enfrentó nuestra protagonista y de la que salió bien librada.
Es conmovedor el retrato del ingenuo pececillo y de las fauces de la política entendida como poltrona, interés y en beneficio propio. Ismael Álvarez, ex alcalde ponferradino del PP y hacedor de “operaciones urbanísticas algo dudosas”, construyó una tela de araña pegajosa que atrapó a una concejala convertida en ojeras y un hatillo de huesos. Una “recién salida de un campo de concentración”, como se la definió más de una vez en los peores momentos. Hay muchas moralejas del periplo recorrido por la protagonista. Otra es que siempre viene bien tener alguien a tu lado un Lucas -¡no, Juan José, no!-, alguien con quien estar a gusto sin necesidad de nada más. Alguien que se defienda de los afectos, aunque viva entregado a ellos...
“A Nevenka, de adolescente, le gustaba sentarse en el suelo y observar cómo los peces de colores iban de acá para allá con la aparente falta de intención con la que las ideas se movían dentro de su cabeza -la cabeza, según Gómez de la Serna, es la pecera de las ideas-”.