Mendicantes e impudores compartidos

12 de diciembre de 04


Mario Amilivia ha conseguido la Alcaldía leonesa para el Partido Popular gracias a una moción de censura apoyada por dos tránsfugas de UPL. De esta manera, ‘El Giocondo’, o sea, Zapatero, ve desde Madrid cómo pierde León y deja de ser profeta en su tierra. “Jo, cómo voy a explicar esto en Europa”, piensa el que ahora hace gatadas.

Por cada abucheo que recibía don Mario de cada una de las más de dos mil personas que se congregaron en la plaza de san Marcelo en señal de protesta, el edil paseaba más ufano. Parecía sacado de una pieza de programa del corazón, emulando a una Pantoja cualquiera -“Dientes, eso es lo que les jode...”-. El ahora regidor exhibía una banda como si fuera una modelo recién coronada. Una cinta atravesada desde su hombro derecho hasta el costado opuesto. Rojigualda, con estampados negro bochorno.

Sobre la ‘emoción de censura’, EL MUNDO reproducía acertadamente unas declaraciones del recién nombrado, y titulaba: Amilivia promete “ambición por León”. Cuando la camisa de la política se tiñe de ambición, no hay lavadora que quite las manchas del gobierno especulativo. En este caso en vez de comprar y vender valores, se opera con favores. El editorial de DIARIO DE VALLADOLID redundaba: “Ayer se concretó penosamente una historia bochornosa”. En las instituciones regionales falta programa y sobran buhoneros de la política. No estaría de más inhabilitar a aquellos que acuden a los basureros en busca de concejales de repuesto, que rubrican olvidos y conveniencias en sedes como sentinas.

Los tránsfugas, taimados como las zorras, vuelven a escenificar episodios nacionales de medio pelo. No obstante, el regidor nombrado por la gracia de Dios duerme bien porque obtuvo “más votos que el segundo partido” cuando los comicios. El gobierno de la lista más votada no tiene por qué coincidir con la suma de las voluntades individuales: no hay nada de malo en ofrecer a los electores la unión de programas potencialmente parecidos, como hacen PSOE e IU en muchos casos. Fruto de esta ligazón, puede contabilizarse un mayor número de votantes contentos. Cuando las preocupaciones de dos partidos son comunes, cuando se produce un acuerdo limpio y programático en virtud de puntos de vista cercanos, ambivalentes y flexibles, la lista más votada no representa la visión más compartida.

Pero la fábula tiene otra lectura: el nacionalismo y el conservadurismo, más que políticos son egoístas. El primero se mueve por beneficios microscópicos, australopitecus, inconstitucionales casi; el segundo reclama economía y adolece de ideas, se basa en el interés -cuántas veces ha deseado el cacareado fin de las ideologías y de la distinción izquierda-derecha-. Los dos tienen algo de lupanar manchego en tiempos de Sancho; los dos hacen fonda con los fondos.

Qué sería de una comunidad de vecinos si el propietario de un inmueble fuese ‘morador-nacionalista’. ¿Cómo apoyar que el del octavo tenga más derechos que el del primero? ¿Cómo comprender que, al usar más veces el ascensor, es un vecino más respetable? ¿Cómo admitir que, en última instancia, quiera llevarse su piso fuera del bloque?

A nadie debería escapar que peor que engañar puede ser consentir el engaño. Cervantes ya apuntó algo al respecto. Y el Código Penal vigente, también -la ley no trata precisamente con benevolencia al cómplice-. El de Alcalá de Henares era comprensivo con el pícaro pero dejaba en muy mal lugar a los que soportaban el engaño. En este caso, el grupo popular se ha convertido en alcahueta de la mentira, de la bazofia, de la cañería anegada. Los dos partidos que dominan la meseta de León caminan entre ‘La Celestina’ y ‘El coloquio de los perros’.

Amilivia toma el poder mirando hacia otro lado. Trece partidos, incluido el popular, firmaron el 7 de julio de 1998 el Pacto Antitransfuguismo. El punto dos hablaba de “impedir la utilización de tránsfugas para constituir, mantener o cambiar las mayorías de gobierno en las instituciones públicas”. Papel mojado para los populares. Pero no es la primera vez que se usan malas artes de este tipo en la formación. Antes, Zaplana o Aguirre habían aprovechado que unas listas cerradas se rompían para poner los escaños de uno al servicio del adversario –esto es, del propio-. Para colmo de desfachatez, el PP promovió desde el Gobierno un ‘Código de conducta’ que, aunque no tenía valor jurídico vinculante, velaba por una buena imagen cara a la sociedad y alejar a la clase política de prácticas antiestéticas.

Francisco Fernández, alcalde saliente, asegura que han triunfado los números, “no la razón”. Este hombre no sabe que el triunfo de la razón rara vez se produce, por eso hay tanta tentación de imponerla. El cultivo de la razón lo preconizó Descartes y está en el método. Y los métodos populares, lejos de ser virtuosos, están emparentados con el golpismo. No me refiero a Venezuela, sino a los atletas que saltan con pértiga los pactos antitranfuguismo y acaban venciendo contra el sentido común.