17 de diciembre de 03
“La legislación evoluciona a favor de las mujeres; las mentalidades, no”. La declaración pertenece a Mary McPhail, secretaria general del Lobby Europeo de Mujeres. Pero si éstas -las mujeres-, pese al arsenal de normas, siguen padeciendo discriminación en la parte interna de la Unión Europea, su situación en los países del Sur difícilmente podría catalogarse.
Que el mercado laboral vela discriminaciones constantes es una verdad que se demuestra en cada estudio, a pesar de que 18 millones -de los 23 presupuestados a estos efectos- se dedican a planes de empleo. Lo trágico arriba cuando la soledad del hogar ampara pequeños dramas domésticos. Siempre que esto acontece, los Derechos Fundamentales son papel mojado y todo asomo de solución pasa por una legítima esperanza de mayoría de edad educativa. La dignidad humana pende, en demasiadas ocasiones, del hilo del sexo y de poco sirve ningún Constitucionalismo. Hoy día, en nuestro país, al menos, 65 mujeres han muerto a zarpas de sus parejas desde que estrenamos 2003. La última, ayer.
Somos vidas de cieno, crecemos de espaldas a lo razonable, a Leibniz y a la tolerancia. A la realidad y sus variantes (intolerancia es no aceptar la realidad). A veces aparecen actitudes más propias del s. XVII que del milenio que protagonizamos. Ese riesgo viene de asumir la pauta social. Y ésta no va muy encaminada. La fuerza animal nunca fue seducida por la sensibilidad, por el ataque de la duda. Sin conciencia hay justificaciones puritanas.
La belleza integral padece de anorexia. La razón libra guerras Napoleónicas pero se advierte enseguida acosada y vencida por el déficit cultural y estético. Y es que tanto avance democrático e ilustrado, para acabar tropezando con el último freack televisivo, cuando se sabe, además, que la virtud no es telegénica.
Las relaciones pueden zozobrar, e irse a pique incluso. No pasa nada. Pero la lealtad de pareja a veces resulta un barco de papel bogando por aguas pútridas. Es la inclinación materialista lo que nos pierde, el sentido de propiedad de las cosas. Hay quien trata a la gente como si ésta fuera una biblioteca, y así quien llega a sentir algo por los libros. Aunque luego los dejen inertes en la estantería. “Madame Bovary” o “Ana Karenina” son claros ejemplos de fracaso, de malogro matrimonial pigmentado de escorzo y literatura. La Literatura y el Periodismo son un todo diferenciado por una delgada línea de género. Los dos están en la calle menos pensada, pero son una realidad diferenciada debido a que la literatura es, además, una evasión, no un guión de dimensiones diferentes (realidad y fantasía).
El fin del amor poco tiene que ver con conductas violentas. Ese germen ya está en el momento en el que se regala la mutua alianza. Germina desde que se cruza -o impacta- la primera mirada. Las ilusiones de Emma Bovary se ven ahogadas por un mar de esas aguas de desesperanza; los conflictos internos de la protagonista de Tolstoi se convierten en una soga que se cierne alrededor de su cuello. La antigua condena social es hoy un homicidio sumarísimo o una tortura prolongada, según los casos. Una macroencuesta del Instituto de la Mujer publicó, este mismo año, que más del 11% de las españolas mayores de 18 años padece malos tratos; casi dos millones de víctimas.
El Estado es cada vez menos Estado y más iniciativa privada. Así las cosas, parece que no hay fondos públicos para personas públicas en este particular. La obligación a respetar debe ser prevención, sobre todo. Medios, esto es. Profusión de centros que garanticen una denuncia en comisaría. Y que, antes de llegar a ella, la mujer trabajadora no cobre un 30% menos.
Para algunos estudiosos, lo característico del siglo XX no fue ni la Revolución China ni la II Guerra Mundial, sino la liberación de la mujer. Sin embargo, el modelo neoliberal favorece los pactos de estabilidad y un equilibrio fiscal mal entendido, “de déficit cero cada año”, como reprueba el mismo Luis Ángel Rojo, ex gobernador del Banco de España. Paralelamente se pide en París que el Índice de Desarrollo de los países lo marquen más aspectos que el puramente económico, y que, aparte del PIB, por ejemplo, cuente el acceso a la sanidad o a la educación. “El 75% de las víctimas mortales no había presentado ninguna denuncia”, admite la controvertida Miriam Tey -directora del Instituto-.
Que los finales trágicos no sean mala influencia para la confianza. Que no tapicen vidas de negatividad ni sirvan de ejemplo involuntario. Y si llega el desamor, que quede el respeto. Y si no hay amor que coser, que nunca llegue pareja a enhebrarse. La oveja descarriada, que paste en solitario para no dejar hijos de tal palo tal paliza. En busca de ello se pretende financiar algunas ONG para programas de reinserción, dirigidos a las personas maltratadoras.
El amor conyugal y la convivencia violenta son un mal oxímoron que no sirven ni como verso. Óbitos de vergüenza, impulsos de indignidad, heridas de amor huido... haya servido esta lorquiana defensa para glosar, poéticamente, algunas de las verdades más despreciativamente prosaicas. Esa persona que se echa los principios por montera es la peor acepción del ser humano. Ni social, ni político.
La violencia doméstica, como los casos de terrorismo o drogas, no pasa de ser la manifestación externa de una enfermedad. Para erradicarla o corregirla habría que trabajar en la línea de la democracia. De una demos con pilares de libertad y bóvedas de crucería sociales: hacer un raro que vuelva el aire respirable. Los malos tratos encuentran jergón en unas cerdas que, desbocadas de economía y rendimiento pronto, apartan cada vez más al ciudadano de Pericles.