19 de junio de 04
Castilla y León no es ni galgo ni podenco, sabido es. Pero podría ser la decimoséptima comunidad sin necesidad de poner la cama. Nos viene pintada la canción de Juan Perro: “En sus ojos brillaba una queja, pero el plato vacío está / En su pellejo arrugado las pulgas hacen congreso”. Se la dedica a un perro flaco. Un título así referido a Castilla la Nuestra es intemporal. A la par, cada vecino pide lo que se supone le corresponde. Los nacionalismos son el no va más contemporáneo. A la carta: unos metros cuadrados o una raza, un folclor o las religiones, procesos de emancipación a lo 1789 o unos legajos. Si Castilla la Vieja era un artefacto estropeado, Castilla y León es un quiero y no puedo, es fatula por definición -fatulo/la. adj. Dicho de un gallo: que no sirve para la pelea a pesar de ser grande-. Y es que la mayor región de Europa es seguramente la más ninguneada. Que no anodina. Aprovechando que el Tormes pasa por Salamanca, un pícaro se ha subido a lomos de la burra que transportaba al ciego fatulo. El gobierno catalán quiere ser un Lazarillo para Europa desde España.
El nacionalismo moderno se comenzó a dar en la Edad Media y hoy se mueve en la UE en la contradicción. Los seis siglos que nos separan deberían haber aportado más significado. Todo esto viene a cuento por lo siguiente: Cataluña reclama unos documentos que Franco les arrebató. No ha habido otro tema en la última quincena. Franco salió del Pardo un día a cazar y acabó en Cataluña. Sus acompañantes disparaban las piezas por él. El dictador sólo las recogía del suelo. Y alguien debió de fijarse en esos documentos. Franco, que era obediente, recogió la presa.
-¿Y ahora qué hacemos con estos papeluchos?
-Ya veremos.
Acabaron en Salamanca.
¿No es deseable que la documentación habida sobre un acontecimiento repose toda junta? En donde sea -en este caso, en Salamanca-. Mal estaría la caza franquista, pero si ahora cada región se llevase “lo suyo”, necesitaríamos 17 archivitos para contener las informaciones individualmente. Y, esa Guerra Civil fue ¿catalana, vasca, andaluza... o fue española? Convendría repasar la lección de las categorías. El carácter general -un archivo único sobre la Guerra Civil- debe prevalecer sobre las reconquistas nacionalistas. Aunque, puestos a reclamar, como recogía el editorial de este diario el 19 de mayo, “Castilla y León sería protagonista de patrimonio expoliado, repartido por todo el mundo -especialmente en Cataluña-”.
Tomar distancia es buen consejo para avistar lo que sea. A veces hay que mirar lejos para apreciar nuevos aspectos de lo cercano. Los días 11, 12, 13 y 14 de marzo se vivieron por la antena parabólica más que por la tele pública. Interesante es saber cómo se respira por los Pirineos. ¿Qué se cuece en la parte demandante? Desde la barrera, la prensa catalana apoya por duplicado -o triplicado, si contamos “Avui”- a su Tripartito. ¿Se trata, pues, de una guerra de intereses?, ¿de una llamada a la justicia que una de las dos partes no sabe ver?, ¿o es que somos subjetivo-provincianos todos?
Escapa hizo un artículo que era “El rapto de las sabinas” versión regional. Antiguamente, raptar doncellas constituía el botín más preciado en las guerras. En la Roma primitiva, la continuidad de la ciudad dependía del componente femenino. No creo que sea vital para Cataluña la tenencia de tal o cual papel, aunque sí confirme un paso más en su nacionalismo pijo. En los límites de la península ibérica están sorprendidos por “el 2 de mayo salmantino”. Titulan: “Salamanca habla de atraco”. Pero no nos equivoquemos: tampoco dedican a la cuestión grandes títulos porque les ocupa un tema más importante, en el que no hay que ceder “ni un milímetro”: el catalán en Europa. La inclusión de la lengua oficial de Cataluña en la Constitución europea para su normalización. “Lo contrario sería un ejemplo de discriminación”. Eso es lo que les ocupa.
Allí, el PSOE -o PSC- es quien ha solicitado los papeles. IU y ERC se han limitado a apoyar la moción del grupo mayoritario. En “El Periódico” se lee que de nuevo los catalanes tienen que pedir algo “tan obvio y tan razonable”; el columnista Joan Barril se pregunta si tan difícil sería “devolver los originales a Cataluña y dejar en un buen museo las copias microfilmadas”. Son varios los que apelan por esto. Y no deja de ser una opción interesante y constructiva.
A Castilla, a Salamanca se nos/les adjudica un lenguaje mendrugo. Se recalca por activa y por pasiva que su alcalde es derechista. “La Vanguardia”, que representa el lado moderado, dice, literalmente: “Prietas las filas. Ésa parece ser la consigna dictada. El alcalde del PP, tajante” y habla de una “monolítica posición”. El rotativo recuerda la masiva manifestación del 30 de marzo de 1995, en la que Torrente Ballester clamó “por los derechos de conquista”. Julián Lanzarote, alcalde chusquero, dice que si tiene que tomar “medidas drásticas”, las tomará. La crónica termina demoledora: “Salamanca ofrece contrastes. Junto a la ebullición juvenil y universitaria, un operario municipal se afana en devolver el lustre al medallón con la efigie de Franco de uno de los arcos de la plaza Mayor”. De catetos para arriba nos ponen.
Los papeles de Salamanca es un quítame esas pajas por unos legajos. En todo caso, parece que el Tripartito ha luchado más por recuperar lo expoliado que la Junta por mantener lo conquistado. Es la historia de un joven y envalentonado gobierno. Mas esta reivindicación parece el último capricho del poderoso. La puja fácil del que va arrasando por Serrano. Y Castilla y León es poco más -y nada menos- que la cuna de la Lengua. A pesar de la cornisa cantábrica y las glosas silenses y emilianenses.