20 de noviembre de 05
Zetapé ha pasado unos días casi a pregón diario, como un romano antiguo, intentando convencer al personal de que las ideas que le ha metido Maragall en la cabeza no son malas. Justamente el ‘president’ las aprendió de la cuadrilla del tres por ciento, o sea, de cíu y las matizó después con el inestimable aliño de ese adorno gaudí que es Carod.
Castilla y León ha salido de los debates sobre el estado de las autonomías como una región más. Esto, que podría ser positivo, al encarnar nosotros la realidad se torna negativo. Pasa que, a veces, ser ‘uno más’ equivale a ser ‘uno menos’. O sea, que pasamos inadvertidos no obstante de lo grandes que somos y del exquisito trato que se profesan Juanvi y el presi de la nación nación. De la nación con mayúscula. De la nación de naciones, quiero decir.
La Comunidad mira lo que se cuece en los escaños desde el paraíso del Parlamento, esto es, desde el gallinero, esa jaula destinada al público. Abajo se sientan Cataluña, País Vasco, Valencia, Galicia e incluso hasta Canarias. No sé qué pensarán en la Academia de la Historia –deberían pronunciarse sus académicos-, pero Maragall lo ha dejado claro: sólo hay tres regiones históricas. Y la que él preside, la que más.
Todo esto sonaría ‘sospechoso’ si no fuera porque Súperzapatero y los suyos –o sea, todos menos el Partido Popular- han completado las comparecencias para la cosa del Estatuto de Cataluña con éxito y seguridad. Si cabe destacar algo es precisamente la propuesta de que la financiación saliente sea fruto de un pacto entre todas las autonomías y no se resienta la igualdad. En este punto, el ciudadano se tranquiliza y con ello finalizaría la propaganda de la reforma discriminatoria.
Mientras nuestros vecinos franceses sacan lustre a leyes de 1955 y a toques de queda; mientras ellos miran hacia atrás, nosotros miramos hacia delante: vivimos un presente que casi es futuro. Son tiempos importantes: la fisonomía del Estado puede ser modificada sin necesidad de pasar por corporaciones dermoestéticas.
¿Qué lugar ocupará Castilla y León después de la bacanal de estatutos por llegar y el incipiente federalismo? Seamos positivos, el modelo que viene podría sacarnos de pobres y todo. Bien mirado, todo federalismo que no sea asimétrico debería resultar igualitario por definición; la caja central no es de madera susceptible de termitas. Al fin y al cabo la única muerte del Estado, si alguien la ha propugnado alguna vez –más de una- es la derecha y ahora se la da de digna apelando a él.
Sin ir más lejos, por echar leña al fuego y seguir a lo suyo, a un contertulio economista de la Cope se le escapó una alabanza velada a la cosa federal: “Maragall no puede querer eso, querrá la independencia, porque federalismo es igualdad”. Y dejó a la izquierda que lo escuchó mucho más tranquila. Porque de lo que se habla no es de independencia. A menos que yo me haya perdido algún capítulo del tema.
Semanas antes del chaparrón mediático, de las ofertas de diálogo, por una parte y de empecinamiento conservador, por la otra, los enterradores cavaban la fosa sin saber qué cuerpo ocupará el oscuro y subterráneo recinto. Y es que alguna víctima se va a cobrar el asunto. Pero no todos tienen lo mismo que perder: lo que podría ser otro perdigonazo en el costado de un cervatillo, al toro malherido de la derecha –que siempre que puede, cornea- le vendría a suponer la puntilla. Si el director de orquesta maneja como debe la batuta y no tolera desafines, los tres tenores Rajoy-Zaplana-Acebes deberían obtener la jubilación anticipada.
Días antes del chaparrón político, en vísperas de guardar, aprovechaba la prensa catalana para advertir de que el crecimiento de Cataluña se sitúa por debajo del de la media ‘comunitaria’ española. Rajoy, que lo lee, pide lanzallamas a los obispos para avivar la disidencia a cuento de una ley educativa que, por encima de todas las lagunas que efectivamente presenta, ¡no cree en Dios! Quiere que los niños se acerquen a él sin cambiar de sexo ni de asesor de imagen; quiere que la colegialada rece todos los días un padrenuestroquestásenelcielo. Es su modo de entender la aconfesionalidad del Estado.
Las tareas más arduas siempre le han correspondido por naturaleza a la izquierda: desbrozar los presentes, sacar el machete y abrir camino en la maleza, arriesgar el patrimonio al rojo o al negro, jugarse la vida a la ruleta soviética. Unas veces gana pero casi siempre, aunque el tiempo le da a menudo la razón, pierde de primeras. Y no por las formas sino porque en su mismo credo, la izquierda orgullosa de sí misma, intervencionista y pública, figuran las causas perdidas de antemano. Y ahí se halla el tripartito, jugándose de nuevo el porvenir. El antiguo bambi, hoy reconocido ‘killer’ de la política, afila los colmillos en la yugular de la derechona, que nunca lo dejará de ser, ya que los tópicos sobreviven debido a que llevan casi siempre una mayoría absoluta -nunca unánime- de verdad.
Cantaba y canta Lluís Llach: “Si jo l´estiro foro per aquí i tu l´estires foro per allà, segur que tomba”. La estaca a la que están atados en la actualidad los catalanes ya no es el antiguo régimen sino la España de las autonomías. “Si no conseguimos liberarnos de ella nunca podremos andar”. Y en el barullo, colaboran los populares; unos la estiran por aquí, otros por allá. Y entre estos unos y estos otros harán que la ‘estaca’ caiga. Días de estiramientos: nuestra clase política al completo se asemeja a una compañía de ballet antes del estreno. O a un equipo de gimnastas. Estiramientos propios y ajenos. Calentado los músculos de las piernas y manejando la pelota, la cinta, la estaca y la cuerda. Unos y otros haciendo elástico un metro de cordón de zapato zapatero -estirando igualmente la paciencia del respetable-. En última instancia, cada cual escoge con qué soga se ahoga.
En un extremo todos, en el otro un ‘valiente’ y solitario PP que en cualquier momento se va a caer de culo. La temperatura dentro de un coche francés equivale a la de los estudios radiofónicos curejos o a la de alguna redacción que presume de razones pero no nos dice de lo que carece. Deberíamos confiar en que lo beneficioso para el país es terminar la progresiva descentralización que llevamos años ‘cuidando’. ¿Por qué echarse las manos a la cabeza si soltamos la magdalena de Proust a medio metro del suelo y ésta se despanzurra en el cemento? ¿La ley de gravedad es la preocupación que merece legalmente un hecho o es otra cosa que tiene más que ver con la caída de los cuerpos? ¿Acaso las descentralizaciones no terminan, como poco, en un Estado federal?
Puede ser que nos tengamos que ‘alejar’ para acercarnos más: “En un estudio reciente la OCDE –organización a la que, dos semanas después el PP apelaría para hablar de nuestra ‘mala educación’- muestra que los países con un mayor grado de descentralización, como Alemania, Canadá, Estados Unidos o Finlandia, tienen una mayor cohesión territorial, medida por una mayor igualdad en la renta per cápita regional. Por el contrario, los países centralizados tienen menor cohesión territorial. Desde que se inició el proceso de descentralización en España hemos ganado en igualdad entre Comunidades”. Zapatero dixit. Hay partidos que llevan decenios defendiendo esta fórmula, como IU, precisamente partido que nació en la idea centralista.
Una cosa me sorprende: el aparente cambio de discurso de don Pascual en apenas un lustro. El miércoles 2 de noviembre, mientras escuchaba a los oradores, revisaba la hemeroteca que me hacina en la habitación. Don Pascual, entonces jefe de la oposición en el Parlamento catalán, manifestaba: “Pujol no cree en el Estado de las autonomías”, como posicionándose a favor y marcando distancias con el sentimiento nacionalista. El lunes 10 de abril de 2000 en ‘El País’: “Si el Gobierno catalán hubiera hecho algún gesto de protección de los derechos de los castellanohablantes en Cataluña, todos estaríamos mejor”; “España es un conjunto de pueblos en un terreno de juego común”. El doctor Jeckyl ya defendía la vía federal pero, ¿le cogieron en un día especialmente comprensivo?
Era 2000. Eran otros tiempos. Acababa de nacer Gran Hermano en televisión y el mar de la actualidad estaba revuelto. Normalmente el tiempo ni quita ni da razones; nos hace más viejos, simplemente. Y las cosas cambian y las nubes se levantan. En 2000 la gente se hacía de cruces a cuento del concurso y hoy, curados de espanto, convivimos con la ¿séptima? edición. Antes, lo criticaban Almudena Grandes, Luis Antonio de Villena; hoy lo más que despierta es indiferencia. Que no es poco.