9 de enero de 05
Francisco Umbral es un orgullo de la ciudad porque es un vallisoletano apócrifo. Aun siendo hijo de Greta Garbo, él nació a la vida literaria aquí. ¿Qué ocurre para que ahora el Pisuerga vuelva en ocasiones la vista a mitad de sus artículos? ¿Por qué las aguas contaminadas le ponen mohines? La pluma aviesa de Umbral se vuelve dócil... El otrora expedito votante rojo, afiliado al rigor, pone paños fríos sobre Llamazares y quien sea. De vez en cuando tiene espasmos de lo que antes fue coherencia: en abril de 2003 reclamaba las 35 horas de IU. Pero no es la norma. Si, como mantenía Ayala, los personajes reales dejan de serlo cuando los aprehende la Literatura, a este Umbral lo ha capturado un ‘columnado’, esto es, algún secundario de sus trabajos periodísticos. Con la edad se pierden facultades, y este decrecimiento comienza al final de la adolescencia. Bastante le han durado. ¿O es que el carácter estrenado es una nueva muestra de personalidad?
A Umbral el cambio de milenio, eterno él, lo pilló con el paso cambiado. Se hizo escéptico, descreído, viejo en doce campanadas. La lengua le ha dado todo en la vida y cada día le ‘intenta’ odas. Pero ahora no escribe Ibarreche con ce hache como una reverencia al castellano, sino al modo de Ansón. El Umbral del órdago, de la palabra alta, de la consecuencia, se ha quedado en provocación sin el contenido acostumbrado. Así que cuando tiene que escribir de Barjola, se le hace la memoria huésped. Umbral desde principio de siglo parece un personaje más de su colección de esnobs. Un dandi de las letras que dejó olvidado en cualquier parte el tapón de su perfume; las esencias se disputan la acracia del espacio exterior; los efluvios que huyen del frasco optan por un final literario en honor a su dueño: el suicidio.
Él, que en los noventa seguía creyendo en la izquierda sin maquillaje. Él, que opinaba que había que meter una buena dictadura del proletariado. Él, que en una entrevista a ‘EL MUNDO’ en la segunda mitad de los noventa, explanaba que su modelo de sociedad, su ideal, era una dictadura de izquierdas. Él, que fue tan levantisco, da pena que acabe como un Azorín más, como un Ramiro de Maeztu paseando por los madriles su defensa de lo establecido.
Ahora que hay eurocomunismo, que las Ideas se adaptan a los tiempos y la izquierda es occidental, verde y ‘comprensiva’, ahora que no hay rubor en oponerse a la socialdemocracia desde la izquierda, ahora que no caben las dictaduras, nuestro autor se hace ‘pragmático’ -aunque el pragmatismo aduciría que no hay nada práctico en esquilmar la Tierra, acabar los recursos naturales y echar un pulso al destino-. Dicen que su gata Loewe -los gatos, esos animales libertarios que amaba- le envida las miradas felinas de antaño. Su querido autor se deja embaír por las piernas que trasluce la falda de Pilar del Castillo o por la aparente simpatía de la Trini. Está cansado de programas. Está perdonado. Ya no le preocupa la dialéctica. Le ocupa vivir, que lo tiene agotado. Lo tiene ganado, también.
Para un militante de la concupiscencia, un hombre de convulsas obscenidades, para un ácratico republicano de izquierdas, la jugada maestra es follarse los emblemas, las palabras mayores -como lo sería en 2005, echar agua oxigenada sobre la quema de iglesias, que el alcohol avivaría el fuego-. El retruque definitivo de Umbral ha sido acostarse tantas noches con España, haberla metido mano a su gusto. Cuando y como ha querido. España le escribe al dictado y puede que más de un día le haya enmendado la plana de una metáfora conservadora.
Umbral -ahora más que nunca- es mortal y prosa. Como prosa, la letra se resiente -yo no soy nadie para descubrirlo y por eso lo enuncio-. Como mortal, cualquier día renegará de renegar. ‘O sea’. Cualquier noche compartirá cena con el César Visionario en su dacha. Conocedor de la muerte, no la teme ni se la ‘teme’ a los demás. “La mujer se pasa la justicia por su blanca mano y ya era hora”, escribe sobre la violencia conyugal cuando la ejerce una hembra. Estilísticamente, se podría comprender. Pero insiste: “Uno animaría a las señoras a matar más como solución a sus problemas domésticos”. También, “contra la opinión de los taxistas”, defiende que ellas conducen mejor...
Seguramente esté sufriendo su ‘glasnost’ particular, sovieticazo él. O tal vez padezca una vulgar perestroika. Al fin y al cabo, Gorbachov repartió alabanzas al infame Reagan cuando éste murió y defiende irresponsable e insolidariamente la energía nuclear para frenar el cambio climático, que es como matar el veneno con más veneno -una retirada a tiempo a veces vale más que nada-. Quizás el mejor Umbral sea en pretérito, pero con su presente histórico sigue siendo inalcanzable a cualquier quintacolumnista actual o aspirante a cronista de Madrid en donde sea -se os nota tanto la copia...- Umbral es un transformista que se ha vuelto ‘vivido’, que así es como llama él a los vividores -también dice desnudistas-. A la vejez, viruela. De criticar las listas abiertas en IU porque le habían dejado sin Almeida y sin Sartorius, ha pasado a rozar lo ‘neocon’. De confesar que pocos como Anguita habían comprendido su obra, a desvelar los regalos que le hace Gallardón por Navidad.
Jordi Gracia escribió, a propósito de Umbral, que la cultura, como el amor, “a menudo es el resultado de un largo equívoco que el tiempo complica”. Fuera de lo común de manera absoluta, los que amamos a Umbral lo leemos incondicionalmente. Igual que Montalbán nació periodísticamente hecho, a Umbral le corría la tinta por las venas.
No creo que los domingos vaya a misa. Es más sano dedicarlos a trabajar y a la poesía, como hace García de Cortázar. Pero seguramente echa algún rezo a chais pijas. Porque otra cosa... una mujer le dejó el corazón roto y la polla de trapo, inservible -cito de memoria-. Y siguió escribiendo, ¡joder!, hay que ser un Dostoiesky. Pero el destino tiene nombre de mujer y le ha estigmatizado una tortícolis perpendicular a la derecha. Cuando se fue de vacaciones al más allá hace dos años ya lo hizo como un ‘hombre nuevo’. Que no se justifica un cambio así por un ‘marichalarazo’. En su lecho, el tósigo le jugó malas pasadas. La razón le hizo encargos envenenados. Y su corazón no respondía. ¿O era la razón? No, era la provocación.
Antañazo Umbral era el pan ácimo, hoy es un cortesano de pluma hábil. La mejor pluma, no haya dudas, que el genio es vitalicio. Hoy lo revolucionario es ser conservador. A fin de cuentas, es ir contra corriente de nuevo, contra lo que se espera de él, contra todo, incluso contra esas “vaginas llenas de bichos” o esos “muslos acogedores” que él fusilaba otorgándoles vida indestructible con su Olivetti.
En el cálido ártico de su retiro guerrero, hasta tiene palabras benignas para la mentira contumaz: dedicó una égloga a Acebes, cuando éste se disputaba la nariz de Pinocho con Aznarín. Al fin y al cabo puede que siempre haya sido un inadaptado con causa y no busque más que irritar al personal. A costa de cualquier cosa. “A uno le gustaría que Acebes tuviera porvenir”... 31 de julio de 2004... “Acebes se debatía contra la Gran Mentira”. Ya no es avieso, Umbral ha muerto. ¡Viva Umbral!