A pesar de Pedro llegará el lobo

13 de agosto de 06


Aparecía ante los medios afanada como un pastorcillo, con complejo de arreador de cabras. Reeditando ‘Pedro y el lobo’, en el papel estelar de Pedro. Divertido cambio de sexo. “Que vienen los Stones, que vienen los Stones”. Y los Stones no aparecían. ¿Cuántas veces los hechos llegaron a rebatir sus palabras? Le gustaba salir a la pradera a marear al rebaño. Existe otra teoría y es que la fábula se hubiese convertido en ‘Pedro y la loba’ y quisiera atemorizar al personal con aúúús. Pero eso de la loba la dejaría en mal lugar y además suena machista y grosero. Optamos, más fidedignamente, por la hipótesis del quirófano. Ella organizaba ruedas de prensa anunciando la llegada del lobo y los periódicos caían en el cepo recogiendo sus mentirijillas.

Quizás por cosas como ésta me gusta cuando calla. Pero, estando como ausente, erre que erre, volvió a mentar el nombre de dios –o de los dioses- en vano. Tan religiosos que son en el partido, hostia. “Que vienen los Stones, que vienen los Stones”. No nos fiábamos. Pero había tantas ganas de ver a la mejor banda de rock de la Historia en Valladolid que muchos hicimos la vista obesa y fuimos mansamente a comprar unas entradas que seguían sin estar disponibles. Segunda vez que se nos quedaba cara de tontos. Después de haberse dilatado la concreción del concierto hasta exasperar y de haberse anunciado fallidamente la venta por primera vez, la consejera del bosque había manifestado orgullosa la noche anterior que, “después de meses de gestiones” seguro, por fin, iban a estar a la mañana siguiente. Palabra de pastorcillo. El colmo. Como la memoria suele ser infiel, conviene recordarlo.

Pero la oposición agosteña andaba de holganza. Todas las semanas organizaba ruedas de prensa para disimular, pero vacaciona más que los escolares. El caso es que era febrero y no estaba. No podría precisar si anticipando las fiestas de verano o alargando las de Navidad. Nadie pidió dimisión alguna en Cultura. Por acción, por omisión, por incompetencia, inoperancia o por peras en dulce. El partido medieval que gobierna el castillo de Fuensaldaña tiene facilidad para solicitar del resto que lo haga, pero pensar un ‘motu proprio’ les causa jaqueca. La prédica con el ejemplo. Aunque el ridículo los acorrale en el hecho más importante habido en Castilla desde que fuera reino. No se trata de pedir renuncias a lo tonto, esta vez sobraban los motivos.

Repasemos algunas excusas ofrecidas a posteriori: -no estaba actualizado el sistema informático; -no se había firmado y pagado el seguro pertinente; -faltaba llegar a un acuerdo con las cajas de ahorro. ¡Y de ello se daban cuenta siempre la misma mañana en la que se tenía que estar vendiendo el papel! Chorras o trabajados, los pretextos dejaban constantemente al pastorcillo en evidencia, quien ya mostraba nervios y sonrojo -también pudiera tratarse de los primeros rayos de sol de la primavera sobre sus mofletes-. “¿Qué decimos hoy?”, preguntaba a sus asesores mientras trabajaban en un laboratorio inventando excusas futuras. No obstante, muchos empezamos a intuir que, en verdad, el pastorcillo no quería que vinieran sus satánicas majestades.

Nadie sabe qué conjunción de astros propició tiempo después que se comenzaran a vender las entradas -cochambrosas impresiones sin rastro del color y de la estética que las caracterizaba-. En ellas venía la fecha y la hora de un concierto en el que los escépticos y los ateos vaticanos nos seguíamos negando a creer. “Dejemos pasar el tiempo a ver qué malas nuevas acontecen”. Y acontecieron; y acontecieron.

Primero fue la caída de Richards desde lo alto de un cocotero, poniendo en peligro la gira y su propia vida. Un experimentado trepador semidesnudo de palmeras como él… ¿Acaso no habría viajado nuestro Pedro de incógnito a las islas Fiji, para tirarle una piedra, favoreciendo su caída de cabeza? Lo imagino agachada detrás de unos arbustos o semienterrada en la arena. En ningún caso haciendo ‘top less’. Después se conoció el ingreso repentino del segundo guitarrista Ron Wood en un centro de desintoxicación para curarse la bebida. ¿Quién le indujo a retomar la botella? Oficialmente, la causa estaba en el estrés de los conciertos y en la preocupación por la cirugía craneal de Keith. Pero aseguran quienes lo atendieron que llegó con cascabeles pastoriles atados al clavijero de su Stratocaster.

En mitad del desconcierto, nunca mejor dicho, en la Junta llegaron a intentar lavarse las manos, aludiendo a que ellos no negociaban, sólo patrocinaban. Sin embargo, en Gaupasa, teórica oficina de contratación del concierto, con Gay Mercader a la cabeza -manager del grupo en España-, puntualizaban: “La Junta de Castilla y León es la que organiza, nosotros sólo somos intermediarios”. Organizar incluye negociar –bajo el nombre empresarial que se quiera poner a una segunda cabeza-. Jugar con la gente lleva aparejo el descrédito. Finalmente los Stones vendrán y pondrán, en sustitución de la de Prokofiev, música a esta versión moderna del cuento, cuya vieja moraleja dice así: “Los campesinos pensaron que sería una broma, como las veces anteriores. Nadie acudió para ayudar a Pedro, quien vio cómo el lobo acababa con su rebaño. Cuando los labradores se enteraron de lo sucedido se enfadaron con él y le dijeron: ‘Esperamos que te haya servido de lección, las personas que mienten no pueden esperar que los demás confíen en ellas, pero te daremos cada uno de nosotros una oveja para que puedas volver a tener un rebaño’. O sea, contra el conservadurismo, generosidad.

Aunque luego nuestros políticos románicos exploten los derechos de imagen y se cuelguen la medallita del abaratamiento de las entradas, sabemos que ni el Támesis es el Pisuerga ni la subvención es la que Fraga donó cuando el grupo tocó en el Monte de Gozo. Cuando se subvenciona, casi se asumen pérdidas. Lo contrario se llama comprar un espectáculo y revenderlo con la esperanza de rentabilizarlo. En todo caso, la comitiva de festejos regional –Pedro incluido- no sabe quiénes son los Stones, no tiene sus discos en casa y nunca ha viajado por España o fuera de ella para verlos en directo. No sabe su posicionamiento político ni la carga radiactiva de sus acordes sincopados.

Estos ‘Balas Perdidas’ –auténtica traducción de Rolling Stones- no han desaprovechado la oportunidad de criticar las consecuencias sociales de ciertas maneras de ejercer el poder. A pesar de dormir en camas propias del monte Olimpo nunca han sido insensibles al entorno que los ha rodeado. Y no se trata de jugadas preestablecidas por el márquetin. Ciñéndonos a sus dardos, casi siempre la derecha política ha sido el blanco de su diana. Sus letras más contestatarias han tenido siempre como protagonista al gobierno de Estados Unidos, asumiendo la censura que ello les pudiese acarrear. Tres ejemplos. ‘Street fighting man’ -1968-, contra la invasión en Vietnam; ‘Highwire’ -1991-, contra los bombardeos en el Golfo Pérsico a comienzos de los noventa; y la reciente ‘Sweet neocon’ -2005-, dedicada irónicamente a Condolezza Rice y, por extensión, a la condición ética neoliberal. Finos retratos sicológicos comparables en la pintura a los realizados por Lautrec o en la literatura por Pío Baroja.

A pesar de que su avión privado haya pisado heliopuertos más confortables que el aeropuerto de Villanubla… estarán aquí. O eso soñaremos. Cuando pisen suelo vallisoletano tendrán que clavar bien la bandera. Les ha costado más tocar una noche en Pucela que las tres que se marcan cada gira en Buenos Aires o en Nueva York. Al final, pese a quienes los contrata, los Stones vendrán. Y encima, el de Valladolid, gracias a las suspensiones en Madrid y en Barcelona, será un concierto importante: con espectadores en el escenario y retransmitido al mundo vía telefónica por medio de una tecnología que ellos mismos estrenan.

El día catorce subiremos al estadio. Haremos como que creemos lo que estamos viendo. Después de los ciento veinte minutos que acostumbra a tocar la banda inglesa, se encenderán los focos del estadio. Tocará quitarse las legañas. Haber tenido en casa a Jagger, Richards, Wood y Watts habrá sido nada más que un sueño. El sueño de una noche de verano. Del verano de dos mil seis.