21 de febrero de 04
La tercera acepción de la palabra terrorismo dice: “Forma violenta de lucha política que crea un clima capaz de intimidar al adversario”. Tal cual: el acto por que se infunde el terror a escala planetaria no proviene de grupos terroristas sino de gobiernos con apariencia democrática. Cuestión de rentabilidad. A este clima se le añaden unas gotas de globalización y el contagio es castrante -ahora que la RAE ha aceptado este adjetivo-. “El rechazo al diálogo intercultural y el desarrollo global compartido nos condena a vivir en el miedo” (Manuel Castells).
Pedir el voto argumentando combatir el terrorismo es un andarse por las ramas como lo son defender la democracia y la libertad en un mitin de campaña: nada más hueco de contenido. Se da por hecha su defensa en el marco de la CE. Mejor, explicar las medidas fiscales y las futuras leyes de acompañamiento, que es en éstas donde se demuestra la ideología de un partido.
La alarma se crea y no se destruye; se transforma en sucesivas mutaciones. El miedo es capaz de desviar la intención de voto más ascendente o descendente. Detrás de un sobresalto, el alarmismo hace subir la popularidad política más tímida. Puede darse sobre el 11-S, el 31-D o cuando Dios establezca que un avión no deba aterrizar en el espacio aéreo del País. Sine die. La expedición norteamericana ha llegado para quedarse. Incluso dice la nueva revista occidental que cierra sus aeropuertos, obligando a cancelar vuelos internacionales. Puro estadismo. No queda ahí: EEUU “exige” a las aerolíneas que vuelen con agentes armados. No se debate si la medida es apropiada, sino si un país puede comprometer la autonomía de otros. También la Reserva Federal deja arrastrar el dólar en perjuicio ajeno. El G7 es el ocio de cómo hundir la flota. A sus oídos llega la creciente rinitis de la comunidad internacional.
Inventan la globalización y actúan con bloqueos; exportan una economía liberal y tienen un déficit del 5% del PIB; establecen el libre mercado y hablan de aranceles. En Irak se pusieron escrupulosos porque mostró la prensa imágenes de soldados capturados que herían el buen gusto y el ánimo del puritano medio de Tenesse. Pero ellos alardearon tiempo después del Sadam desorientado y de sus hijos muertos, con unos moretones y cicatrices que despedían hedor.
“Un efecto invisible serán las secuelas de la contaminación provocada por el armamento químico depositado en el suelo de Irak (...) El plomo puede causar infertilidad masculina (...) Eso sí, será plomo, mas plomo preventivo”, narra con habilidad Miguel Ángel Mellado en el suplemento “Nueva economía” de EL MUNDO.
El miedo es un trabajador eficiente. La manipulación puede ser menos meditada sobre la fundación del temor. “Es fácil imponer la disciplina del asentimiento y presentar al discrepante como una amenaza insoportable”, afirma Miguel Ángel Aguilar. Para la seguridad, le faltó decir.
En el peor de los casos, para acallar la alarma social se busca un chivo expiatorio. Un alto porcentaje de ajusticiados en Estados Unidos corresponde a cabezas de turco. En Florida, el estado que más ejecuta, el 68% de los condenados en los últimos 23 años han sido inocentes. Se necesitan culpables al peso. La extrema corrección preferiría otra metáfora que no usase turcos ni chinos ni negros. Pero la misma corrección cuadrada mal traduce como “ataque terrorista” lo que es un “atentado terrorista” (“terrorist attack”).
Lo difícil es ser libre, ya lo dijo Fromm con arrasadora claridad. Su análisis entre fascismo y sociedad industrial es contemporáneo. El deseo de rehuir la libertad se ve en la demanda de castigo ante momentos de inestabilidad. Cuando ésta se teatraliza, el hombre proyecta la expresión de su miedo y delega su opinión malformada en lo que manden las instancias superiores. Nos han educado con rudeza y anestesia social. Apetece la compañía del pretil. Lo más preocupante del miedo es la capacidad de adaptación que presentan las personas ante él. El miedo es hospitario, ayuda al acomodo. Apela a instintos primarios de protección. Sobre la base de la seguridad como excusa para el miedo, Max Weber le dejó escrito a W. Bush en su cuaderno de bitácora: “El Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia de un territorio”.
Miedo sin fronteras es una ONG no acreditada en favor de los poderosos. Los datos cantan y las nubes no levantan su algodón. La ciencia infusa es un bálsamo de fierabrás para mentes cortitas. En febrero del año pasado la mentira repetida a lo Goebbels hizo que uno de cada dos estadounidenses creyera que Sadam Husein estaba detrás de los atentados del 11-S. El británico John Le Carré dice que Dios ha escogido EEUU para salvar el mundo y que cualquiera que se oponga es: a) un antisemita, b) antinorteamericano, c) está con el enemigo y d) es un terrorista. El escritor no duda en afirmar que la reacción luego el 11 de septiembre “rebasa todo lo que Bin Laden podría haber esperado en sus sueños más repulsivos”. Asustar con el terrorismo es la forma más conseguida de avivar el miedo. Para David Held, profesor de la London School of Economics, el 11-S ha creado un abismo entre los intereses norteamericanos y los derechos humanos. La Potencia ha perdido de vista lo conseguido después de la segunda guerra mundial. Ofrecía mayor protección, más seguridad, la tensa calma de la Guerra Fría. “¿Cómo evitar que Bush siga protegiéndonos?”, se pregunta el sociólogo Vidal-Beneyto.
La conclusión de 2003 es que no hay derecho internacional. No se necesitan pruebas para bombardear una población. Motivado por la mentira, un médico ha asegurado hace bien poco haber implantado un embrión humano clonado en una mujer. Eso sí, no aporta ninguna prueba, para qué. La rueda de prensa fue en Londres y la propaganda ya está hecha.
El ataque preventivo -término que procede de Hitler- es lo más “in”. Se ha impuesto sobre la presunción de inocencia. Adiós al principio de legalidad y la universalidad de los Derechos Humanos. Las convenciones de la ONU parecen formulismos en boca de los productores de la democracia única. En Estados Unidos venden a su padre si es preciso. Me refiero a Tocqueville, reinterpretable, ahora escogido paladín por los neoliberales que se agarran al clavo de la descentralización que les conviene. Él habló de “la feliz esclavitud”, del “despotismo total del gobierno democrático”. No hace falta ejemplificar que la opinión pública tiende hacia la tiranía. Es un pensamiento avanzado del siglo XIX. En el XXI, las elecciones se vuelven un pucherazo del márketing y la publicidad. Y el gobierno salido de la democracia se ha comprobado tan opresivo con un régimen absoluto. O más.