Franco, con la arena al cuello

7 de mayo de 04

Al jubilado se le caían los lagrimones. Las gafas de pasta no contenían la emoción de ver al caudillo. “Quién te ha visto y quién te ve, Paco”. Navarro tiene apellido de sustituto en la presidencia y nunca había pisado un museo hasta entonces. La vida del septuagenario era disoluta y nostálgica. A pocos metros, cinco chavales daban trabajo a una cámara de fotos. Reían. “¿Has visto?”. “Ja, ja...”. “Qué bueno”. Entre ellos, una pareja cercana a la treintena dejaba de mirar y se disponía a cruzar la entrada. Al llegar a casa, la pareja hizo el amor como quien hace la colada; los chavales comieron a todo correr porque habían quedado a las cuatro para jugar al baloncesto. No sabemos si alguno salió satisfecho con lo que luego vio en el interior, pero el reclamo externo había actuado como anzuelo efectivo.

La exposición partió del MOMA, ese gigante neoyorkino que ahora reposa, cual Garbancito, en Queens. Para llegar al distrito hay que cruzar la barrera sicológica y fluvial del East River, igual que para acudir a una muestra de arte actual la barrera a cruzar es el prejuicio. El arte tiene que estar al alcance de cualquiera pero es la calle quien debe dar el paso. Se debe hacer accesible al público, pero no llevar a las personas como a colegiales.

El gran Museo de Arte Contemporáneo Español, sito en el Patio Herreriano, recibe al visitante con el volumen cerrado de una escultura de peso. Es Franco enterrado. Una imagen que hubiera gustado al mismo Fumanchú. En contraste con la escultura que ensucia la plaza del Ayuntamiento de Santander, en ésta sólo se ven las cabezas de caballo y dictador, de lo que se supone es una estatua ecuestre. Un Francisco Franco Bahamonde como venido del neorrealismo italiano. Y eso que es difícil hacer poesía con la barriguita del de Ferrol. La exposición tenía previsto plegar velas el 2 de mayo -fecha especial donde las haya-. Pero, ante el atractivo de la muestra, la dirección del centro ha decidido prorrogarla hasta el 9 de mayo. También trata la prostitución espectacular del poder mediático: el día en el que el capitalismo llegó a la televisión se acabaron las ideas y la libertad. La televisión es el capitalismo mismo. Consumo, exterioridad e imágenes burdas. El Museo lo recoge en un par de salas. Hasta el 9 de mayo. Días extra, pues, para visitarlo o revisitarlo. Que no tenemos cortesía ni con nuestros propios atractivos.

Dentro, de todo: el óleo sobre lienzo del siglo pasado. Composiciones y técnicas mixtas, entramados de ritmo y tensión o atrapasueños que piensan por ti la chica que no puedes tocar. Arquitectura de lo imposible con formas palpables. “La Guerra Civil y el franquismo fracturaron el arte”, se lee. El presente tampoco está hecho de material noble, pero se disimula con impostaciones esnob.

¿Qué pensará el generalísimo de todo ésto? Las hormigas pasándole por encima, con el frío de la noche y el sudor del mediodía soleado. Escarnio a la intemperie y a los ojos de cualquiera. En Santander las palomas le ensucian también, pero no le importa porque en la costa cántabra resulta un panegírico.

Una democracia es madura cuando se puede tratar la pretransición y ajustar cuentas con la Historia. Berlín, en cada esquina tiene un memorial que rechaza su pasado “esvástico”. Nuestro país, a diferencia del ejemplo alemán, tiene demasiado olvido impuesto desde la Transición. “Hay que abrir las heridas enquistadas e infectadas y dejar que cicatricen”, dice Salvador Roca. Y así, ¡en Valladolid!, nos recibe Franco, para quien no corren buenos tiempos. En su tierra natal pensaron que su estatua de la plaza de España tenía más sentido escondida en la habitación de un museo. Los “vástagos de la vieja encina” tienen cochinillas y pulgón. El herbicida de la democracia no ha acabado, a pesar de todo, con actitudes anacrónicas al tacto del siglo XXI.

La nostalgia, como la ignorancia, es atrevida: el valle de los Caídos es el único mausoleo fascista que pervive en Europa. Tampoco entiendo cómo un pueblo al que me une mucho se puede llamar Quintanilla de Onésimo. Mal de muchos. En Valencia, el PP rechaza que se quiten los símbolos franquistas de los edificios públicos; Santander tiene hasta diez monumentos franquistas; pueblos de nuestra Castilla también son cómplices con placas que mal dedican las calles. Una tristeza criolla y una pena de entretiempo. Eso es lo que produce saber que en el cerro de san Cristóbal se caen unas flechas franquistas. No porque se caigan sino porque están. El tiempo y el viento hacen el trabajo que no acomete la Administración. Durante el mandato del PP, la Fundación Franco ha recibido “religiosamente” subvenciones. La cantidad que aportaba el Gobierno era insignificante, pero lo significativo era la manutención de los viveros fascistas -término que excede el fascio italiano y se aplica a Franco y a Hitler-. A la vez, sus esquizofrénicas privatizaciones han dejado a salvo el ferrocarril por error de cálculo. Por unos cuantos escaños.

Disimuladamente y con apariencia ingenua, el PP ha cuidado el lenguaje de los símbolos. Un alcalde bravucón propuso hace nada en la comarca de Medina del Campo dedicar a estas alturas de la vida una calle al general Franco. Corría febrero de 2004 y las páginas de EL DIARIO DE VALLADOLID lo recogieron. Mejor será desligar el nombre del pueblo de tan infausta ocurrencia.

¿Por qué financian “la Fundación” -no la de Buero-?, ¿por qué ven con malos ojos a quienes quieren exhumar, identificar y dar digna sepultura a los fusilados de entonces?, ¿por qué la empecinada oposición a condenar el régimen absoluto de Paquito? Bien pensado es normal. Repasemos apellidos legendarios: Aznar -su padre, que hasta abrazó tesis del PNV, escribió además una particular “Historia militar de España”-; Pío Cabanillas -su padre, Cabanillas Gallas fue ministro de Información y Turismo en el régimen anterior-; Arias Salgado -también su padre se encargó de Información-; Enrique Fernández Miranda -hijo de Torcuato-; Jesús Posada -su padre fue gobernador civil de Soria-; Mayor Oreja -hijo de Marcelino-, Margarita Mariscal de Gante -Jaime, su padre, fue director general del Régimen jurídico de prensa-, y, como colofón, el señor Fraga. El chiste que circula por internet termina preguntando: “¿El nieto?” “No, el mismo”. El paralelismo es clarificador. No condenan porque nadie tira piedras contra su propio tejado.

Al menos nos quedan unos días para contemplar a Franco en el esplendor de su descenso. Nos movemos en la medianía con tanta frecuencia y facilidad que no caben en lo cotidiano los museos y sus colecciones temporales y permanentes, sus retrospectivas, sus vanguardias. Y nos perdemos cosas como ésta. En un presente de apariencias y envidias y que reposa en el tener, ¿qué futuro aguarda a los museos? ¿y a las ideas?...