1 de febrero de 04
La cultura está reconocida como un ámbito para la actuación de los servicios públicos. Los poderes deben dedicarse a su promoción y tutela. Pero, ante la pérdida millonaria de espectadores -17 millones en los dos últimos años-, el cine español ha tenido que salir al mercado publicitario para atraer concurrencia. Eso se llama automedicación y es lo que el Barómetro Sanitario dice que últimamente ha subido. Pasa que una cosa de anillos y torres, a la que la crítica civilizada ha puesto de vuelta -“fraude”, “pesada”, “fría”, “de extrema digitalización”-, garantiza cuota de pantalla a otras treinta películas norteamericanas. Así funciona el mercado. Las grandes productoras se aseguran un número determinado de semanas de exposición aunque nadie vaya a los pases. Hay la obligación de mantenerlas: para eso han pagado y forman paquetes los estudios. Es “la preocupante visión neoliberal”, que afirma Torres Dulce.
El tema en cuestión es de permanente actualidad. Una semana se conoce la pérdida de público y, a la siguiente, el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música -INAEM- quiere acabar con la Casa del Actor. Exige la devolución de medio millón de euros. Cuando se estrenó 'La pelota vasca' también el Ejecutivo pidió el reintegro del pase por TVE de la anterior película del director. Un debate en profundidad abarcaría la subvención pública en sentido estricto. Si no hubiese sido por la mano privada, la sierra de Atapuerca se la habrían llevado a la llanura de otro país, como ya hay casos de mudanza de iglesias. Y Lucy dormiría los tres millones de años que tiene su esqueleto sobre una historia que a duras penas llega a los quinientos -pongamos, un rancho de Oregón-. No hay más que ir a Támara -sin Camino de Santiago que ver pasar- para comprobar que el románico se nos cae a pedazos. Pero hay que aguantar la pesada matraca de la bajada de impuestos como oferta electoral.
El Estado debe proteger el mercado cinematográfico ya que si éste fuera negocio lo harían los bancos. Aunque fuera con estrategia: un plan de producción a equis años, alternando buenas películas con otras malas, pensadas para la recaudación. Como no hay certeza de éxito, ¿quién se embarca en un producto tan caro? Se critica el cine subvencionado, pero, ¿podría darse sin subvención? Sólo EE UU tiene un mercado ecuménico. El superpaís tiene en el cine y sus productos un eficaz método de exportación de “ideas” y “way of american life” al mundo.
En otros países, los ministros de Hacienda conceden exenciones. Pero como esto no es Canadá ni Australia ni se pagan los impuestos del norte de Europa, se puede comprar un cuadro para desgravar pero no invertir en películas. Negocio y bien cultural no hacen buena pareja. Si cultura fuese, el cine debería estar tan protegido como lo están el Prado o la Zarzuela. Si lo miramos como industria, los referentes serían el calzado, la agricultura o la misma PAC, ahora que somos europeos. En Gran Bretaña hasta se hacen sorteos de lotería para rodar películas.
“El cine es un negocio muy raro, el cine es un arte industrial”, comenta José Luis Garci. ¿Alguien podría producir por sí mismo un filme de quinientos millones de las antiguas pesetas? Sobre todo si se quiere un acabado no destinado al taquillazo, sino con guión, fotografía, trabajo de dirección y esas cosas. “Jaime de Armiñán cierra productoras y los grandes están en el filo cada vez que hacen películas”, abunda el director madrileño. El cine es subvencionado o no es.
Ayuntamientos, cajas de ahorros y diputaciones patrocinan el 75% de los conciertos de música clásica y el 60% de las representaciones de teatro. Las ciudades con una población de 20 mil a 200 mil habitantes recaudan el 27% de la caja que reportan las películas. En ellas no hay la posibilidad de mantener las películas en cartel, hoy no se suele financiar antes de estrenar. “La cláusula de subvenciones a posteriori” es un buen método de control monetario. Premia la taquilla. Pero la recaudación depende de un tiempo muy corto de exhibición porque la oferta está copada por decreto estadounidense. La SGAE y el Ministerio reconocen que es la “alta cultura” menos protegida. El cineasta Julio Medem advierte de que la industria cinematográfica francesa debe gran parte de su éxito a que está “supersubvencionada”. “Quizás 20 veces más que en España”, dice. El chovinismo francés crea un marco adecuado para saludables metrajes.
La cuota de pantalla parece estar a medida de los “States”. Le cuesta más estrenar al propio que al extraño. Se da la comprensible paradoja que una película premiada en Cannes, “Las horas del día”, no aguanta en cartel el tiempo necesario para que la gente reaccione al galardón. Cuando el espectador quiso acudir al cine, la película ya no estaba en cartelera. Dice Haro Tecglen que la gran incultura española está alejando al público del arte, de las narraciones en teatro, novela o cine. Y deja la coletilla: “Alguna culpa tendrá el fútbol, que se lleva las conversaciones, el dinero, las tardes, las noches, las páginas de los periódicos”. Paseando por la cultural Viena, uno se puede encontrar carteles que expelen: “¡Es cultura, idiota!” Son institucionales. Bastantes políticos de aquí y algún que otro locutor mañanero tendrían que marchar, aprovechando un puente, a la ciudad de la música sólo para toparse con un cartelito de esos.
Valladolid ha tenido en plena resaca navideña 90 proyecciones diarias. El alto número de butacas no redunda en buen cine. Ni siquiera en variedad, las películas son de perfil único. Hay 'multicines' con hasta 23 títulos. Se ha estimado que el pequeño comercio desaparecerá en un alto porcentaje si en el futuro se sigue legislando a favor de las grandes superficies. En los últimos años ya han dicho adiós algunos clásicos: Avenida, Coca, Vistarama, Rex, Delicias, Embajadores, etcétera. Lope de Vega in excursus, la diputación no sostuvo la protesta ciudadana y se comprometió a restaurar algún día el teatro Zorrilla. La cartelera es un juego de barcos. Las multisalas, el opio repartido. El cine como producto cultural o el cine -teatro- como patrimonio: también dejamos derribar esa joya de Pradera. Cayó en las manos privadas del mercado. Hasta el pavo real del Campo Grande lamenta no haber conocido el cine en democracia. De su porte dan fe las fotos de época. Hay bienes que son herencia del gusto o del conocimiento. La economía es un tema incidental, hablando de cultura. El patrimonio no debería acabar en manos privadas.
¿Está justificado que se rueden películas? ¿Son únicamente entretenimiento? El cine siempre ha sido reflejo del periodo histórico en el que se ha dado. Y el (buen) cine es arte. El séptimo. Pero volvemos al problema de siempre, el político. ¿Qué tipo de Estado queremos?