La casa del poema

4 de febrero de 06

Jaime Caruana advierte de los problemas que le pueden sobrevenir a un sector de familias vulnerables a la subida de los tipos de interés: la vivienda cuesta más de lo que vale. No creo que nadie hubiese puesto en duda el abuso constante que se hace del ladrillo. En argot, los pisos vacíos se llaman ‘vivienda libre’. Así, en plan anarquista. Y su precio, contrariamente a lo que cabría suponer, crece. En Castilla y León también. Poco, pero sube. La nuestra es la región con el segundo crecimiento más bajo de 2005 en este particular, por detrás de Cantabria. Concretamente, subió un 7,5%, lejos del 16,5% habido en Valencia. ¿Y esto es bueno o malo? ¿Somos más asequibles a nosotros mismos?, ¿crecemos poco porque somos nada? ¿Qué ecuación soluciona lo sobrevalorado de la vivienda cuando ésta no deja de crecer incluso en plan ‘libre’?

El de la construcción es un negocio inflado del que vivimos para luego endeudarnos en el intento de comprar los pisos que vamos fabricando. Si no compráramos, dejaríamos de producir. Y si dejásemos de producir, no seríamos personas, pues el homo actual está cimentado sobre la base del comercio.

Ante los problemas que acarrea pagar la hipoteca en los plazos acordados, ante lo complicado de encontrar morada sin pasarlas ídem; ante lo concurridos que están los bajos del puente, se impone pedir posada en las librerías. Llamar con los nudillos a puertas con felpudos tejidos en verso. Por qué vivir en establos con palacios reales inhabitados; los ‘okupas’ dicen que no hay ni pocilgas dignas de diezmo. José Manuel de la Huerga lo ha entendido y ha ido en ayuda de Trujillo –en la Junta todavía no hay Consejería de Vivienda-. Ha escrito ‘La casa del poema’: una biblioteca pública, un dormitorio con baño, un balcón a las afueras, la casa del pueblo, el reloj consistorial, los nidos de la cigüeña que crotora en los campanarios. Una estancia donde pernoctar bajo riesgo de ver las motas de polvo que cubren el vivir: los defectos de fábrica, las malas artes adquiridas, los sentimientos desconchados, las paredes a medio soplar porque un lobo amenaza con buscar en ella a los tres cerditos que huyeron de las Azores.

De la Huerga ha ido buscando al poema y unos versos han salido a abrirle la puerta. Se trata de páginas maceradas durante por lo menos diez años. La aparente sencillez en las formas bien puede ser la hondura venida de la precisión, la inspiración, la ironía y el genio. Lo mismo que pasa con Esperanza Ortega, para hacernos una idea.

Lo publica Difácil, un sello lacrado por un loco profesional, César Sanz, quien cree que la literatura puede llegar a salvarnos la vida. Y tiene razón. Por ejemplo, en este libro hay páginas que alimentan más que un mendrugo de anteayer. Hay páginas que no desmerecen el árbol que se taló para imprimirlo en un costado de su tronco. Como los de Ortega. Todo guarda relación. Todo tiene que ver con el pelo que nos toma el mercado con navaja oxidada de afeitar, aunque luego nos quiera cobrar el corte como si unas manos diestras hubiesen tomado la tijera. Claro, que siempre podremos refugiarnos en los manicomios para leer y escribir. Como un doctorpasavento tras la pista de Robert Walser. Pero paneros sólo hay uno. Únicamente a él le permite decir ciertas cosas – “El loco yerra pero no miente; el nuevo papa es un filonazi; hace siglos que sólo ETA hace oposición; lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada, lo mío va para veinte años y es a la luz del día”.

La creación -pongamos de gesto huido, con manos extendidas y humilladas- se aposenta sobre las rodillas peludas de Darwin. Lejos del creacionismo yonqui, digo yanqui. Allí se encuentra también el cuaderno de notas de De la Huerga. Un delahuerga con barbas, como Darwin y como mi tío paterno, en un tiempo en el que los barbudos están tan mal vistos... ¡No sé cómo Rajoy aguanta sus carúcunlas! Miren a Herrera, lo claro que lo tiene sin rastro de pelo en mofletes y papada. Si todavía fuera un bigotillo... El de Aznar, por ejemplo, cada vez más apurado, sirve para ocultar una cicatriz. ¿Qué ocultará el pelaje de don Mariano?

Cuando hay que ocultar, malo… A la derecha británica sus delfines le han salido algo borrachos y amigos de los/as prostitutos/as, esos/as enemigos/as de la Botella. Por eso –aunque con Blair a la izquierda no hay derechas que valgan- los mandamases ‘tories’ han pedido que se retiren aquellos candidatos que guarden cadáveres en el armario. ¿Qué guardarán los armarios de Génova?, ¿qué guernicas, qué venenos papales –digo, palpables- de castidad, qué manuales cínicos de buenas costumbres?, qué miedo…

El caso es que De la Huerga, con pelos cubriéndole la cara y todo, acaba de publicar un sistema con toda la modestia del mundo, un libro capaz de aportar luz acerca de la creación y las creaciones. La palabra sin afeitar, la gestación del poema. De tal modo, el autor repara en ‘sonidos oscuros’ en medio de ‘atardeceres malva’. La casa del poema tiene repisas que amortiguan ‘el piar ansioso de las crías’, cuyos gritos llegan ‘hasta los últimos tesos’ a los que alcanza la vista.

En el libro hay verdades como puños desde la misma ilustración de la cubierta. No tiene red: es un páramo de León. Pero también podría ser un acantilado de Cádiz, las olas que embisten el aire a su llegada a la costa. ‘La casa del poema’ es una obra que, al contrario de la vivienda que padecemos, vale más de lo que cuesta. Entre la carestía de la vida y las habitaciones vacantes, este piso no tiene techo ni ventanas pero es un resguardo ante tanto frío. Frío de invierno y del de verdad. La casa del poema tiene metros cuadrados para aburrir, pero De la Huerga los ha condensado en menos de cien páginas.