18 de octubre de 06
Desde tiempos pretéritos los bosques han servido de cobijo para duendes y criaturas desconocidas. Los pinares no son bosques en sentido amazónico, pero sí superficies arboladas a la medida de animalillos, algunos, en extinción, y con efectos de pararrayo contra el calentamiento de la Tierra. Desde hace pocos días, en Ávila hay menos reino animal capaz de irse por las ramas.
Carlos Fernández Carriedo ha ido, brocha en mano, marcando con una cruz los pinos de la zona conocida como ‘La cuerda de la estación’, en Las Navas del Marqués -Ávila-. “Éste sí; éste, no; estos mil seiscientos, sí; éste, tampoco”. Ello se deduce de los argumentos esgrimidos por la empresa taladora: “Cortamos los árboles marcados por la Consejería de Medio Ambiente”. Ahora Carriedo anda diciendo que el fallo del TSJ debe servir para reflexionar en aras de una mejor protección de la naturaleza. Pero lo dice con la boca pequeña, pues durante los últimos meses ha trabajado como un correcaminos para impedir que ninguna Justicia pudiese frenar el gran plan.
El resultado es que un lugar de especial valor ecológico, ocupado por algunas de las poco más de trescientas parejas de cigüeña negra que viven en la península, quedará amputado: la Junta ha otorgado los permisos correspondientes para recalificar como urbanizable una superficie en la que -se- quieren construir: mil seiscientos chalés, varios hoteles -el número depende de la fuente- y cuatro campos de golf.
Dice Gustavo Martín Garzo, al margen de que también “contaminamos ríos y mares, nuestras fábricas envenenan el aire y transformamos las costas en una urbanización sin fin”, que hemos dejado de escuchar o de tener en cuenta “lo que nos dice el mundo natural”. Tiene razón: el capricho político ha querido que algunos defensores de la actuación planeada sincrónicamente por los gobiernos local y regional encuentren un descargo en las declaraciones de impacto ambiental que obligan a repoblar en otro entorno una superficie semejante a la destrozada. Pues no, no es lo mismo el emplazamiento natural que otro sacado de la manga por un tahúr. Igual que hacer una fuente no justifica cambiar el curso de un río para que quepa un campin. Se demuestra, por ejemplo, cuando llueve con ganas: la naturaleza se rebela. Las cosas son como son y no como queramos. Las cigüeñas negras no saben jugar al golf y, a vuelta de migración, tendrán que cambiar de entorno. Y ya estaremos modificando el principio moral salomónico de respetar ese orden justo y natural de las cosas. Con el agravante sospechoso del propio contexto: a la puerta de casa pasará el tren que conectará la zona verde gris con el centro de Madrid en menos de una hora.
La repentina y desaforada proliferación de campos de golf en toda España suele esconder propósitos espurios, elimina bienes naturales, chupa un agua cuyo consumo no se rentabiliza y favorece la práctica de un deporte pijo y diseñado elitista, favoreciendo la revaloración de los terrenos y de la sociedad de clases. Porque, al margen del daño que sufre el Ambiente, ondea la visión de quien, a falta de vivienda en condiciones -más euríbores que aprietan las tuercas de los créditos y bancos y cajas que renegocian las hipotecas-, programa miles de chalecitos ‘alto standing’. La diferencia entre gobernar para la mayoría y hacerlo para polarizar los segmentos de riqueza.
Es importante señalar que el veinte por ciento de las acciones de la sociedad creada para la compraventa de terrenos son posesión de la propia. El setenta, pertenecen al, también, gobierno popular del ayuntamiento de Navas. El resto, Diputación. O sea, empacho popular.
En la vida hay dos maneras de esquilmar la naturaleza, como hay dos maneras de hacer las cosas -mal y bien-: una, con nocturnidad, dejando un reguero de gasolina y llegando a casa con la ropa sucia de olor a fogata; otra, legalmente: firmando, rubricando, recalificando, estrechando manos, eligiendo el color de la corbata y el nombre del restaurante. Lo compraron protegido, lo recalificaron y lo vendieron.
A veces, mejor que desmenuzar las conclusiones, conviene que el lector las saque. Blanco y en botella. Y algunos todavía dirán: “¡Ribera del Duero!”. Pues allá ellos, con sus anteojos deformantes como espejos importados del país de las maravillas, y en el que me han dicho lleva gobernando veinte años el mismo partido. Cuesta abajo. “¡Pero así se ahorra gasolina!”, responden los mismos que veían vino donde había leche.
El mayor reto de la derecha política es el descrédito de la misma actividad política y, pronunciado el fin de las ideologías, conminar al ciudadano a que vote gestores, empresarios, conspiradores del déficit cero. Porque, total, ‘todos son iguales’. Pero, leñe, ellos no cambian el voto. Qué disciplina la de estos indiferentes.
Para hallar la raíz de los problemas no hay más que tirar del hilo. En este caso, de la cuerda. De la cuerda de la estación.