14 de octubre de 2010
"El sutil arte de vincular la xenofobia con la crisis". The New York Times. La Ciudad de Nueva York es un país con millones de inmigrantes, tanto de los llamados legales como de los ilegales. En dos mil seis, a George W. Bush se le ocurrió perseguir a los segundos. Inmediatamente salió el alcalde Bloomberg negándose tajantemente a apoyar una medida que, de ponerse en práctica, derribaría el país entero. A partir de cierto grado de globalización, el equilibrio de un país reposa sobre las espaldas de los que llegan de fuera. En el análisis, tan lleno de datos y argumentos como de ironía, Erhard Stackl habla de 'la nueva derecha', a la que llega a denominar 'sofisticada'. Ésta viene representada por "personas elegantes, con habilidad en las redes sociales, capaz de apelar a derecha y a izquierda", que usan el futuro de las pensiones, el desempleo y los valores occidentales para cargar lo mismo contra los inmigrantes que contra el islam. Habría que añadir la minoría gitana, después de las deportaciones ejecutadas por Sarkozy, con las que el presidente francés ha echado por tierra toda su cuota política positiva.
"Se ha impuesto la xenofobia. Durante la actual crisis económica, algunos de los inmigrantes que habían perdido su trabajo empezaron a recibir prestaciones por desempleo e, inevitablemente, se destaparon casos de fraude. Mientras que los nativos que engañan al Estado son vistos como parte del folclore local, no hay la más mínima tolerancia hacia los inmigrantes y sus familias (...) La estrategia demagógica ha dado resultado en varias elecciones parlamentarias este años. En Bélgica, en Holanda y, más recientemente y quizá de manera más llamativa, en Suecia".
Esta falsa puesta en valor de la identidad no es más que otra clase de nacionalismo -nazionalismo- que, curiosamente, se da a menudo en las áreas -países, comunidades autónomas- más desarrolladas. En Alemania, Thilo Sarrazin, "tecnócrata y banquero de mirada severa, detractor acérrimo de los musulmanes", dijo que la inmigración continuada hará bajar el nivel intelectual de la población. Fue obligado a dimitir. Según el especialista del NYT: "Las barreras que crearon los recuerdos de los crímenes del nacionalsocialismo no resistirán siempre la ola de xenofobia". Como recomendación: "Los políticos y ciudadanos deben iniciar un intenso debate que establezca normas para una coexistencia real en un entorno multicultural", único destino posible por más que moleste a inadaptados.
En España Alicia Sánchez Camacho, presidenta del Partido Popular en Cataluña, de cara a los inminentes comicios catalanes, ha defendido "acotar el padrón a los inmigrantes y facilitar datos a la policía para su expulsión". Tendrían que haberla llevado a un examen médico después de la declaración. Manuel Pimentel, ex ministro aznarita, lamentaba ayer, en el programa de Televisión Española 59 Segundos, que algunos compañeros siempre que se aproximan las elecciones saquen el tema de la inmigración. Yo le respondo, don Manuel: porque a pesar de gente respetable como usted, la cabra tira el monte.
Algunos dirigentes populares asumieron la propuesta como "interesante" para llevarla al programa general. Hoy Esperanza Aguirre, que entre muchas cosas malas es lista, se ha desmarcado. Con todo, el presidente del Partido Popular en Cataluña, Alberto Fernández Díaz, se queja de que los inmigrantes "abusan verdaderamente de la sanidad pública". Una teoría de barra de bar que cala. Menos mal que el informe de la Sociedad Española de Atención Primaria indica que hacen uso de los recursos médicos la mitad que los españoles. A algunos políticos, más que hacerles jurar la constitución, habría que imponerles la Declaración Universal de los Derechos Humanos, principio indiscutible para, después, empezar a discutir de cualquier cosa.
Brizna de xenofobia
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