Santiago esquina La Habana

03 de octubre de 07

Durante veintipico días Ángel Marcos ha sido ‘nuestro hombre en La Habana’. En pleno centro de la capital, en mitad de la calle Santiago, en la sala de exposiciones de Las Francesas, pudimos contemplar una muestra fotográfica sobre La Habana más descarnada, aquella que se resquebraja con el paso de los meses.

Las islas son el sitio donde se construyen, desde Tomás Moro o antes, todas las utopías. A pesar de ello, la sociedad política occidental las contempla como mazacotes de realidad urbanizable y, en segundo término, como lugar de vacación exótica para mentes lagartas que sólo buscan tostarse al sol con pulseras de hotel colgando de la muñeca. La sociedad televisiva –tan aposentada en la idiocia- es más práctica todavía: lo da todo hecho: no oferta en ellas ningún placer: sitúa a concursantes para que ‘disfruten’ por el telespectador. La televisión es un gran aparato digestivo que da las cosas trituradas. Por eso gusta de situar a famosos con el objeto de que jueguen al buen o al mal salvaje: los concursos de telerrealidad son el apaga-ansiedades de los mortales satisfechos.

Pero en las islas como dios manda nadie tiene los pies en el suelo, sino en el mar, que para eso sobra. Y el día a día es aventurero. De hecho, encargan bodegones de pimienta para mezclarla con la sal. En estas ciudades marinas nada decepciona más que la realidad. Y se defienden mirando hacia otro lado.

El cubano medio sabe bien que un sueño que se cumple no es un sueño, o bien es un fondo de inversión. Y persevera en el intento. Lo malo son los niños de papá, que haberlos haylos, seducidos por el cuento de la lechera yanqui. El resto, bien avenido con la Revolución, ejemplifica cómo la característica inefable de los deseos es su radical imposibilidad. Y ahí están los utópicos, de vuelta de la caña de maíz, como en un poema de Gil de Biedma, dando la razón a Machado: se hace camino al andar. La cosa es que llevan casi cincuenta años caminando y alguna vez quisieran una tregua, un descanso. Pero la cosa de la coherencia y el imperativo categórico son así: al echar la vista atrás se ven los logros de hormiguita que siempre se han de volver a pisar. En Estados Unidos, por el contrario, hay mucho zángano. En los States, un ejecutivo aparece muerto con una bolsa de la compra en la cabeza y los pantalones bajados. La sofisticación, cuando llega a los límites, se reinventa. En Cuba, que también se reinventan, les gustaría ser excéntricos por un día, cierto, pero la costumbre y la rutina también ayudan a vivir. A Castro lo que es de Castro: sus logros están fuera de toda duda objetiva, incluso en los siglos veintiunos.

En Occidente se construye sin cimientos porque estamos saliendo siempre de comprarnos unos pantalones y, así, no se puede tener la cabeza en lo que importa. La rusticidad cubana llega hasta a los andamios, que son de madera. La gente está a una distancia entrañable del mundo. A lo suyo. A lo que –les- importa -que es todo y nada al mismo tiempo-.

La utopía es una ventana abierta a un patio de luces; los miradores balaustrados son estancias capitalistas: por ciento ochenta grados que tengan, jamás llegarán a conquistar el horizonte. Por eso, quienes quieren cambiar el rumbo desviado y constante -como un número periódico- de las cosas, son ombliguistas a su pesar: las revoluciones son de dentro hacia dentro. Para colonizar con la cosa del bien están las oenegés –limpias en su mayoría- y el ejército de Estados Unidos. En mitad de este paisaje, Cuba vive amurallada para no servir de heliopuerto lupanar de rica miel al gringo, como cuando Batista. Y para justificarse e insuflar ánimos poblacionales, usa el dibujo, la pluma y la pancarta. Todo mensaje publicitario es manipulador porque sí. El propio y el ajeno. El de aquí y el de allá.

Estamos rodeados de publicidad, mercadotecnia, responsabilidad social corporativa y gaitas escocesas. El mundo es un enorme castillo rodeado por un foso con cocodrilos. Cuba, a su modo, intenta erigir puentes levadizos. Y en esta tarea radica su imposible publicidad. Porque uno puede mostrar con orgullo la opulencia, el pastel de cumpleaños de Miami, pero cuesta vender la austera castidad –a menos que usted sea más kantiano que Kant-. Y los reptiles están de moda, ponga uno en su vida.

En una sociedad de mercado, dominada, digo, por la publicidad y los bolsos de marca, la seducción efectiva de los eslóganes es el marchamo de calidad. Los de Cuba están influidos por el arte del cómic y el retrato. Sus cartelones, por su colorido festivo y, a veces, ingenuidad, remiten más a Toulouse Lautrec que a las Potencias del Eje.

Todos somos hijos del uso que de la propaganda se hizo en la Segunda Guerra Mundial. Cuando la contienda acabó, los directivos de las empresas hicieron cursos acelerados en Goebles. No hay mayor uso de la frase con efecto que el que se da en las sociedades opíparas, donde el mercado se disputa a cada consumidor. En La Habana sigue sin haber consumidores: todavía hay ciudadanos, una especie en extinción pertinaz que se inventó en el mundo clásico. La ideología es una antigualla. Lo que nos mola es el titular, la frase con efecto y la sociedad de clases. ¿Quién aguantaría ahora la soflama teórica, razonada y pausada, aunque encendida, de Lenin?

Leyendo el programa de la exposición –con doce faltas de ortografía por centímetro cuadrado- uno se da cuenta de que este trabajo es la continuación de otro realizado sobre Manhattan. Una y otra, iconografías urbanas que persiguen lo emocional. “Marcos sustituye la neutralidad del inventario frontal taxonómico por un inventario poético y político”, dice Jean-Luc Monterosso. Y la Cuba petrificada en la Historia, ¿de quién es responsabilidad? Aquí, el tío Jean-Luc saca lenguaje administrativo y correctamente dispensa: “De América –en realidad, este señor quiere decir ‘Estados Unidos’- pronta a defender sus intereses económicos o de un régimen que no ha sabido dar rostro humano a un socialismo necesario”. Vamos a ver, si algo sobra es rostro humano, lo que han faltado son gestores económicos, pero es que la economía, hasta que se demuestre lo contrario, anda reñida con la humanidad. La Cuba petrificada es producto del deseo de los cubanos. De su utopía insular.

Todo es propaganda, repito, pero si abrimos la habitación de los espejos, salta la liebre. Estados Unidos o Cuba, ¿quién da más por menos? La relación calidad-precio entre la promesa de felicidad que incita al consumo y la vida austera superpoblada de prestaciones sociales son dos extremos a estudiar. Quizá, si no funciona mejor la segunda, sea por la competencia desleal del exterior.

Pero, cuál de los dos polos es más mundo ficticio. Aquí, en el mundo desarrollado, hay libertades con cargo al ciudadano y seguridad de 'blandiblú'; la razón de Estado es Dios y Dios es un comercial que te quiere vender un piso. En Cuba, la razón de Estado es el ideal que los sacó del analfabetismo y que, quizás ahora, vea necesaria una actualización para no seguir viviendo de las rentas y dejar de aguantar a los plastas de las economías mixtas –que, al cabo, acaban debiéndose al capital- y a los integristas de los derechos humanos.

En La Habana, al igual que en su predecesora Nueva York –cada una a su modo-, lo imposible se encuentra al alcance de la mano. En La Habana, los índices de desarrollo están a la cabeza de los de los treinta y cinco países que comprenden el continente americano -saliendo del engañoso parámetro económico y centrándonos en la mortalidad infantil, la esperanza de vida, los médicos por habitante y otros etcétera familiares; no en peibés macroeconómicos-. Y esto es un gran dato. Un gran dato que no es un fin: es un medio. Y es que en Cuba los medios justifican el fin. Los que piensen lo contrario, relean a Marx; el estadio avanzado, el capítulo final del desarrollo está por escribir.

El mejor rock del Parnaso

2 de julio de 07

Afortunadamente, la crítica especializada está saludando con parabienes la tercera y última parte de la gira ‘A bigger bang’ de los Rolling Stones. Y es que criticarles se ha convertido para algunos en deporte, en un ejercicio de corrección. Estos atletas del desprestigio quieren ser trasgresores pero resultan previsibles. Advenedizos o envidiosos, juegan a ser malos, pero no resulta convincente quien se expresa desde el tópico o desde una postura difícil de arropar con argumentos desapasionados. Habría que exigirles una mínima objetividad para no conculcar el derecho a la información con la opinión gratuita. Definitivamente, son los odios irrefrenables que despiertan estos músicos el síntoma inequívoco del lugar de honor que ocupan en el parnaso rockero. Aquellos que ponen en cuestión al mítico cuarteto no hacen sino sancionar su hegemonía desde hace ya cuatro décadas.

Dijo Truman Capote que Mick Jagger sobre las tablas se movía como una mezcla de ‘majorete’ y de Fred Astaire. Si los Stones son mucho más que un grupo, Jagger también es mucho más que un ‘frontman’ al uso. Caballero del Imperio Británico, lidera una banda en la que todos y cada uno de sus miembros se revelan imprescindibles. Si el ‘rock’ se ha convertido en la expresión cultural más importante de la segunda mitad del siglo veinte es gracias, sobre todo, a la chispa que alimentaron ellos. El grupo británico tomó el testigo de Elvis –“Antes de Elvis no había nada”, llegó a declarar John Lennon- para trascender todo contexto musical y convertirlo –convertirse- en un indudable fenómeno sociológico. Los Stones han representado, mejor que nadie, la versatilidad de un género promiscuo y bastardo, que bebe de las fuentes del ‘blues’, se roza con el ‘jazz’, coquetea con el pop, tiene asumido el ‘reggae’,… Pero que nunca abandona la fiereza eléctrica y las contundentes bases rítmicas que lo caracterizan. Mutadas en piezas que van desde ofertorios barrocos –‘You can´t always get what you want’- hasta trepidantes secuencias de ‘garaje’ –‘Too tight’-.

La increíble y manifiesta perdurabilidad y el éxito al por mayor de los que siguen tirando los Stones como renos incansables no es sólo atribuible a sus mágicos ritmos sincopados, a sus acordes en quinta y en séptima, a su ‘pentatónica’ exprimida hasta parecer ‘septatónica’ o ‘heptatónica’ y a todo el arsenal de recursos técnicos y sonoros presentes en su obra: ‘slide’, ‘bottleneck’, frases con notas dobles y desplazamiento, ‘pedal steel’, etcétera, etcétera. Basta echar un vistazo a algunas letras de canción para darse cuenta de que el talento ‘stone’ excede lo estrictamente musical para dar en lo literario. Recorrer sus textos supone un paseo desde el Everest –‘Sympathy for the devil’ es una de las mejores canciones jamás escritas- a geografías por debajo del nivel del mar –la descarada y banal ‘She´s my little rock and roll’-. Y todo sin solución de continuidad. En el camino se suelen dar cita lo urbano –‘Star, star’-, los ajustes de cuentas amorosos, tan literarios ellos –‘Under my thumb’-, el lamento hedonista –‘Always suffering’- y la confusión de sentimientos –‘Mixed emotions’-. Que ello no despiste al oyente de estrofas realmente elaboradas: algunas, inspiradas en pasajes bíblicos, como son los casos de ‘Shine a light’ o de ‘Saint of me’.

Melodías envolventes, bases musicales pegadizas y letras punzantes con las que el personal se fustiga a placer. Con ellos ‘rock’ trascendió la radiofórmula, dejó de ser mero lenguaje musical para convertirse en lenguaje social. Esta fuerza es la que lo separa del pop, asimilado por el sistema. Por eso musicazos flamencos de la talla de Mercé o de Enrique Morente confiesan que lo que de verdad les hubiese gustado es poder hacer ‘rock’ y el maestro Paco de Lucía admite que los Stones son lo que más le gusta fuera del flamenco.

Podríamos decir que Jagger pone la cordura y Richards la locura. Este último, Telecaster en ristre, ha inspirado a todos los guitarristas que después han sido. Así de fuerte. Aunque especialmente del ‘rock’, su particular manera de rasgar las seis cuerdas y de moverse encima de un escenario ha contagiado poses y ritmos a músicos de la más variada condición. A consecuencia de una enfermedad degenerativa en los huesos, el guitarrista más imitado de la Historia se halla mermado de facultades, lo cual no le impide demostrar cada noche su condición gatuna y echar un pulso a las leyes de la naturaleza. Aun torpe puede seguir siendo el mejor guitarrista rock del mundo. Con los dedos de su mano izquierda mofletudos, cada uno equivaliendo en grosor al traste de una guitarra, sigue siendo capaz de encadenar ‘riffs’ con los que poner patas arriba un estadio. El carisma no se enseña, es patrimonio de los elegidos.
Los artistas que ponen por delante, en calidad, quienes critican a los Rolling no se dan cuenta de que ¡también rinden pleitesía unánime a Sus Satánicas Majestades! Hacer entender a un profano que lo importante es el sonido y el estilo y no los malabarismos sobre el mástil, a los que cualquiera puede llegar a base de repetir escalas, es tarea inútil. Por supuesto que son la mejor banda de rock del mundo. ¡De hecho, ellos, prácticamente, inventaron el género! Como grupo, dirigido por la batuta jazzística de Charlie Watts, han sido pioneros en todo. ¿Quién puede olvidar descargas épicas a campo abierto, como aquellas de Hyde Park, acompañando las proclamas de la contracultura; o su ‘Rock and Roll Circus’ -con invitados del calibre de Jethro Tull, Lennon o The Who-, concepto luego imitado por artistas de medio mundo; o el nacimiento de los grandes escenarios, diseñados por Mark Fisher, con sonido apabullante y las pantallas gigantes de mayor nitidez construidas exclusivamente para ellos por la Nasa o la empresa Sony? Conocido es que Michael Jackson hacía ‘play-back’ en sus actuaciones, pero el autoproclamado rey del pop no tiene comparación con los verdaderos reyes del ‘rock’. Igual que el pop no es lo mismo que el ‘rock’. No hace falta remontarse al primer Woodstock o a los Live Aid para comprobar su carácter comprometido. En cada acorde distorsionado se mezcla el gusto por contrariar al poderoso. Recientemente manifestó Miguel Ríos: “Sabemos que el ‘rock’ está perdiendo influencia en la sociedad. Es una música que trabaja más para la cabeza que para el culo y, por eso, ha de pagar su peaje, como no sonar en la radio”.

Guns and Roses, Black Crowes, Seahorses, Sheryl Crow, Bob Dylan, The Pretenders, Jet, ACDC,… siempre se acompañan por teloneros de lujo que, encima, les admiran. Nunca preocupados por si pudieran ser eclipsados, sino por recompensar a su público con lo mejor de la escena musical. La gira actual llega a 2007 habiendo comenzado en 2005. No está mal para unos sesentones que se meten entre pecho y espalda una actuación cada dos o tres días y cruzan las fronteras de los países como quien cruza el dintel de la puerta de casa. En la etapa estadounidense llevaron a Pearl Jam para abrir varios conciertos. Eddie Vedder, su cantante, reconoció que, a la hora de facturar ‘rock’, los Stones siguen siendo insuperables. Nada nuevo, pero hay verdades que conviene repetir porque, como dijera Cela, “nadie escucha”.

El año pasado, en la controvertida ‘reèntre’ de Guns and Roses, Axl iba a haberlos teloneado por tierras germanas. Pero la suspensión se cruzó en su camino. En 1989 ya abrió para ellos. En diciembre de aquel año, después de una actuación en el Memorial Coliseum de Los Ángeles, un crítico de ‘Village Voice’ señaló: “Fue como poner una Honda Scooter junto a una Harley Davidson en una autopista”. El periodista musical Mariano Muniesa reconoce: “Sólo podían intentar no hacer el ridículo al lado de ellos”. Aunque los Stones les habían ofrecido más galas, los californianos declinaron la oferta habida cuenta de la diferencia que existía entre los dos grupos; se retiraron, llanamente, para salvar su imagen. Y estamos hablando de la única banda, junto con REM, que a lo largo de los años ha sido capaz de compararse a los más grandes –Beatles y Stones-, de quienes Brian May, de Queen, señaló, sólo dos años después, en el 92, que eran inigualables... pero en aquel momento Mick y Keith no se encontraban de gira. De hecho, es tal la asunción de quién manda que los propios ‘gunners’ incluyen repertorio ‘stone’ en sus directos. Últimamente se han hecho: ‘Sway’ y ‘You gotta move’; en los noventa atacaban regularmente ‘Wild horses’ y ‘Dead flowers’; y en los ochenta ‘Jumping Jack Flash’.

Los ‘glimmer twins’ lideran una formación que suena como la filarmónica de Viena. A ello contribuye el refuerzo que les prestan: un cuarteto de viento, un teclista, un percusionista y unos coristas de lujo. Mas no suenan peor solos que bien acompañados. Lo definen cada noche, ejecutando tres temas en ‘formato reducido’. Tampoco la puesta en escena es el truco del almendruco circense: ante la mirada escrutadora de un aforo restringido, su rock visceral gana. Así lo demuestran las grabaciones realizadas, por ejemplo, en el teatro Olimpia de París o en el Beacon de Nueva York. La barrera del tiempo hace años que fue traspasada. La razón dicta, pues, que estos hombres son fieles continuadores de la labor que emprendieran hace tantos siglos los monjes benedictinos gregorianos y que continuaran los Bach, Vivaldi, Haendel, etcétera: cualquier concierto de los Rolling Stones ofrece una clara demostración de que no hay más música clásica que la imperecedera.

El mar de las tormentas

26 de mayo de 07

Vivimos -morimos- en una Comunidad donde hay sólo dos partidos, qué pena. Dos partidos que son uno. Que son humo. A las pasteleras mayorías absolutas se las define como monocolores, un término que a Castilla la Nuestra le viene como anillo al dedo corazón que nos enseñan nuestros acomodaticios representantes. Nuestro paliducho monocolor evidencia una falta de arrestos, de identidad y de voluntad política que claman al infierno. Lo peor es que la gente suele acabar tomando de su propia medicina, recibiendo lo que da y mereciéndose lo que obtiene. Habría que analizar el cerebro del castellano y leonés -o castellanoleonés, para que no se ofenda la parte contratante de la Academia-. ¿Por qué se empecina ¡tanto! en repetir una fórmula gastada que sólo nos admite crecer en despoblación? Parecemos África, dotando de mano de obra al resto del Estado. Somos una regularización masiva pasiva. Cómo vamos a estar representados en la Europa de los pueblos si no lo estamos en la España de las Autonomías. Esto es absurdo. Pero un absurdo, cutre, posmoderno: ¡Kafka nunca habría votado a Herrera!, por favor. Y, para más inri, somos un absurdo aduanero, caróntico, ausente de humor.

Como un endeble barquito de papel anda Izquierda Unida surcando el mar de las tormentas, tragando rayos y chispas, sapos y anacondas, víctima de los cambios climáticos de aquellos relativistas proféticos e igualitarios que opinan “Todo es lo mismo”. Esto se acaba pareciendo a Estados Unidos, donde discrepar con autoridad causa temor, pues todo es de un magmático que margina. En este contexto, IU es un Ralph Nader al que le chulean los votos en las urnas, es el perro en la perrera, el protagonista de novela negra al que echan cianuro en el puchero electoral. Son unos rojos irredentos, criticones y antisistema. Menudo pecado, ¡como si el sistema marchase bien!: con el precio de la vivienda desbocado como un jamelgo del Guernika; con las hipotecas ahogando al personal como una cabina de agua de Fumanchú pero con los obreros especulativos apoyando al Pocero, no lo olvidemos; con el Medio no llegando a cuarto; con el Estado –des-apareciendo, ahí, tendido al sol, medio confesional, pidiendo limosna con un collar de Cartier en la solapa; con la política usada como “braga sucia”, que diría el Umbral de antes, no el de las pesadillas de ahora, que ya ni los sueños, sueños son.

Pues resulta que estos tarados de IU se presentan con Los Verdes por ver si el aire se vuelve respirable, como en un poema de Octavio Paz. La causa ecológica debería ser “de imperativo moral y categórico”, como expresó Fierro en estas páginas el pasado noviembre. Mas, cuando los socorristas nos avizoren desesperados, chapoteando bajo la tormenta como el pincel de Van Gogh, rehusarán ayudarnos con chalecos salvavidas y púberes flotadores. Al contrario, arrojarán piedras con la consigna de que nos las atemos a los tobillos. “Veréis qué bien os quedan”. Y como la cadenita queda muy chic en el tobillo, tragaremos. Los peces, pican; los animales, engullen; las personas tragamos. Y tragamos, primero, el conservadurismo antropológico regional; después, convenientemente triturada con la batidora neoliberal, el agua necesaria hasta hacer de nuestros pulmones un pequeño lago infecto como el río Pisuerga, cuyo curso sortearían hasta los hipopótamos.

Otro arancel de la democracia nuestra de cada día es la cantilena del voto útil. O, sea, la apelación a la estandarización política. A otro gato con esa raspa. El voto útil, desde la derecha es el que permite afianzar posiciones y desde la izquierda, supongo, retirar a De la Riva de la alcaldía. En este punto, el voto útil sería el de Izquierda Unida, pues, además de empujar al PSOE a practicar políticas sociales, es el partido que tiene más cerca el siguiente concejal, definitivo para las aspiraciones globales de la izquierda. El segundo concejal de esta formación prejubilaría a De la Riva como a un obrero más, éste, de la cosa política. Porque, ¿se lo imaginan en el escaño de la oposición? Yo no, pero como le gusta dar espectáculo, lo mismo, oiga.

Ay, los campos partidopopulares de Castilla. Oh, Fuensaldaña: ¡estadounidense parlamento “unívoco”! que, se me ocurre, podría adjetivar Hoyas. Que Antonio Herreros quiso cambiar las cosas y lo condenaron a galeras. Qué envididia de Cataluña y sus ¡seis partidos! con representación. Para colmo, los de IU suelen cocear al poder, a quién se le ocurre. Qué pesados, estos utópicos.

Vivimos -morimos- en una región que, sin salida al mar, posee más agua que ninguna: no en vano somos el mar de las tormentas. Ya saldrán los próceres del bipartidismo antidemocrático celebrándolo: “Ea, tenemos mar, para las próximas elecciones, ¡océano!”. Y, claro, las olas acechantes irán creciendo hasta que no haya tabla de surf que las peine. Con su pan se las coman. A este paso de tortuga, lo próximo a la Ley d´Hont será buscar unas convenientes elecciones presidencialistas, no parlamentarias. Aunque, en Castilla la Nuestra, no nos afectaría: sabemos discriminamos solitos. Las minorías ya no cuentan ni como margen de error en la estadística.

¿Pluralismo?, ¿variedad? Para qué. ¿Imaginan la paleta del pintor con un solo tono? A mí es que se me saltan los colores como botones en la rebeca de Herrera después de una comida opípara. Herrera y Villalba no saben pintar si no es con brocha gorda. Mirándolo bien, qué más da… para lo que pintan. Pintan techos y pintan la mona. Para ellos el arco iris es el diablo, el movimiento en la silla de su estable estabilidad.

El pavo real

mayo de 07

Introito: el pavo real, ese animal modernista, ha saltado de rama en rama, sin salir del Campo Grande, para retomar de nuevo la celebración de la inteligencia. Página a página, la Feria del Libro ha llegado al capítulo cuarenta, un capítulo en el que ha recobrado parcialmente la personalidad extraviada el año pasado. Entonces, cosas propias de las transiciones y de la corrección, se intentó contentar a todos y hubo manos negras alargadas. En la Feria, donde las carpas no son peces, se volvió a disfrutar con la literatura.

Capítulo I: Antonio Gamoneda (1931). “La verdad es un armario lleno de sombra. Ya / no hay más pasión que la indiferencia”. Del verso primero seguramente nacerá el título de lo que serán sus memorias, que significativamente e igual que ocurre con las de Saramago, terminarán en la adolescencia. Un armario lleno de sombra es el que, tres años después de muerta su madre, decidió abrir. Dentro se conservaban objetos testimoniales de su intimidad. Y al abrirlo le llegó el olor de ella.

Gamoneda es uno de los señores máximos de la poesía, cuya disconformidad ante la muerte se ha venido cargando de conformidad. De hecho, hasta hace bien poco, con la aceptación en el sayo, no advertía “más pasión que la indiferencia”. Y en éstas estaba cuando su nieta Cecilia le devolvió el brillo en la mirada, en la pluma y en el voto. Con estas energías renovadas hizo acto de presencia y, acto seguido, extendió como un mantel limpio ante los oyentes su manera de entender la poesía: aquella que no corrompe la palabra, que no la reduce y frente a la que sitúa el “no saber sabiendo” de Juan de la Cruz.

El escritor –astur-leonés se posiciona frente al verso simple –“de simpleza, no de sencillez”-, de lenguaje informativo y normalizado. El suyo se corresponde con una tradición –Elliot, Pound, Pesoa,…- que tiene que ver con el misterio y con la noción de desaparición, lejos del realismo reduccionista que encoje el pensamiento poético y que dejó de ser molde a partir de la imprenta. “Para referirse a hechos objetivos están las redes telemáticas”. Su intervención no fue amable, agradecida ni blandurria como la que cabría esperar de un homenajeado. Al contrario: beligerante y consistente, tan necesaria como la de su presentador César Antonio Molina: “La poesía está en el tiempo anterior a las palabras, no pertenece a la verdad sino al exilio”.

Capítulo II: Luis Landero (1948). “La luz desmaterializaba las cosas, que parecían a punto de ponerse a flotar (…) ¿No sientes cómo la rabia y el asco se anulan entre sí?”. Landero es un profesor, un inquieto, un diletante, un lector que de vez en cuando escribe. Cada cosa en su momento, sin prisas, “encontrando el ritmo de la vida”, como obedeciendo la consigna de Nietzsche. Y así, sin prisas, outsider, como debe ser, se plantea la vida y el trabajo. Este hombre recomienda no dejarlo todo a la escritura para no verse condenado a los bolos: artículos, conferencias, novelas a toda prisa. La cuestión es no ser un profesional del laurel, un esclavo como hay tantos, escribiendo con la lengua fuera, se me ocurre, como si fueran perros. Aunque las jaurías haylas en cualquier estamento. Por eso, en cuestión de escrituras “no es bueno depender del éxito, es una trampa de la que se acaba por depender. Pervierte”. Risueño e ingenioso, comprometido y apasionado: “Llenamos las carencias, los vacíos, las insatisfacciones con creencias, fantasías, locuras, amor e ideología”. Renuente a hablar de su libro –sorteaba hábil y constantemente las preguntas de Rioyo- su intervención fue la mejor de la feria. Con momentos antológicos: los allí presentes nos fuimos carcajeados y sabiendo que la vida y el amor son baciyélmicos.

Capítulo III: Luis Eduardo Aute (1943). “La piel deliberada / insinúa una prematura indiferencia / árida inercia de abrazos huecos / disecados en toallas de tristeza”. Poetazo, luminaria de la cultura. Hacía pocos días había impartido magisterio en el Teatro Calderón con su guitarra, demostrando que conserva la voz e ignorando canciones señeras de su repertorio –alguna, fuera de tiempo-; atacando, por el contrario, sus últimas ofrendas, que es como un autor se mantiene vivo. Quien escribiera en los setenta para La matemática del espejo: “Si pudiera al menos / no ya prescindir de la memoria / sino del deseo / de no recordar” se ve que tiene por fin las botas en el suelo y la mirada frente al invisible epicentro del horizonte sísmico. Está en forma. Reclamó el poder de la música y de la literatura que tiene la canción como único vehículo cultural para mucha gente, “incluso sin educación”. La experiencia de Leonardo habla: “Hay que rescatarla del subgénero en el universo de las artes. Estoy firmemente convencido de que lograr una buena canción es más arduo que una buena pintura, un buen poema, etcétera”. Compartió mesa con Sabino Méndez, quien en su Hotel Tierra analiza a propósito del mercado libresco: “Seguir las novedades es un suicidio intelectual (…) Abunda la literatura de circunstancias”. Habría que retrucarle, no obstante, que él, en estos momentos, también es novedad. Para que matizara una frase de tanto efecto y, sin duda, cargada de cognición. Pero, como él sabe, “esto ha ocurrido en todas las épocas. A principio del XX, el escritor más vendedor era Felipe Trigo y no Azorín o Baroja. ¿Quién se acuerda ahora de Felipe Trigo?”. Pues eso.

Capítulo IV: Fermín Herrero (1963). “Salieron de los bosques con sus labios de musgo a desentrañar la luz”. Lector compulsivo. Creo no romper ningún secreto si digo que ingiere unos cinco libros a la semana. Le tocó sufrir a una compañera, Almudena Guzmán, que fue pólvora mojada. Quería oponerse a Fermín pero sin argumentos. Ejem. Así que éste se paseó por la mesa.

La poesía es algo sustantivo que está en la naturaleza “y que no depende de la invención ni de la imaginación”. La poesía, continuó explicando, “debe unir lo decible a lo indecible” en su afán por eternizar el instante. Las ideas de muerte y misterio referidas al género volvieron a salir. Pero, además, en pos de la precisión, “debe buscar la belleza del mundo”, equivaliendo ésta a tanto como la verdad. “Cuando llueve es más fácil / darse cuenta de cómo funciona / el mundo: nadie aparta / el paraguas”.

Al final, Juan Carlos Mestre y García Jambrina jugaron a polemizar a propósito de un par de reflexiones del de Ausejo de la Sierra. Una:

-La poesía es un acto de emoción, encuentre o no lectores.

-Si no hace falta lector, ¿para qué publicas?”, inquirió ella.

¡Claro que son necesarios los lectores!, pero Fermín se refería a la naturaleza de la poesía…; complementaria, aunque la presentase diferente, la afirmación de Mestre: “La poesía son las hogueras de la resistencia, la desobediencia, la palabra civil, el pensamiento republicano y -de nuevo- lo misterioso convertido en revelación”.

Epílogo: semblanzas telegráficas. Con Ana María Matute llegó la ternura; con Jorge Edwards, la diplomacia; con Javier Serrano, la diferencia entre artista y artesano; y con Jorge Herralde –presentado por Elisa Martín Ortega-, el mejor editor imaginable de la mejor editorial posible, quien ha construido un sello más ideológico que ninguno, que publica a sus autores “incluso en los baches”. Anagrama. Un sello que hace política de autor a través de un catálogo sin capacidad para el engaño. La cuadragésima edición ha ganado en regularidad. Para ediciones posteriores, se debería acudir más a la personalidad y renunciar al carácter abierto donde todo podría terminar cabiendo. En el debe, la tirada de marcapáginas en las casetas de Información -este año, casi ausentes- y la voluble puntualidad en el arranque de actividades. Las mesas de por la tarde empezaban con veinte minutos de retraso.

Estar en la luna

26 de abril de 07

Nos cargamos los sueños con una eficiencia que nos aproxima al deslugar, al espejo de los ánimos hundidos. Y los extirpamos como aprendices de carnicero en el quirófano de las emociones. Deberíamos pensar en ello. Por ejemplo, en el breve lapso de ocio que le queda al común, normalmente coincidiendo con el camino de vuelta del trabajo. El dinamitador que dinamitó Europa en el ochenta y nueve con la especie capitalista hipócrita dinamitador fue. El cupido que clava puñales en vez de flechas disfruta de buen nombre. Y los dentistas conspiradores contra el ratoncito Pérez tienen la sala de espera llena. Llegará el día en el que los dientes de leche sean de whisky: daremos a los niños biberones como copazos empastados y no se caerán más paletos. Después del parto mamarán leche asiliconada con sabor a fresa.

Lo último es que se vende la luna a porciones, como una tarta. ¡Esto sí es carrera espacial! O sea, que si se la prometes a tu pareja y al poco no llegas con la factura que pruebe la compra de unas hectáreas, ella, él, ello, te podrá demandar por incumplimiento. Se lleva vendiendo dos décadas pero los más mortales -de momento lo somos- nos enteramos ahora.

Un intrépido se ha arrogado la propiedad de la luna y la despacha por parcelas, lo cual tiene pinta de gran salto para el hombre, pero de pequeño paso para la humanidad. Eso de tener unas tierras a cuatrocientos mil kilómetros de distancia, donde plantar lino o la tumbona, debe de molar: recordemos las palabras de Edwin Aldrin, el segundo astronauta en alunizar, cuyo nombre hemos olvidado como los de los ganadores de la medalla de plata en cualquier competición deportiva: “Se aprecia un panorama bellísimo”. No sabemos si Neil Armstrong habrá comprado, pero Reagan o W. Bush, cuyas vocaciones imperiales van más allá de la Tierra, ya lo han hecho.

Se vende el astro y quizás el alcalde de Valladolid haya pagado unos eurillos como inversión o pensando en un futuro retiro espacial. No extrañaría que desafiara la muerte y también consiguiera mayoría absoluta. Como no extrañaría que, en tales casos, quisiera presentarse a alcaide en un montículo lunar en la experiencia inaugural del sitio y repartir como agua de romero las primeras viviendas de protección. Y si el objeto sale de otro palo siempre podría ponerse unos tirantes de gobernador civil. Por cierto, apuesto que la Barberá tiene echado el ojo a la luna de Valencia.

Aunque la trama parece de un elitista que tira para atrás, el precio del acre sale a veinte dólares: o sea, unos cinco mil metros, quince euros. Razonamiento facilón es que, al precio del metro cuadrado en las españas, saldría bien invertir en esta bolsa de la compra. Y lo mismo, hasta desgrava. El método elegido para asignar el suelo selenita es tan arbitrario como increíble: el tío va y pone el dedo índice en un mapa del satélite. Esto es, lo mismo te toca un pubis que un cráter. El buen hombre, estadounidense, responde al nombre de Dennis Hoppe y, con la tontería, dice la BBC que ha recaudado en las dos últimas décadas siete millones de euros. Y le queda casi todo por colocar.

En este modelo económico de corte no intervencionista, la libertad tiende a infinito. ¿Qué pasaría si yo pusiera mañana un anuncio en el periódico diciendo que también vendo trozos de luna? O de sol. Lo mismo Hoppe me demandaba. Y si dijera que vendo saltos imaginarios de alegría o jirafas verdes en el pensamiento de los demás, ¿todo el monte sería orégano? ¿Y si trajino botellitas con aire de Australia, suspiros pronunciados en el metro de Moscú o arañazos en el agua? ¿Y si comprara vastas extensiones de cielo?: las compañías aéreas tendrían que comprarme trozos de autopista para atravesar mis lindes camino del aeropuerto más lejano. Hace cuarenta y seis años de Gagarin y cincuenta del primer satélite artificial. La URSS dominaba la cosa. Ahora Rusia tira la dacha por la ventana y monta a ricachuelos junto a sus astronautas. No sé quién chulea a quién, si Moscú a los millonetis o éstos a la plaza Roja.

Paralelamente a la destrucción del futuro por medio del panteón del pasado, intentamos no perder la memoria. Y se nos ocurre hacer pequeñas reservas con ella. Guetos. La mejor manera de practicar la extrema unción. Así, una autodenominada ‘Escuela de escritores’ ha propuesto apadrinar palabras. Apadrinarlas te sale gratis, cuestión a tener en cuenta ahora que el jaleo de Intervida ha dado ánimos a los desconfiados que siempre piensan que les van a robar la cartera y que nunca encuentran tiempo para la acción social.

La cosa es que acabamos apadrinando la recua, que tampoco está mal. Y hasta la costumbre, los pactos de Estado firmados estrechando las manos, la moral. La simple, porque la doble nunca ha estado en riesgo. También nos mola salir al campito, caminar diez kilómetros a las afueras en busca de una fuente y dormir en una casa rural, que si huele a vaca, mejor. Sagrado y profano se mezclan en untuosa ligazón. Lo antiguo mola pero para un rato, claro. Y digo yo que, aprovechando el impulso, por qué no -ahora que el futuro se echa encima con las manzanas mordisqueadas por Eva- apadrinar el cerro de san Cristóbal y tirarlo por el retrete. Volver a la pintura rupestre, no, pero ¿y recuperar el oficio de chatarrero? Si está bien pagado no faltarán demandantes. A ellos recurriríamos: portarían en un carretillo el yugo y las flechas de la cistérniga protuberancia junto al nomenclátor de algunas callecitas. El tema sería llevarlo todo a un descampado, montar un desguace guapo y luego vender la nostalgia por piezas a marcianos fascistas que veraneen en la luna.

Mi dulce señor

9 de abril de 07

Se podría decir de la Semana Santa lo que el periodista Felipe Sahagún comenta de la información internacional en los periódicos, “no le interesa a nadie pero tiene su público”. Incluso hay quienes, como Gustavo Martín Garzo, sienten fobia por las procesiones. El articulista de este diario Señorans, en esta época se retira a medir el mar, que es una cosa muy poética. O eso recuerdo de un artículo suyo.

Mientras en Castilla hacemos del recogimiento virtud, en Nueva York no se andan con chiquitas: han previsto “de manera casual” las fechas de Semana Santa para exponer en una galería manhattanera un jesucristo de chocolate y leche, como si fuera un rey mago. La liga católica del país ya ha puesto el grito en el purgatorio. O en el infierno, que es donde más eco cabe hacerse. Ante “la avalancha de correos y llamadas agresivas”, todas muy cristianas, el director de la exposición ha dejado en suspenso exhibir la talla durante la celebración religiosa. Lo mismo sí, lo mismo no.

Parece que una de las cosas que más ha molestado a los seguidores es que las partes pudendas del esculpido no están tapadas sino a la vista, hechas del mismo chocolate, como en una invitación golosona a llevarlas a la boca. Y, claro, se ha montado el Cristo. No se dan cuenta de que, si al calor de los focos añadimos el de una tela, el chocolate podría derretirse a la altura del vientre, dejando una imagen derramada subliminal poco aconsejable.

Y si las partes del representado, pura imaginería, dan el cante no será por llamativas, ya que no son precisamente las de los retratos de Robert Mapplethorpe: guardan proporción. Pero defender la idea de un Jesucristo sexuado es difícil entre gente que piensa que la Virgen fue poco menos –o poco más- que polinizada. Fíjense, si no, en la que hay a propósito del libro-catálogo de José Antonio Montoya, cuyo nombre mala rima tiene. La derecha ha criticado el patrocinio público en Extremadura del programa de la exposición, que califican como nauseabunda. En ella, Jesucristo sale masturbándose y el arcángel san Gabriel eyacula sobre María. Se trata de una paráfrasis de cuadros clásicos que han contado con un manifiesto de apoyo de más de cien intelectuales, entre ellos Luis Landero, Luis Pastor, Montxo Armendáriz o José Saramago. Curioso es que en Castilla y León y en Valencia los respectivos gobiernos conservadores habían destinado partidas a la misma obra obscena. Y los catálogos guarros también habían contado con su beneplácito. Curioso también es conocer que en Cáceres las fotos de la discordia se expusieron en un espacio cedido por la Iglesia Católica, previa reunión del artista con dos sacerdotes de la diócesis de Coria.

La idea de un Jesucristo en pelotas procesionando Castilla y León es inadmisible para el ciudadano medio aunque iría bien con su espíritu viejo, estoico, regio. En Castilla los experimentos se realizan entre pisuergas de gaseosa. Y salirse de lo establecido equivale a sacrilegio. Las cosas, como son, aunque malas; las cosas, como estén, aun torcidas. Aquí la Tierra fue plana más tiempo que en el resto de lugares eratosténicos. Y no digo yo que en algún pueblo residual no queden lugareños sin desechar tal opción. La Semana Santa, vivida al margen del arte y de la sugestión, es una prueba ancestral de lo que somos. En Valladolid, olvídense de ver figuras de chocolate ni fotos impúdicas en los museos. El que se mueva no entrará en la fotografía ni aunque esté sacada con gran angular. Hay que estar quieto y decir lo previsible. Como Francisco Vázquez, cocinilla de la política capaz de haber estado en todos los fregados y partidos y ahora ser embajador ‘de izquierda’ en la España de la crispación ante el Santo Oficio. O sea, omnipresente, atributo sólo de Dios -lo de omnipotente siempre me ha sonado fuertecillo-, reposado y presumible como Vázquez… y como su pregón, aunque haya consultado para hacerlo “más de mil fuentes” según nuestro hiperbólico alcalde y candidato, con calzón azul gaviota, a la re-re-reelección.

Más menos que más

19 de marzo de 07

O se moderan por las buenas o tendrán que hacerlo por las malas. Entonces, los responsables del primer partido de la oposición volverán a enmudecer, como cuando aquel marzo en que pasaron de las nubes al betún. Apelando a una cuestión tan cojonuda –el “pensamiento testicular” que dice Vicent o el “cerebro cojonudo” que decía Unamuno- como es la patria, tan cojonuda y tan del treinta y nueve, con sus emblemas, pancartas y cánticos espirituales, no se pueden ganar unas elecciones. Pero no se dan cuenta, sólo ven la zanahoria. Rajoy respondió a un compañero de maitines, cuando le expresó su preocupación ante la abundancia de banderas aguileñas en las manifestaciones de personas cívicas: “No es momento de pureza, sino de acción”. Y así se van a quedar, petrificados en la acción, rodeados por fuerzas centrífugas y centrípetas. Van a ser escuela de patetismo, junto al Laoconte. Pero sin arte.

Detrás de la masturbación del pasado 10 de marzo y de su demostración de poder hay una verdad: su éxito rugiente es entre acólitos y supporters. Por ejemplo, los que llenaron los más de mil autocares desplazados a la capital desde todos los rincones de la piel de toro, olé. Al final se reunieron doscientos sesenta mil amigos –según cálculo de la edición digital de EL MUNDO- en una Comunidad, Madrid, de seis millones de habitantes; doscientas sesenta mil personas en un país de cuarenta y cuatro millones. Psa, está bien pero tampoco nos lo magnifiquen.

Con sus actitudes trashumantes, el PP ha desequilibrado el fiel de la balanza: la responsabilidad política brilla por su ausencia en las convocatorias. Sus dirigentes no han declarado un gobierno paralelo como en México, pero desprestigian las instituciones mejor que López Obrador en el país azteca. Con sus ribetes de pasado histórico sin memoria se gana la plaza de Oriente pero no los jardines de Moncloa. ¿Qué parálisis facial, acompañada de oportuna sofrosine, mostrarán cuando vuelvan a perder?

Un día antes de Madrid, Valladolid fue la explanada escogida. Aunque ha habido otras concentraciones más populosas, el gentío logró arrebatar la plaza del Ayuntamiento, que pareció más Mayor que de costumbre. El Conde Ansúrez puso la nota discordante: el único que no portaba la bandera de Españaunagrandeylibre. Él, pasando de todo y de todos, gastó la tarde agarrado a su tradicional pendón desorejado de vallisoletanismos estandárticos. Los demás, águila más, águila menos, blandían banderas rojigualdas. Más de uno, inclusive, pensó en robarle la espada del cinturón de castidad ideológica para hacer con ella cosas feas mientras cantaba prosa poética: “Zapatero, vete con tu abuelo” o “Zapatero, al paredón”. Este cancionero, propio de gente de orden, le condujo a don Pedro al lamento: “Con Alfonso VI había más paz”.

Claro, que él no estaba convocado. Su origen es noble pero tal vez no sea “gente de bien”, como se exigía para revocar el derecho de admisión. Y Ansúrez vigiló el percal firme como un soldado de la Guardia de Honor en Praga. Cuando las aguas agrias y organizadas volvieron a sus cauces afluentes por Ferrari, Santiago, Pasión o Correos, el conde se quedó ahí, plantado, muerto de pie, a lo Casona. Sólo se pondrá a andar camino del colegio electoral. Para votar distinto a lo establecido. “Son muchos pregones vividos; mucho corazón bombeando horchata desde el balcón del consistorio”, reflexiona con la certeza del testigo silencioso de muchos años de pachanga y lanzamientos de huevo con arco.

En las concentraciones antiantiterroristas de los populares duerme el pasado despierto. Los megáfonos algazaradores reproducen en un presente imperfecto de indicativo el imperativo oculto del pretérito azul perfecto. Y disimulan mirando, con un lazo en la sonrisa recién empastada de la solapa, el futuro que no vendrá. Los tiempos verbales mal conjugados siempre han sido refugio de villanos. Y propios de malos pescadores, quienes no saben lanzar la caña sin río revuelto.

En vez de ‘gente de bien’ debieran haber convocado a ‘gente bien’. Para no inducir a error. La exaltación, insisto, fue puro pasado: si fray Luis hubiese reaparecido se habría mordido la lengua al ver a Rajoy reinterpretar su “decíamos ayer” entre disfraces de civismo contemporáneo y amor patrio de señoritos. Fue Machado quien, a través de su heterónimo Juan de Mairena, escribió aquello de que la patria “es un sentimiento del que se jactan los señoritos”.
La postura actual de apelar a los bajos instintos, cojonudesca, les aleja de los órganos de decisión y más que de más les hace de menos. Los que fueron gentes piadosas con grapos se han vuelto intransigentes y no entienden que la Ley penitenciaria obligue al Estado a intervenir, sin especificar si detrás del grave riesgo para la salud hay un intento de suicidio o un cáncer Terminal.

¿Y qué excusa esgrimen los señoritos? Claudicación ante ETA. Yo le recomiendo al sumiso votante –al menos, al castellano y leonés-, que se pase por el Ioba, cuyo personal anda en estos días cerca de la erradicación de la miopía a través de la llamada cirugía refractiva. Pero el problema pepero se junta con un cruce tumoroso de hipocresía aguda e intoxicación inmanente.
Como una mentira repetida tiene mucho peligro, el Gobierno ha usado la legítima defensa para hablar de los cientos y cientos de excarcelaciones y acercamientos que en época de Aznar hubo. De las negociaciones al poco de lo de Miguel Ángel Blanco; de los reagrupamientos cuando Ortega Lara estaba a dos metros bajo tierra, criando en la barba un rizo liso valleinclanesco pero sin gota de esperpento. Y para subrayar la cobertura judicial de cada medida adoptada en los últimos tiempos: toda decisión debe basarse en el Derecho y luego responder al principio de oportunidad. Así ha sido. La cobertura legal es innegable: a los previsibles apoyos del juez de vigilancia penitenciaria y del fiscal general del Estado hay que añadir el del tribunal Supremo -optó por atenuar de 12 a 3 años la pena por escribir dos artículos de amenzas “no terroristas”-, el de la Audiencia Nacional y el del Constitucional.

En cambio, durante las legislaturas imperiales parece que todo hubiese valido. Ya no es que entre asesinato y asesinato -de 1997 a 1998- se practicase el tercer grado: es que tan sólo una semana después de un atentado con víctima mortal, Aznar se manifestaba “comprensivo” ante el Movimiento Vasco de Liberación. En ese periodo se anunció que la “generosidad” iba a ser practicada incluso desde Navarra... saquen conclusiones. Ya durante la tregua, Ansar procuró sin cesar “un final dialogado” para el que no pedía “ni arrepentimiento ni entrega de armas”. Tampoco hay que olvidar la soltura con la que pronunciaba “la reinserción de presos” y las posturas indulgentes que mantuvo en beneficio de cientos de presos que regresaron con esposas o sin ellas a la península. Y entre lo más chocante, cómo autorizó negociaciones dentro de lo que denominó “una nueva política penitenciaria”, más “dinámica”. Todo, salpicado de más de mil actos de violencia callejera, extorsiones y robo de explosivos. La hipocresía es infinita: ahora no dejan que un Gobierno ejerza su función de gobernar –las urnas votarán-. Y para ello se valen de las zancadillas más peregrinas. Pero, a río revuelto, lo mismo pescan peces con forma de papeleta electoral.

Es por eso que, ante la propaganda, toca información: el PP concedió dos redenciones extraordinarias máximas a De Juana por escribir un libro en el que vilipendiaba el sistema penitenciario. Al final, los favores carcelarios en la época Aznar lograron que el tiempo de prisión del de los veinticinco asesinatos se redujera a dieciocho años. A pesar de todo, en la actualidad, los hombres de hierro critican una prisión atenuada, no excarcelación, y secundan y organizan un desfile por si acaso tras otro.

Al tropezar con la actitud incivil de los que han tomado el arcén travestidos de pancarteros me es inevitable acudir a la poesía última de Sánchez Santiago. Y oigo “el ruido de las calles: qué cruel mercadería”. Y veo los lorquianos “tigres muertos en las avenidas” o “insectos de ojos intolerables”. Y advierto “un orden provocado de jardines que dejan / lujo y devastación en la mirada”. ¡Cirugía refractiva para todos, por favor! Respecto al derecho de salir en procesión santa contra el gobierno, cabe señalar que una actitud constitucional puede degenerar en “agitación”. Así, la libertad de reunión se puede usar para urdir un atentado o conspirar trazas explosivas a cuento del Once Eme o para culpar de la bomba contra Aznar al anterior presidente socialista -por otro lado, de infausto y corrupto recuerdo-.

Ayer, hoy y siempre, la patria señoritinga. Lo mismo aquí que en el treinta y seis. O que en el treinta y cuatro, como dicen los nuevos apolo-jetas de puños encendidos. En Madrid, precedido de un justificante viva a la libertad siguió otro a España. Y se encendió el himno, un símbolo separado de su uso institucional. El PP en campaña se ha desvelado excesivo. ¿Dónde, sus liberales? Antes del himno habían cantado Libertad sin ira. Esta canción, como ha reclamado su compositor, no se usó para desunir. La apropiación llevó también a la familia de Unamuno a recriminar que el “Venceréis pero no convenceréis”, a propósito de los papeles de Salamanca, fue una usurpación sin sentido. Otras confiscaciones han sido el lazo azul o la bandera.

Y es que el sentido de los símbolos de Estado está fuera de lugar cuando se acomete extramuros del pacto. Cuando se usa para restar lo que sólo nació para sumar. Cualquier día esta derecha llevará un casete para poner el himno en los bautizos o en las bodas. “Es un hijo de la patria”. O para sintonizar el Cara al sol -siempre hay voces que lo reivindican-. Definitivamente, el cojonudismo, el cerebro cojonudo, es una fosa con aspecto de podium. De momento la están cavando con los chismes.

"La culpa no está en las estrellas"

25 de febrero de 07

No sé para qué sirve un Estatuto de Autonomía, pero debe de ser una cosa muy seria. A pesar de no saberlo, intento enterarme. Hay quien no se entera pero todo lo sabe. El caso es que después de la espantá del pueblo andaluz, Juanvi se habrá pasado la mano por la frente: “Jo, menos mal que aquí somos previsores y no hacemos referéndum”. El presi sabe tanto lo que hace como lo que deja de hacer. Ahora mismo, abres las urnas al sí y al no y la papeleta te cae de canto. Seamos sinceros: la democracia desprestigia.

Contrariamente a lo que pudiera pensarse en una ideología de intervención, a la izquierda le pierden sus formas consultivas. La izquierda es demasiado demócrata. Consulta cosas que hay por qué. ¿Que se inicia un proceso de reformas que afectan al modelo de Estado? Pues ahí tienen, señores políticos, sus cámaras acorazadas para ir sacándolo adelante. En el caso de Andalucía, sus señorías han perdido la ocasión de escenificar la mayoría absoluta con un nivel de participación del cien por cien, en plan bananero. PSOE, PP e IU, como en Fuenteovejuna. Hay que fastidiarse. ¡Más que un pacto a la germana! Un tripartito iba a decir, pero esto es marca registrada y sólo puede aplicarse a la cosa catalana.

Para qué sirve el pluralismo me pregunto cada vez que leo noticias del Reichstag. O sea, que meses de precampaña, semanas de campaña, discusiones calóricas. Platós rotos de televisión y miles de fotos en lo que antes era primera –ahora dicen que los periódicos tienen portada- para que al final se me pongan de acuerdo. ¿Que a y be se quieren dar besos a lo Breznev? Oiga, ¡métanse mano desde un comienzo: evitan el gasto público y todo el tinglado de la elección! Hay quien piensa que el consenso es necesario en las cuestiones de fondo. Personas más modestas apuntan “deseable”. Vuelvo a discrepar, sobre todo con lo primero. Las cuestiones de fondo son las que menos hay que pactar. ¿Cómo entender en España una hipotética ley de Educación cuando derecha e izquierda difieren de raíz en el concepto y el desarrollo de la propia materia? Las ideas a la basura. Aunque no desentonarían. Todo es desguace.

Como la democracia desprestigia, nadie se quiere rozar con ella. Empezando por el votante medio. Estoy con Benjamín Prado: no debería haber política sin ciudadanos igual que no debería haber ciudadanos sin política. Pero no les vas a poner una pistola en la cabeza para que se preocupen por las cosas importantes. Lo mismo hasta te denuncian. En definitiva, la culpa es del ciudadano. Sí. Porque digo yo que tendrá opinión. En el caso del estatuto, no hacía falta devanarse los sesos. Era ‘sí’ o ‘no’. Y si alguien va de guay y de anarca, que ‘en blanco’.

El desapego es fruto maduro del capitalismo. Acomodaticio y sin embargo protestón, el pasota –no otro- es el protagonista del treinta y tantos por ciento censado que ha ido al colegio electoral. Las razones del ‘descontento’ hay que buscarlas en el propio descontento, insatisfecho por demás, y no en el político. El pasota es capitalista como el anarquista es de derechas. A los cuatro les excita el patrón neoliberal.

Si el desapego es capitalista, la abstención es posmoderna. Ambas conductas, reflejo de las políticas de consumo. Y es que, paradoja va, paradoja viene, el capitalismo es la anti política. Casi diría que el que desprecia el ejercicio del voto no es merecedor de tal libertad ni de que su opinión sea tenida en cuenta. Eso de no ir a votar es para retirar pasaportes y cartas de buen ciudadano. En algunos países, una vez se tiene la mayoría de edad, es obligado votar. Eso está bien. ¿O es que sólo nos creemos maduros para aceptar contratos basura, matar a los cónyuges y no reciclar la basura? La virtud, aunque sea con calzador. Y el que quiera libertad liberal que se vaya a la selva. O a Estados Unidos.

La sociedad da la espalda a las urnas y lo que hace realmente es darse la espalda a sí misma. Nunca van a cambiar nada los que optan por no opinar cuando y donde toca. Engañarse uno a sí es más fácil de lo que se piensa. Los rebeldes que pasan, tío, son los mayores colaboracionistas del régimen con el que no comulgan. La indiferencia es segregacionista, crea guetos, exclusión. Las opiniones sin contenido o no emitidas crean individuos embasados al vacío.

El gentío no sabe qué decir porque no sabe pensar. Pensar la postura de uno ante la vida, formarse una opinión, además de humanizar, cuesta sacrificio. Y en el país de los hedonistas el placer es el rey. Quieren explicaciones pero no hacen ni medio esfuerzo en leerse la primera página de un programa electoral. Se quejan recurrentemente de que tal político no ha explicado su postura -“y así cómo vamos a decidir”- pero no leen varios diarios con atención y les sale urticaria cuando sale un propagandista en televisión.

Al populacho le das voz y voto y se queda únicamente con la voz para poder seguir criticando lo que se le pasa por la cabeza. Jamás hará nada de facto que merezca la pena, pero reparte estopa contra todo y contra todos. Jamás reparará en la dificultad que ronda la gestión de lo público y por eso reparte sencillez a racimos.

Volviendo a los estatutos. Son la evolución lógica del Estado de las Autonomías. Si en esta Castilla hubiera habido una consulta al respecto, lo mismo llamaban de la redacción del Guiness. Y no para registrar aquel abrazo mayor del mundo que no nos dimos en ferias.

Dentro de todos los dictámenes que despiertan mi sonrisa, uno de los más cachondos es el que atribuye el fracaso del asunto a la izquierda. Y por algo más que por avistar tal caldo de cultivo en las vitrocerámicas populares. La culpa es de la izquierda –de Zapatero, ha personalizado Acebes-: porque ha perdido el contacto con el pueblo; porque no ha explicado la necesidad de la moción; y porque la gente no quiere líos estatutarios. Vamos a ver, majaderillos. Si la gente no quisiera líos estatutarios, habría ido a votar ‘no’. O, todo lo más, habría sacado el pañuelo blanco del bolsillo que usa en el estadio de fútbol y lo habría introducido en el arca. Pero pasa que el ‘sí’ ganó de goleada. Si no lo ha entendido, vuelva a leer las últimas líneas.

Además, con qué cara va un conservador a votar ‘no’ cuando Arenas le pide un ‘sí’. O cuando, si Feijoo muestra coherencia, su partido se sume en Galicia a un estatuto a la catalana; o cuando sus siglas impulsan en Valencia y en Baleares las aspiraciones del sinvergüenza y destripador de Rovireche. ¡Menuda esquizofrenia!Tenemos opinión hilvanada a titulares y las elecciones son la catálisis del gregarismo. El desinterés es comida en un restaurante sin tenedores, posada en un hotel de media estrella. El desinterés es el estado prenatal de la persona, la tendencia más facilota. Lo que en dictadura se perseguía a toda costa, en democracia se vuelve prescindible. Los derechos inherentes son así de relativos. Y la culpa de nuestra falta de interés, repito, no la tienen los políticos. “La culpa no está en las estrellas”, creo que se decía en ‘Recuerda’.

Seguramente Hitchcock había copiado a Shakespeare . La moraleja ya no es el final de las fábulas sino una zona residencial y dudo que Esopo se hubiera metido a articulista. Aun así, la lección o enseñanza de esta tribuna es que el ser humano es irresponsable y caprichoso. Y aunque luego le exige cuentas al rey nunca se las pide en Zarzuela, sino a través de las revistas del corazón.

Con uve de negocio

24 de enero de 07

El nombre de la sociedad municipal dedicada al suelo, VIVA, es un aviso para cristobalcolones. Una tomadurita de pelo, una ironía, un retortijón intelectual. Viejas formas. Estoy seguro de que a la tropa malaya marbellí le habría encantado la denominación de origen. La pandilla basura -a juzgar por el abuso que hacía de la bolsa barrendera- no habría ideado mejor forma de carcajearse a la cara sin perder la compostura. VIVA. A la luz y al taquígrafo de las opacas concensiones de uvepeós, estas siglas suenan acrónimamente a cachondeo. ¿No oyen, sufridos lectores, las risotadas?

Los afluentes peninsulaibéricos están ahí: Porchinos, Ribaroja, Telde, Orihuela, Castellón, Valencia, Alicante, Jaén, Morón, Fuerteventura. Recalificaciones, información privilegiada, cohecho, fondos malversados y por malversar, alcaldes ratificados en el cargo aun con procesos judiciales abiertos en contra. Privatizando lo público, que es lo que se lleva. El suelo, lo mismo que el gas.

Qué pena de termitas y de otros insectos plaga, que no gustan de los materiales modernos de deconstrucción. Así sobrevenga una aluminosis colectiva que derribe las moles hormigoneras según están siendo levantadas. Por la noche, para que no haya muertos y se escuche mejor la digestión de la economía, derrumbándose camino del intestino. En algún caso, el Gobierno ha tomado cartas y ha echado de la partida a bloques torrenciales que okupaban la costa mediterránea.

El metro cuadrado, el ladrillo, la garambaina de la vivienda. Como resultado, decenas de cargos del PP imputados por delitos urbanísticos. En el cómputo, ellos son mayoría absoluta, como aquellos diputados aznariles en el Congreso cuando la segunda legislatura imperial. Esto por lo que respecta a otros; en Castilla hay pinares que hacen la boca agua a más de uno. Y, para no ser menos, en Valladolid tenemos Arroyo de la Encomienda, algo es algo. Y VIVA. Viva la virgen, viva la Madre, el desmadre, la legal ocurrencia presuntamente prevaricadora. Viva la Pepa, no, eso no. Arroyo… y viviendas de protección.

Todavía colea por tertulias tabernarias la historia de aquellos hijos de altos cargos que hallaron el trébol de las cinco hojas yendo de tapas o algo así. Valín, De la Riva, Monje, tres señores cuyos vástagos han salido beneficiados de súbito. Y de tapadillo. Su prole obtuvo una casita a precio de saldo gracias a una mano inocente que, resabida, abrió el sobre correcto. Hijos de tres cargos hay, que se sepa.

El regidor vallisoletano se apresuró a eludir toda transparencia en un principio. El otro día se reafirmó. Se negó con ceño fruncido y sonrisa profidén a hacer públicos los datos que rodean el escándalo. “Como si mis hijos no tuvieran derecho”.

Ni en los casinos de La Habana precastrista la ruleta habría caído tantas veces en el mismo número del mismo color. Cosas del azar no, que no hubo sorteo. La suerte, ya se sabe, a veces es caprichosa. Y se pué equivocá. Mejor nos lo jugamos todo a méritos. Eso, que reúnan las condiciones que impongamos. La vivienda está VIVA y coleando y grita salvas de satisfacción; los aconcejalados responsables patrios de mantener en orden el caos pierden al póquer; los estribos caen rodando por Levante; revienta la banca y todo queda en vino de borrajas; la gente olvida; justifica; “cualquiera lo haría”; el ciudadano va a urnas; una persona, un voto; el que tiene boca se equivoca; y el que tiene mano, mmm…

Entre los exigentes requisitos se cuenta que figuraban: un determinado color de pelo, la estatura y el número de pie. Y, como quien no quiere la cosa, un máximo de tres mil euros mensuales. Risa nerviosa. Normal, la gente necesitada iba haciendo hueco. “Pasen, pasen, por favor”. Los responsables de la gestión optaron por el tipo más alto de protección porque, de lo contrario, no había manera, oiga. Primero; ¿quién, con un sueldo semejante, necesita que le abaraten la vivienda a menos de la mitad de su precio en mercado? Segundo: si el beneficiado de las trilerías es un cargo público la ofensa es mayor. Habrá que hacer sartenes sin mango para que se quemen con el aceite.

Hasta hubo quien, empadronado en Tenerife pidió caridad en Valladolid solicitando un piso –que le fue otorgado- al tiempo que adquiría un chalecito de cincuenta kilos allende la península. Esta gente se pasa por el forro la última medida gala: Francia, cuna de la revolución, demuestra que el Estado Social es la última defensa del ciudadano ante el poder, la última posibilidad para creer en una democracia de capa caída. ¿Libertad, igualdad, fraternidad? Mariconadas. Siempre nos quedará el toro de Osborne en algún montículo y en las camisetas con la banderita. En las plazas, se va a al paulatinamente echando el cerrojo a las corridas. Se caen, una a una, por su base.

Volvamos arriba la mirada. Los pirineos ya no protegen la reserva moral de Occidente, la moneda es única y esperemos que las leyes, epidémicas. Asistidamente contagiosas, cumplirían su papel de servicio al pueblo. En el país vecino, el derecho a vivienda será exigible ante los tribunales. Sí señor. Con dos narices. El primer ministro, ese Vilepén siempre bronceado que escribe poesía en los márgenes de sus cuadernos de gobierno, lo ha anunciado.

La ley hará del Estado el garante jurídico. Parece ser que en Escocia hay una legislación similar. Veremos cómo se desarrolla, pero la iniciativa es plausible. Pionera y generosa. Y aunque se plantea en dos fases, la segunda se desarrollará en dos mil doce, bienvenida. Los atrabiliarios se van a meter la especulación por donde la espalda pierde su casto y, sobre todo, recto nombre y van a hacer de su monopoli una merienda de blancos.

Para colmo, el ministro de Cohesión Social, Jean Louis Borloo –un nombre muy francés para no desentonar con el espíritu de la norma- declara que el objetivo de la ley no es “generar satisfacción”, sino “agitar toda la república”. Agitar, agitar. Si es que llevan al incorruptible Robespierre en la sangre. Jean Louis anima a la gente que se vea sin techo a denunciar al Gobierno, ya que podrán imponerle multas si no se garantiza el tema. Unos fenómenos, eso son. Ya quisiéramos algún zarandeador que nos zarandease.

Qué envidia. VIVAN las escrituras. Aquí uno oye ‘dadle agua al sediento’ y se baja del Mercedes un pocero que acaba de doblar la esquina con ganas de hacer de la necesidad virtuoso negocio. Ante lo complicado de pagar un cobertizo, lo mismo de repente la gente se empadrona en la Provenza. O en cualquier punto cardinal de la France. Lo mismo hay una fuga de escrituras o de estómagos a París. Que si hasta ahora no se debía de vivir tan mal allí, ahora pintan oros. Los amantes de las libertades seguirán diciendo que aquel Estado –el francés, pero el Estado en general, vamos- subvenciona la vagancia. Si, en lo relativo al tema abordado, eso piensan: que empiecen por despegar las adhesiones prestadas a todos los textos constitucionales que en el mundo desarrollado han sido. No encaja esta libertad a la carta con la querencia de derechos sólo formales. Estos pesados no hacen más que lamentar que los gobiernos regulen. “Jo, cómo se pasa la izquierda, qué mala es”. Pues, miren, en Francia la medida intervencionista la ha tomado la derecha, que allí da ejemplo a propios y a extraños. VIVA la república. Francesa, claro… aunque todo en la vida es cuestión de tiempo.