25 de febrero de 07
No sé para qué sirve un Estatuto de Autonomía, pero debe de ser una cosa muy seria. A pesar de no saberlo, intento enterarme. Hay quien no se entera pero todo lo sabe. El caso es que después de la espantá del pueblo andaluz, Juanvi se habrá pasado la mano por la frente: “Jo, menos mal que aquí somos previsores y no hacemos referéndum”. El presi sabe tanto lo que hace como lo que deja de hacer. Ahora mismo, abres las urnas al sí y al no y la papeleta te cae de canto. Seamos sinceros: la democracia desprestigia.
Contrariamente a lo que pudiera pensarse en una ideología de intervención, a la izquierda le pierden sus formas consultivas. La izquierda es demasiado demócrata. Consulta cosas que hay por qué. ¿Que se inicia un proceso de reformas que afectan al modelo de Estado? Pues ahí tienen, señores políticos, sus cámaras acorazadas para ir sacándolo adelante. En el caso de Andalucía, sus señorías han perdido la ocasión de escenificar la mayoría absoluta con un nivel de participación del cien por cien, en plan bananero. PSOE, PP e IU, como en Fuenteovejuna. Hay que fastidiarse. ¡Más que un pacto a la germana! Un tripartito iba a decir, pero esto es marca registrada y sólo puede aplicarse a la cosa catalana.
Para qué sirve el pluralismo me pregunto cada vez que leo noticias del Reichstag. O sea, que meses de precampaña, semanas de campaña, discusiones calóricas. Platós rotos de televisión y miles de fotos en lo que antes era primera –ahora dicen que los periódicos tienen portada- para que al final se me pongan de acuerdo. ¿Que a y be se quieren dar besos a lo Breznev? Oiga, ¡métanse mano desde un comienzo: evitan el gasto público y todo el tinglado de la elección! Hay quien piensa que el consenso es necesario en las cuestiones de fondo. Personas más modestas apuntan “deseable”. Vuelvo a discrepar, sobre todo con lo primero. Las cuestiones de fondo son las que menos hay que pactar. ¿Cómo entender en España una hipotética ley de Educación cuando derecha e izquierda difieren de raíz en el concepto y el desarrollo de la propia materia? Las ideas a la basura. Aunque no desentonarían. Todo es desguace.
Como la democracia desprestigia, nadie se quiere rozar con ella. Empezando por el votante medio. Estoy con Benjamín Prado: no debería haber política sin ciudadanos igual que no debería haber ciudadanos sin política. Pero no les vas a poner una pistola en la cabeza para que se preocupen por las cosas importantes. Lo mismo hasta te denuncian. En definitiva, la culpa es del ciudadano. Sí. Porque digo yo que tendrá opinión. En el caso del estatuto, no hacía falta devanarse los sesos. Era ‘sí’ o ‘no’. Y si alguien va de guay y de anarca, que ‘en blanco’.
El desapego es fruto maduro del capitalismo. Acomodaticio y sin embargo protestón, el pasota –no otro- es el protagonista del treinta y tantos por ciento censado que ha ido al colegio electoral. Las razones del ‘descontento’ hay que buscarlas en el propio descontento, insatisfecho por demás, y no en el político. El pasota es capitalista como el anarquista es de derechas. A los cuatro les excita el patrón neoliberal.
Si el desapego es capitalista, la abstención es posmoderna. Ambas conductas, reflejo de las políticas de consumo. Y es que, paradoja va, paradoja viene, el capitalismo es la anti política. Casi diría que el que desprecia el ejercicio del voto no es merecedor de tal libertad ni de que su opinión sea tenida en cuenta. Eso de no ir a votar es para retirar pasaportes y cartas de buen ciudadano. En algunos países, una vez se tiene la mayoría de edad, es obligado votar. Eso está bien. ¿O es que sólo nos creemos maduros para aceptar contratos basura, matar a los cónyuges y no reciclar la basura? La virtud, aunque sea con calzador. Y el que quiera libertad liberal que se vaya a la selva. O a Estados Unidos.
La sociedad da la espalda a las urnas y lo que hace realmente es darse la espalda a sí misma. Nunca van a cambiar nada los que optan por no opinar cuando y donde toca. Engañarse uno a sí es más fácil de lo que se piensa. Los rebeldes que pasan, tío, son los mayores colaboracionistas del régimen con el que no comulgan. La indiferencia es segregacionista, crea guetos, exclusión. Las opiniones sin contenido o no emitidas crean individuos embasados al vacío.
El gentío no sabe qué decir porque no sabe pensar. Pensar la postura de uno ante la vida, formarse una opinión, además de humanizar, cuesta sacrificio. Y en el país de los hedonistas el placer es el rey. Quieren explicaciones pero no hacen ni medio esfuerzo en leerse la primera página de un programa electoral. Se quejan recurrentemente de que tal político no ha explicado su postura -“y así cómo vamos a decidir”- pero no leen varios diarios con atención y les sale urticaria cuando sale un propagandista en televisión.
Al populacho le das voz y voto y se queda únicamente con la voz para poder seguir criticando lo que se le pasa por la cabeza. Jamás hará nada de facto que merezca la pena, pero reparte estopa contra todo y contra todos. Jamás reparará en la dificultad que ronda la gestión de lo público y por eso reparte sencillez a racimos.
Volviendo a los estatutos. Son la evolución lógica del Estado de las Autonomías. Si en esta Castilla hubiera habido una consulta al respecto, lo mismo llamaban de la redacción del Guiness. Y no para registrar aquel abrazo mayor del mundo que no nos dimos en ferias.
Dentro de todos los dictámenes que despiertan mi sonrisa, uno de los más cachondos es el que atribuye el fracaso del asunto a la izquierda. Y por algo más que por avistar tal caldo de cultivo en las vitrocerámicas populares. La culpa es de la izquierda –de Zapatero, ha personalizado Acebes-: porque ha perdido el contacto con el pueblo; porque no ha explicado la necesidad de la moción; y porque la gente no quiere líos estatutarios. Vamos a ver, majaderillos. Si la gente no quisiera líos estatutarios, habría ido a votar ‘no’. O, todo lo más, habría sacado el pañuelo blanco del bolsillo que usa en el estadio de fútbol y lo habría introducido en el arca. Pero pasa que el ‘sí’ ganó de goleada. Si no lo ha entendido, vuelva a leer las últimas líneas.
Además, con qué cara va un conservador a votar ‘no’ cuando Arenas le pide un ‘sí’. O cuando, si Feijoo muestra coherencia, su partido se sume en Galicia a un estatuto a la catalana; o cuando sus siglas impulsan en Valencia y en Baleares las aspiraciones del sinvergüenza y destripador de Rovireche. ¡Menuda esquizofrenia!Tenemos opinión hilvanada a titulares y las elecciones son la catálisis del gregarismo. El desinterés es comida en un restaurante sin tenedores, posada en un hotel de media estrella. El desinterés es el estado prenatal de la persona, la tendencia más facilota. Lo que en dictadura se perseguía a toda costa, en democracia se vuelve prescindible. Los derechos inherentes son así de relativos. Y la culpa de nuestra falta de interés, repito, no la tienen los políticos. “La culpa no está en las estrellas”, creo que se decía en ‘Recuerda’.
Seguramente Hitchcock había copiado a Shakespeare . La moraleja ya no es el final de las fábulas sino una zona residencial y dudo que Esopo se hubiera metido a articulista. Aun así, la lección o enseñanza de esta tribuna es que el ser humano es irresponsable y caprichoso. Y aunque luego le exige cuentas al rey nunca se las pide en Zarzuela, sino a través de las revistas del corazón.