30 de agosto de 2015
“Vivir es una
enfermedad imaginaria”. Pansaers. Sin ficción nos
habríamos extinguido. Creamos absolutos a partir de tientos.
Brizna de (in)existencia
Brizna de afloramiento
27 de agosto de 2015
“La cultura pone en
el rostro de un hombre una máscara que se encarna y no se puede arrancar;
máscara misteriosa, como precisamente es misteriosa la humanidad cuando se
expresa y no se queda obtusa y mezquina o vil en el comportamiento, en el
código, en las convenciones sociales”. Pasolini. Dentro del arte, la
máscara no oculta; desvela. Y, estrambote, conecta lo culto y lo popular.
Brizna de simulación
24 de agosto de 2015
“Whitman en nada se
ajusta a lo que la mayoría de sus exégetas dice que es”. Bloom. Whitman piensa en
él mismo: es un autor. “Aunque se proclama poeta de la democracia (…)
es difícil, hermético y elitista”. Creyente del arte. “Su autorretrato es puramente
literario, una máscara a través de la cual canta (…) es más ‘cantante
solitario’ que defensor de los ofendidos y los humillados (…) No quiero
sugerir que Whitman es un prestidigitador”. ¿El fingidor de Pessoa? Ni uno ni
otro son fingidores y, al mismo tiempo, un poco: hablan con careta interpuesta
para decir las cosas indecibles en que la verdad se vertebra. “Como mejor
conocemos a Whitman es con la identidad de (…) ese personaje literario o
máscara”. El poeta no es un fingidor aunque finja lo contrario. Barbudo dixit: “Vienen a mí los días y las noches y
vuelven a marcharse, pero no son el mí mismo”. Yo estoy en él, pero él no es
yo. Bloom remata: “Whitman divide su ser en tres: ‘el yo’, el ‘yo real’ o ‘mí mismo’
y ‘el alma’. El Canto a mí mismo viene a decir que no existen las personas hechas de una pieza.
Brizna de bloqueo
21 de agosto de 2015
“La tele reúne a las
personas, el cine las divide”. Godard. La primera es ovina, el segundo tiene
algo de Linneo. La pantalla del móvil pulveriza. “Todos vamos cayendo en el
espejo” –Paz-. [Pantalla, sexta acepción: ‘Persona o cosa que, puesta delante
de otra, la oculta o le hace sombra’]
Brizna de Chirbes
15 de agosto de 2015
“Los viajeros, al
final de sus trayectos, cuando les había parecido insalvable el último golpe contra
los escollos de la vida, encontraban destellos de sí mismos en los cuadros de
Tiziano, del Veronés, de Tintoretto, en el tembloroso brillo de una luna sobre
el agua, y eso los reconfortaba”. Rafael Chirbes, Mediterráneos. ¿Qué última capa de pintura habrá detenido tu
serenidad? “A fuerza de dar tumbos, uno ya ha aprendido que un viaje se resume
por lo general en un solo instante”. Los relojes se detienen en señal de
respeto. Lo aprendieron de los retablos de las iglesias. La quietud es
infinito; la congelación del momento, emisaria de eternidad. Nuestro presente tiene
complejo de derviche giróvago: hace, entra, sale, cambia de asiento, viaja por
viajar, colecciona experiencias, conoce gente. Y, sobre todo, vive en la
exterioridad de la naturalidad, en los titulares y con el dedo en la pantalla. “Sigue
dando vueltas, si acabas de pie” –Bunbury-. Chirbes vivía tranquilo y rizaba rizos: halló sustrato artístico en el realismo. Culto, escéptico-comprometido, esquivo
de trato galante. “Cuando desuellas a un pez, su cuerpo muestra desazonantes
similitudes con el de un ser humano. Prueba a contemplar la agonía de un
insecto a través de una lupa. Descubrirás qué atrocidad, qué convulsiones, qué
manera de revolverse, de abrir y cerrar la boca, la desesperada agitación con
que mueve las patas (…) Liebres temblorosas. He visto morir a mi madre y a mis
tíos. El mismo raleo, la misma respiración entrecortada y sibilante (…) La vida
humana es el mayor derroche económico de la naturaleza. Cuando parece que podrías
empezar a sacarle provecho a lo que sabes, te mueres, y los que vienen detrás
vuelven a empezar de cero (…) La vida es un despilfarro”. En la orilla. Somos lo que somos, no más. Nuestra separación del animal cabe en la cabeza de un fósforo. Tu agonía la imagino como el ladrido de un perro callejero; me gustaría acompañada por alguna blasfemia indolente. Como
Maquiavelo, como Houellebecq, como Peckinpah, pusiste por escrito lo que
desazona. No hay apología, sino apoplejía. Cuando morimos, a la cabeza no le queda carrete y del corazón para qué hablar. Al final, los que fallan siempre son los pulmones. Encharcados por la tuberculosis,
calcinados por un cáncer; paralizados ante un amanecer. Purificarás el
fuego de la incineradora. La temperatura cayó en tu muerte, evocando la claridad demacrada
del invierno.
Brizna de Diario con guantes
14 de agosto de 2015
“Esta noche oí dos
disparos a las tres de la mañana, pum-pum… Serían petardos”. Anónimo, en la barra
de un bar. 14:10; Ejemplo de autocensura. Doy otro trago al café y miro a Eva
Vázquez. Me pregunto si pasamos página, no periódico. ‘No
son petardos, Sancho, son molinos’. En algún lugar, en alguna piel. Piel de asno. A las 8:30 bebía otro café
mirando a Javier Gomá: “La única razón de
ser de la mentira es aumentar la blancura de la verdad cuando ésta se produce”;
“La única manera de perdurar en este mundo caduco es producir algo perfecto o
que aspire a serlo. Sólo la perfección queda y no se la lleva el rastrillo del
tiempo”. Ayer Javier Castán me hablaba de las ruinas –que tanto me gustan-
romanas; de su prestigio desde el medievo hasta hoy; del acarreo. Se da el caso
de que él mismo refutaba su reconvención de antes de ayer: “Pero, Fernando, ¡la
perfección no existe!”. Veinticuatro horas más tarde habla de ruinas, que
en su despiezamiento, factura y evocación resultan… perfectas. Si en los
pecios Ferlosio no viera el eco del horizonte prometido, su agrafía sería
total. Cuatro horas después del desayuno, 12:30, Inés Toharia habla de
la obsolescencia del digital frente a la perdurabilidad analógica. Se
refiere, para mí explícitamente, al amor y la política: “Son los Ciclos de Vida [dialéctica viejo-nuevo]:
nitrato-acetato-poliéster”. El poliéster es el número áureo. “Eastman Kodak
deja de fabricar nitrato a partir de 1948”. El poliéster tampoco se lleva. Uno y otro duran como una ruina. Lo que no perdura es el archivo digital. Habla en connotativo constante, un tiempo verbal-mental
del que se nutren los presentes históricos, que siempre son pasado. Joyce podría
dar una ponencia -muertos mediante-; incluso Huston. Nos abrasamos entre pasado
y presente. El futuro es tan despreciable. “En la primera fase, la emulsión
va adquiriendo un color amarillo o marrón”. El nitrato se quema y no lo salvan ni el agua ni la tierra, que nunca nos es leve. Durante la mañana, pregunté a una persona si habían llegado los árboles y
a otra si había hecho por la mañana un trabajo pendiente. Todos entendieron que
preguntaba lo que preguntaba. La hipermodernidad vive en la denotación. Fácil burlarla. No hace falta ni doblar una esquina. Basta seguir recto. A las
14:18, hablo con Vázquez de la verdad y la mentira en el cine; y pienso en
Gomá. Me dice: “El arte reconstruye. Se parece mucho al comer de una vaca”. Deseo que
pinte o recorte urgentemente una vaca alegórica. 14:40. De vuelta a casa parece que miro
tres escaparates consecutivos. De nuevo, lo denotativo traiciona al espectador
negligente: la verdad es que los uso de espejo. “Rousseau distingue entre un amor
de sí y un amor propio” –Gomá-. Pienso
en Bacon. Si pronunciara su nombre, la Población Mundial Denotativa -cada vez
mayor, cultivada en la multipantalla de la hipermodernidad- pensaría
que lanzo un viva por la panceta ahumada. El pintor, cada mañana se decía, con
justicia y radicalidad –no se puede vivir fuera de ella-: “Mira cómo trabaja la
muerte en esta cara”. En su homenaje me miro en las tiendas. Y poso. Deseo un
trago de poliéster, o, al menos, de nitrato. Solo la verdad permanece. Los que
viven en el realismo no la huelen; siempre constipados. ¿“La
palabra refleja lo que somos”? –Scorsese-. Más: palabra somos, ¿verdad, san Juan? Con
mañanas así de analógicas, ¿quién necesita tardes digitales?
Brizna de inteligencia
10 de agosto de 2015
“Gil de Biedma es un
gran crítico de la cultura, pero un poeta menor, de alcance verbal muy
limitado”. Caballero Bonald. Sólo la alcurnia de la libertad permite tutear
a un santón. Recuerda al rebajamiento que Gamoneda aplicó de Benedetti. “Los
grandes poetas de esa época –prosigue Bonald- son Valente y Barral”. Me obliga a recordar
la apostilla que me hizo Fermín Herrero, después de admitir que Gil
es frío: “Su virtud, esencial, es que renunció a la inteligencia en la poesía”.
Me voy al verso del barcelonés desde las ruinas de mi inteligencia. Siempre tuve predilección
por las ruinas. Hace cuatro días Zunzunegui me disparó al centro: “Las ruinas son
propias de melancólicos”. ¿Gil de Biedma, melancólico? Sí. ¿Poeta menor? Me repito: “Su
virtud es que renunció a la inteligencia”. Eximir a un autor de
inteligencia, descontársela, es como amputar a un atleta sus dos piernas, signifique inteligencia lo que
signifique, nombre exacto de las cosas o su reverso [la matemática no conoce cifra exacta; y la literatura y el arte consisten en imprecisión,
ambigüedad, estilo y juego]. Estrambote: los
cruzados de la sencillez y la claridad que defienden a Biedma frente a
Caballero, defienden también, curioso, a Ferlosio -en tanto que hipotético
contrario-; cuando su prosa es tantas veces un calco deseado de la poesía barroquizante
del jerezano. Un solo ejemplo: “Nuestro siempre querido, benemérito (…) y
gracigordo diario monárquico de la mañana (…) con su amarilleante y torticera
perspicacia populista, la golosa e infalible rentabilidad impresiva (…) Ni por
ensueño se esperaba la ocasión de oro que, a efectos de exprimir hasta el
máximo grado imaginable el potencial suasorio de la ominosa efigie...”. Etcétera. Por
cierto, los versos que anteceden a la renuncia de la inteligencia biedmeana apelan, también, a la
renuncia de leer, sufrir y escribir. O sea, a la vida misma. Llena
de diarios amarilleantes y torticeros. Se supone. Vacía de sufrimiento. Hay muertos más despiertos.
Brizna de guion
6 de agosto de 2015
“Pero no juegues conmigo porque
estás jugando con fuego”. ‘Play
with fire’, The Rolling Stones. Avisamos para no ser traidores, en tiempos que invitan a la traición. “Mejor mira por dónde andas”. El tiempo es
un hatajo de naipes marcados. Demuele y, aun así, te llama y vas. Dublineses de Huston –“La única película
suya que aprecio; Zunzunegui”-, La habitación
verde, de Truffaut. La atracción de la tierra parece salida de una barraca
de feria. La caída precede y sigue cualquier levantamiento. Que siempre es de cadáver. Escalando una montaña. Que siempre pare ratones. El Jagger que empieza
cantando ‘Play with fire’ y ‘Heart of Stone’, tres décadas
después suplica ‘Don’t call me up’. Pasaremos de citar a Deleuze y Baudrillard
a defender la película por encima del autor. Hasta que el aliento
repose como un emisario de la muerte, trataremos de hacer nuestro trabajo
lo mejor posible. El que toca. ¿Alguien piensa todavía que maneja su vida, hoy, setenta años después de Hiroshima -pretexto posmoderno por antonomasia-?
Brizna de infinito
4 de agosto de 2015
“Es justo que Don Quixote nunca se acabase, ya que, en
cierto modo, quizá nunca se pensó para ello”. Santos Zunzunegui. Procastinar significa
llevar las cosas a su máxima expresión. La cuerda que nunca se rompe. “Quizá quiso mantener la película en work in progress”. Acabar algo, materializarlo, es una vulgaridad. “Welles,
melancólico; creativo; incapacitado”. A veces hay que disimular para que no te
deporten. La practicidad es enemiga del alma. Uno vuelve al redil y descubre que nunca se ha
ido.