30 de noviembre de 2015
“¿Por qué no te
seguí para decirte / que en el iris desmayado de tus ojos / encontré agazapada
la mudanza / de un tiempo que aún no sabía / que se estaba pasando?”. Mauricio Herrero
Jiménez. Porque, entonces, no habría poema ni vida. Porque la vida incumplida es la imperecedera.
Y porque es al detenerse el tiempo cuando notamos su transcurso. Precisa hacerse estatua para que, fijados en el anzuelo de su pretérito, advirtamos el desplazamiento. Germine “en el aire el eco / de tus voces”. El tiempo es un desliz de los días. De ellos pende el mundo como un
adorno en una fachada abandonada, que el viento cimbra pero no despega. Abandonamos
el ayer para idear que seguimos vivos. “La luz era la luz
/ cuando fue tuya”. La luz no es de nadie. Es una imaginación. Una mentira, cegadora,
para pensar que no estamos muertos. Somos, también, lo que no hemos sido.
Brizna de inasibilidad
Brizna de procesos
25 de noviembre de 2015
“Una obra de arte no
debe tener el aspecto de una realidad, sino de una idea”. Joubert. Ello nos da
pie a imaginar que en la danza, detrás de cada salto, lo que hay es un deseo de
Ascensión; una disciplina de orante quieto. “Lo importante no está (…) en lo
que pintamos, sino en lo que dejamos imaginar”. Los autores demasiado ocupados en ser entendidos -en que el arte sea comunicación-
convierten la claridad en deletreo. Abolen, sin saber, al lector,
sin margen para el cual no queda más que un emisor; es decir, el autor deja de
existir. “Yo llamo imaginación a (…) volver sensible lo que es intelectual”. La
sensibilidad opera en las neuronas y la piel. Es la idea que cabalga sobre la giba de otra idea.
Brizna de parsimonia
19 de noviembre de 2015
“Como compositor uno
sigue adelante con sus cosas, las fechas de entrega no importan (…) Tengo
canciones que empecé hace veinticinco años y aún no he terminado”. Keith
Richards. El mejor ansiolítico, la lentitud. Permite ver los cadáveres enfermos de los errados
pasar.
Brizna de ritmo interno
16 de noviembre de 2015
“Lo he pasado mal al
publicar [los diarios], era más feliz cuando escribía para mí. No me ha gustado
mucho la experiencia. De hecho, el diario se acabó (...) se autodestruyó”. Iñaki
Uriarte. La agrafía no es el reverso de la escritura, sino la cara de la
coquetería. En la página en blanco todo es perfecto, hay un Malévich. La
excusa de corregir pospone el parto, y no hacer nada, ni garrapatos siquiera, es
a la par conquista y deseo. El placer de criticar a los indolentes mientras
miras por la ventana. “Con la sensación de que me vayan a ver se me estropea un
poco el gustazo (…) Creo que puedo volver [a escribir]”. En las declaraciones hay,
soterrado, un cinismo romántico, una puesta en escena, un apetito, un diálogo con
vocación de monólogo. Una entrada para su diario, que sortea las noticias de la
televisión. “Sí discutía de política (…) pero, a la hora de escribir, no es lo
importante realmente en la vida”. Porque la vida es lo contrario a la
actualidad, igual que la información lo es del conocimiento. Me abstraigo para no comentar los -reincidentes- atentados de París. Uriarte
practica la contemplación. “Me di cuenta en cuanto terminé la universidad. No quería
meterme en una empresa con una nómina, me parecía espantoso. Hablar de esto,
ahora, con la crisis es muy complicado. A mí me parecía que la mayoría de
trabajos eran exploración pura y dura”. Y puta. “Aquello que describió Marx me
fascinaba: por la mañana, pescar; por la tarde, leer; etcétera. Mi gran
objetivo es que nadie me dé órdenes. Sólo he trabajado con horario fijo una
semana en mi vida”. Ya es.
Brizna de paradojas
10 de noviembre de 2015
“Soy consciente del
peligro que la sociedad libre y, más aún, los mecanismos del mercado suponen
para la cultura. Soy consciente, por supuesto, de que casi todo el mundo
prefiere cualquier basura a Cortázar o Hrabal (…) Supongo que una ola de basura
literaria y televisiva invadirá nuestro mercado, y no veo modo de que podamos
evitarlo”. Ivan Klíma, en 1990, recién abolida la censura checoslovaca. La integridad
abunda menos que el sentido del gusto, y ya es decir. Después de tener suprimidos
sus libros, y de verse obligado a barrer las calles de Praga, mantuvo la
lucidez: “En esta libertad recién nacida, la cultura no sólo gana algo
importante, también lo pierde”. Y ahí andamos, cavando, en pos del centro de
la tierra; gracias, libertad. Cuanto mejor, peor.
Brizna de olvido(s)
5 de noviembre de 2015
“No hay más que
invierno en las ramas inmóviles”. Antonio Gamoneda, Arden las pérdidas -2003-. El absurdo es la canción que te cantas al
descubrir que el pasado está despojado de sentido; y que si lo tuvo fue gracias
a ti -a nadie más- y al significado que diste a ese pretérito; a la ficción que permite
al homo sapiens continuar vivo, disfrazada de pensamiento. “Estamos solos entre
dos negaciones como huesos abandonados a los perros que nunca llegarán”. Esas negaciones,
tal paréntesis que no llega a interregno, nueve años más tarde -2012-, en Canción errónea, se extienden como una
mancha de vino: ‘De la inexistencia a la inexistencia / (…) / Un sueño vacío’. Resuelvo
provisionalmente que, si estamos fundados en la limitación, deberíamos llevarla a
gala. De la no existencia a la no existencia. De acuerdo. A la oscuridad termina
acostumbrándose la vista. Le hace descubrir las grietas por que se filtra la
luz. Nos permite, en la batalla, seguir venciendo a la muerte. Llámalo cinismo artístico,
lector, no subsistencia. Subsistir es tener que trabajar. “Todo es presagio”
-2003-. De incumplimientos. ‘La noche, ahora, / se resuelve en presagios’ -2012-. De
nuevo, incumplimientos. ‘Arde / la nieve en el territorio dibujado
por la pobreza’ -2012- donde antes lo que ardía eran pérdidas -2003-. El mapa
es el mismo, cambia la cueva donde lo miras. Nueve años es un paso de página -el
dedo índice caminando hacia el oeste-. El diálogo de todo escritor es un
soliloquio. Como señaló Jorge Tamargo hace dos cafés: “Si el lector no existe,
¿para qué pensar en él?”. Brizna de olvido, nieve perpetua.
Brizna de marcas
2 de noviembre de 2015
“Y solía sucederle
que algunos casuales padecimientos físicos que aquejaban a sus personajes tuvieran
una incierta transferencia”. L. M. Díez, Los
desayunos del Café Borenes. La vida es un espejo de los libros. En este
caso, Ángel Ganizo, narrador, asume el riesgo “como una responsabilidad moral”.
Los libros dictan, además de a autores y lectores, a no-lectores, que son los
que abundan y los alumnos, en definitiva, más obedientes, a pesar de la grafía
y las faltas. No tienen lecturas para rebelarse. Copiaron el acta de su rendición
antes de aprender a escribir. Y cuando oyen una voz -la del mercado, por
ejemplo, resultado de un briefing; o
la de un libro de cuentas; o la del BOE- ellos toman papel y lápiz, y
transcriben fonéticamente. El caso de Ganizo es distinto: no es una persona más libre, pero, o nadie le engaña o elige ser engañado y por quién. “La circunstancia de
su naturaleza enfermiza pertenecía, en buena medida, también a la ficción. Le
gustaba la figuración y el destino del enfermo imaginario (…) ‘Soy un ser
desahuciado. Estoy delicado, estoy en las últimas, lo que me duele es el
duodeno y el desarraigo’”. Parece Larra. El arte marca las pautas. Umbral se vio tan representado en la flor de acequia que terminó convertido en una. Angustia existencial, decía, coqueto, quitándose
años. “La vida como novela y la ficción como vida”.