5 de noviembre de 2015
“No hay más que
invierno en las ramas inmóviles”. Antonio Gamoneda, Arden las pérdidas -2003-. El absurdo es la canción que te cantas al
descubrir que el pasado está despojado de sentido; y que si lo tuvo fue gracias
a ti -a nadie más- y al significado que diste a ese pretérito; a la ficción que permite
al homo sapiens continuar vivo, disfrazada de pensamiento. “Estamos solos entre
dos negaciones como huesos abandonados a los perros que nunca llegarán”. Esas negaciones,
tal paréntesis que no llega a interregno, nueve años más tarde -2012-, en Canción errónea, se extienden como una
mancha de vino: ‘De la inexistencia a la inexistencia / (…) / Un sueño vacío’. Resuelvo
provisionalmente que, si estamos fundados en la limitación, deberíamos llevarla a
gala. De la no existencia a la no existencia. De acuerdo. A la oscuridad termina
acostumbrándose la vista. Le hace descubrir las grietas por que se filtra la
luz. Nos permite, en la batalla, seguir venciendo a la muerte. Llámalo cinismo artístico,
lector, no subsistencia. Subsistir es tener que trabajar. “Todo es presagio”
-2003-. De incumplimientos. ‘La noche, ahora, / se resuelve en presagios’ -2012-. De
nuevo, incumplimientos. ‘Arde / la nieve en el territorio dibujado
por la pobreza’ -2012- donde antes lo que ardía eran pérdidas -2003-. El mapa
es el mismo, cambia la cueva donde lo miras. Nueve años es un paso de página -el
dedo índice caminando hacia el oeste-. El diálogo de todo escritor es un
soliloquio. Como señaló Jorge Tamargo hace dos cafés: “Si el lector no existe,
¿para qué pensar en él?”. Brizna de olvido, nieve perpetua.