Mi dulce señor

9 de abril de 07

Se podría decir de la Semana Santa lo que el periodista Felipe Sahagún comenta de la información internacional en los periódicos, “no le interesa a nadie pero tiene su público”. Incluso hay quienes, como Gustavo Martín Garzo, sienten fobia por las procesiones. El articulista de este diario Señorans, en esta época se retira a medir el mar, que es una cosa muy poética. O eso recuerdo de un artículo suyo.

Mientras en Castilla hacemos del recogimiento virtud, en Nueva York no se andan con chiquitas: han previsto “de manera casual” las fechas de Semana Santa para exponer en una galería manhattanera un jesucristo de chocolate y leche, como si fuera un rey mago. La liga católica del país ya ha puesto el grito en el purgatorio. O en el infierno, que es donde más eco cabe hacerse. Ante “la avalancha de correos y llamadas agresivas”, todas muy cristianas, el director de la exposición ha dejado en suspenso exhibir la talla durante la celebración religiosa. Lo mismo sí, lo mismo no.

Parece que una de las cosas que más ha molestado a los seguidores es que las partes pudendas del esculpido no están tapadas sino a la vista, hechas del mismo chocolate, como en una invitación golosona a llevarlas a la boca. Y, claro, se ha montado el Cristo. No se dan cuenta de que, si al calor de los focos añadimos el de una tela, el chocolate podría derretirse a la altura del vientre, dejando una imagen derramada subliminal poco aconsejable.

Y si las partes del representado, pura imaginería, dan el cante no será por llamativas, ya que no son precisamente las de los retratos de Robert Mapplethorpe: guardan proporción. Pero defender la idea de un Jesucristo sexuado es difícil entre gente que piensa que la Virgen fue poco menos –o poco más- que polinizada. Fíjense, si no, en la que hay a propósito del libro-catálogo de José Antonio Montoya, cuyo nombre mala rima tiene. La derecha ha criticado el patrocinio público en Extremadura del programa de la exposición, que califican como nauseabunda. En ella, Jesucristo sale masturbándose y el arcángel san Gabriel eyacula sobre María. Se trata de una paráfrasis de cuadros clásicos que han contado con un manifiesto de apoyo de más de cien intelectuales, entre ellos Luis Landero, Luis Pastor, Montxo Armendáriz o José Saramago. Curioso es que en Castilla y León y en Valencia los respectivos gobiernos conservadores habían destinado partidas a la misma obra obscena. Y los catálogos guarros también habían contado con su beneplácito. Curioso también es conocer que en Cáceres las fotos de la discordia se expusieron en un espacio cedido por la Iglesia Católica, previa reunión del artista con dos sacerdotes de la diócesis de Coria.

La idea de un Jesucristo en pelotas procesionando Castilla y León es inadmisible para el ciudadano medio aunque iría bien con su espíritu viejo, estoico, regio. En Castilla los experimentos se realizan entre pisuergas de gaseosa. Y salirse de lo establecido equivale a sacrilegio. Las cosas, como son, aunque malas; las cosas, como estén, aun torcidas. Aquí la Tierra fue plana más tiempo que en el resto de lugares eratosténicos. Y no digo yo que en algún pueblo residual no queden lugareños sin desechar tal opción. La Semana Santa, vivida al margen del arte y de la sugestión, es una prueba ancestral de lo que somos. En Valladolid, olvídense de ver figuras de chocolate ni fotos impúdicas en los museos. El que se mueva no entrará en la fotografía ni aunque esté sacada con gran angular. Hay que estar quieto y decir lo previsible. Como Francisco Vázquez, cocinilla de la política capaz de haber estado en todos los fregados y partidos y ahora ser embajador ‘de izquierda’ en la España de la crispación ante el Santo Oficio. O sea, omnipresente, atributo sólo de Dios -lo de omnipotente siempre me ha sonado fuertecillo-, reposado y presumible como Vázquez… y como su pregón, aunque haya consultado para hacerlo “más de mil fuentes” según nuestro hiperbólico alcalde y candidato, con calzón azul gaviota, a la re-re-reelección.