Brizna de capitalismo

25 de julio de 2011

“La desintegración de la estructura de nuestro Estado ofrece motivos suficientes para dudar seriamente de que nuestra Constitución pueda seguir garantizando lo que promete”. Günter Grass. Las prestaciones sociales están en regresión y la sanidad en la Italia de Berlusconi empieza a dejar de ser un derecho. El premio Nobel de Literatura avista una sociedad de clases, progresivamente empobrecida. Estaba dicho. Asimismo se pregunta: “¿Es asumible aún un sistema capitalista que se prescribe forzosamente a la democracia en el que la economía financiera se ha separado de la economía real? (…) ¿Deben seguir siendo válidos artículos de fe como mercado, consumo y beneficio, sustitutivos de la religión? (…) La democracia parlamentaria, ¿tiene voluntad y fuerza necesarias para apartar la desintegración que la invade?”. Como sola respuesta: “El sistema capitalista, fomentado por el neoliberalismo (…) ha degenerado en una máquina de destrucción del capital (…) y sólo se complace en sí mismo; es un Maloc, asocial y no refrenado eficazmente por ninguna ley”. Estaba dicho.
El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz pronunció esta tarde: “La crisis económica ha mostrado los problemas del capitalismo con unos mercados sin regular. La experiencia de las tres últimas décadas demuestra que hay necesidad de que los gobiernos regulen los mercados”. O sea, algo "hasta ahora impronunciable: poner en tela de juicio el sistema" -Grass de nuevo-.
Pero, repito, todo estaba dicho: a mitad del diecinueve Marx escribió Las crisis del capitalismo. El filósofo tenía comprobada la contradicción entre el valor de uso del producto y el valor de cambio expresado en dinero. Solamente en la introducción ya advierte de que todo proceso de acumulación de capital conlleva una superproducción, mientras el consumo siempre es limitado, algo lógico. “A medida que se desarrolla el capitalismo, la demanda de trabajo disminuye en términos relativos aunque aumente en términos absolutos”. Pura actualidad. Estados Unidos, el paradigma, está enfangado y Japón, la otra meca, lleva tres décadas en crisis. Pero el sistema continúa incuestionable. Que el barco se siga hundiendo.