mayo de 08
Introito: Flaubert defiende que es mejor conocer a fondo cinco obras maestras que superficialmente miles de libros. Frente a esta verdad sitúo el aforismo estupendo y letal de Juan Ramón Hiperproductivo Jiménez: mucho y bueno. Tal vez hagan falta algunos ajustes, más presencia -superlativa- internacional, pero esta cuadragésimo primera feria ha sido juanramoniana: Aridjis, Gamoneda, De Melo, Aute, Tundidor, Esperanza Ortega, Tomeo, Borau, Hoyas más los autores a continuación capitulados. Pero, como la vida moderna no parece estar para muchas glorias y las limitaciones humanas son más que evidentes, así me fue, en cuatro apartados, la cuadragésimo primera edición de la feria.
Capítulo I: Albert Boadella (1943). “La obsesión por los níscalos es un rasgo diferencial del catalán”. Alberto –mejor que Albert- pasó por la feria para hablar de sus cosas. Crecí con su Orden Especial en las medianoches de La2. 1991 o así. Y nunca me he carcajeado tanto en un teatro como con ‘Ubú President’. ¿Queda clara mi adscripción? Ahora sacudamos el polvo.
De entrada explicó que el agua le produce ardor de estómago. Debido, claro está, a que llovía. Si hubiera hecho sol, otra gallina habría cantado. Concibe las Comunidades Autónomas como tribus. Llegó con las plumas y de tribus habló. Su discurso sobrevive en la idea periférica –en parte, real- de España como enemigo. Trasiega un proceso de desamor hacia una Cataluña “esquizofrénica”. Y la locura política y de los medios ha pasado a los habitantes. Cataluña, en fin, debe de ser un manicomio con costa. Seiscientos kilómetros de franja marina y una población ‘legal’ de siete millones y pico de pirados. Criticó, con razón, que el nacionalismo es una política de los sentimientos, pero incurrió en lo mismo: apelar a la cosa cojonuda: a los instintos. A fuer de payaso, el hombre, no puede sino exagerar. Dice que le insultan en los diarios condales. Pero calla que las cosas a las que se refiere salen separadas de la información. Él, que defiende la libertad de expresión, sabe a lo que me refiero. Resulta que le llaman ‘hijo de puta’. Pero no como cuenta, sino en catalán y en una plaza de toros. Luego, sí, la anécdota salió comentada en una columna. Su alocución estuvo plagada de medias mentiras. Se siente solo pero combate el silencio con el eco en el resto del país. “Vivo autoexiliado”. No deja claro si no actúa en ‘su’ tribu porque no le llaman o porque saca más rédito no haciéndolo: hay fracasos que te aúpan. Es un exiliado –autoexiliado- que vive muy bien. Y, aunque llegó con un premio de ensayo bajo el sobaco, se mueve mejor en el pensamiento circense que en la cuerda floja de la reflexión profunda. Ser “traidor nacional” en Cataluña le da público en el resto del Estado. Y le sale a cuenta. Gana dinero… y federiquillos. Se trata de llenar la platea. Dice Julio Anguita que, para resultar convincente, es necesaria la autoridad moral que desemboca en el respeto. Sin resultarme en absoluto convincente, Boadella se me hace respetar histriónicamente. Lo más grande es que, sin parecerme axiomático, lo que hay detrás de sus fuegos artificiales simula serlo. Si a una exageración le quitamos el exceso de helio nos acercaremos más fácilmente a la verdad.
Y no es sociólogo a pesar de que hayan condecorado su pechera con un famoso premio de ensayo. El discurso de Boadella está lleno de saltos ontológicos y chascarrillo doméstico. Se lo puede permitir y se lo exigimos. Pero, cuando este anarquista de salón se puso a hablar de poesía, desbarró del todo. También ideó la cuadratura del cuadrado a través de frases como la siguiente: “Lo fantástico es lo más imaginativo”. ¡Magnífico! Además, se deslizó por el razonamiento con acné: “La realidad no es lo que se ve a primera vista”. De todos modos, rascando, en esa afirmación podría hallarse la razón de su escepticismo. O de su relativismo moral, peligrosa doctrina ‘neocon’. ¿He dicho doctrina? No, por favor: digamos, creencia. ¿Creencia?: no… ¡libertad! Eso, ¡el relativismo es una facultad del alma en las mentes de los neoliberales! La realidad aparente es falsa… empezando por la piel de plátano del pensamiento único. Engordó cinco quilos cuando, al final, recibió aplausos. Maneja las masas. Un poco milnovecientosochentaycuatroísta para alguien tan libre. Pero bueno.
Capítulo II: Francisco Umbral (1935-2007). “Era la hora feliz y perezosa del paseo por Santiago, con una primavera previa en la calle, como un marzo dormido, lento y lleno de vida en las copas del cielo”. El Luis XIV de las letras reinó en el periodismo literario y en la prosa más abrasadora del veinte. Pisó fortísimo con botines rojos de piqué. Maestrísimo delante de quien me quito el sombrero y el cráneo. La forma como rasgo esencial. El argumento me parece prescindible de cuidados. El contenido lo doy por supuesto como en el soldado la valentía, pues en todo acto de comunicación debe haber un mensaje que una a emisor y receptor. Pero, igual que Gamoneda deslinda el lenguaje poético del periodístico -y, por extensión, cualquier lenguaje informativo-, del de la comunicación -y en ésta, la columna y la denuncia-, yo deslindaría el lenguaje literario de cualquier otro. Luego, discutiríamos subdivisiones. Sabiendo que ‘activistas’ de la sencillez como Marsé o García Montero cumplen su cometido de manera soberbia y producen alta literatura. Umbral, entre la mejor escritura en español de las enciclopedias, floreció para siempre gracias a un intelecto y una prosa poética características de galaxia lejana.
Este aristócrata proletario del verbo difícil amaneció a la literatura desnudo de remiendo. Vio la marmita y, en vez de caer en ella como Obelix, se tiró de cabeza. Se comió todas las letras y no se indigestó. Su pluma era una fusta que ponía firme –o doblada, según quisiera- la sintaxis. Sodomizó la vulgaridad oprimiendo con justicia la certitud de los tiempos. Académico sin academia. Alusivo genial. Protagonista brillante de su propia reflexión, hizo del yo un superyó sin connotaciones. Luis XIV. “Inventó el idioma, utilizó el castellano como un torrente, continuó la tradición del 98 y del 27. Tenía una prosa tan deslumbrante como la de Valle Inclán y la capacidad de invención de Gómez de la Serna” -Raúl del Pozo-; “Para él, escribir era una manera de no estar en el mundo, de prolongar su infancia. Escribió más de 20.000 artículos y practicó todos los géneros. Nadie se le puede comparar” -García Posada-.
Capítulo III: música y poesía. Eugenio Trías, Enrique Gavilán y José Luis Téllez depararon la mejor mesa. De los pocos autores que sitúan la música en objeto de reflexión. La poesía, en origen, es música. Lo había recalcado días antes Jesús Hilario Tundidor. “La música es un lamento por la fugacidad del tiempo” –Gavilán-. Contra los existencialistas, Trías se puso platónico: “Todos hemos vivido dos vidas: la primera, en estado protológico”, para pasar a recordar que la música “está presente antes del nacimiento, en el estadio de preexistencia”. Téllez contrastó el primer cuarteto de un soneto de Garcilaso con el arranque de una pieza de Schubert. Fue, silencio a silencio, acento a acento, rima a rima, estableciendo las comparaciones pertinentes. Resumiendo: el poema depende de las propiedades musicales del texto y “la estructura sintáctica de música y palabra, coinciden”.
Capítulo IV: futuro. Cuando el alcalde lee el discurso que le preparan y cita el orgullo que supone para él la feria, habría que solicitarle mayor atención económica. Aunque, la verdad, gafe él, mejor que la deje, virgencita, como está. ¡Que siga siendo castellano y leonesa! ¡Menudo calzonazo el gobierno regional!, dejarse chulear. El alcalde vallisoletano es un caballo de Atila que arruina cuanto galopa: bailes, danzas, sanbenitos, semincis, teatrosdecalle, subvencioneseuropeas. En su cortijo no quieren actuar los Rolling Stones.
La cultura tiene precio. El orden artístico-cultural, a pesar de ser –o, precisamente por ello- causa motriz de nuestro eticismo, nuestra percepción, nuestro desenvolvimiento social, educacional y de desarrollo, no suele ser rentable en término material. Y, claro, la derecha anti subvención, que transforma las elecciones en desfile militar, no pone la pasta. Con esa ideología, la cultura se va a la mierda. Mal está querer que le paguen a uno el soterramiento, sin más, las empresas, pero pensar que hay rockefelleres para sufragar la cosa del libro es ya de lunáticos. Es tan contumaz que no seguirá los pasos en retirada de otros compañeros de aznarato. Por su parte, Diego Valverde Villena, poeta culto y exquisito, capea el temporal. Mantiene el nivel. Cuando García Simón se fue, mostré mi escepticismo en estas mismas páginas. Ahora reconozco que Valverde Villena llegó en buena hora. Estoy frente a los que critican destructivamente la feria. Con los mimbres que hay, él hace finuras.
En otro orden, y para poner fin, manifiesto mi acuerdo con unas palabras que escuché a Paco Alcántara: esto parecen unas jornadas literarias, unos cursos. Al margen de las conferencias sería preciso atraer la atención de editoriales y librerías, también, foráneas: llenar las casetas del paseo Central de oferta interesante. Libros que no sean los de siempre, de los que no estudian escaparatismo el resto del año. Lo suyo sería poder dejarnos sorprender, en definitiva, por la presencia real del libro en la que dice ser su feria.