La suerte

-marzo de 08-

Hipócrates no está de moda porque despreciamos la vida yendo a las rebajas. Los ministerios de economía se privatizan con políticas de cheque regalo y mi voto no vale lo mismo que el tuyo. El método hipocrático duerme en los libros de texto y el conocimiento queda para decorar el interior de los contenedores.

El arte viene de serie en Ikea, todos comemos en la misma cocina y leer poesía es una ¡extra! vagancia, un dormir en pajas. Yo mismo ignoro qué tiempo gano, y no pierdo, en estas líneas contaminantes y prescindibles. Dragó se pregunta en su último libro, a partir de la Triple Ley de Lem, para quién escribimos, a qué surcos de tierras áridas arrojamos nuestras semillas. “¿Tiene algún sentido seguir publicando?”. ¿Y pintando? ¿Y haciendo música? Por extensión, ¿tendrá sentido leer, acudir a exposiciones, conciertos, comprar discos? La cultura, todo lo más, se consume a regañadientes como un producto caducado.

La Asociación Cultural Bocallave propone escribir con óleo miradas de cine; pinchar claves mal temperados si hace falta y escribir con rotuladores de color versos casuales. Ignoro si José Luis Romero, aglutinador de la cosa, posee alguna respuesta –seguro, preguntas-. Pero se empeña en vestir las escamas del salmón para que este páramo castellano no lo sea también cultural. Exposiciones, conciertos. De este palo.

El otro día se sacó más de sesenta artistas de la manga y los llevó a pasear al Patio Herreriano. Pinturas -algunas, esculturales- para que cuatro jugadores Dostoiesky hicieran más de lo que pueden. Cuatro jugadores-poeta. Poetas: ¡qué prehistoricismo! Gentes, al fin, que se jugaran la inspiración a la ruleta del azar que todo lo acompaña. La cuestión era poner los sentimientos sobre el césped del museo como si fueran cartas testiculares boca arriba: los artistas, se sabe, viven siempre por encima de sus posibilidades –terrenales-. Doy fe de que se disputó un Juego de la Boca sin patadas en las espinillas y con surrealismo floreciente. Paco Alcántara hizo una conexión en directo desde la radio pública y, por la tarde, el eco de las bocas salía en diarios digitales de alcance nacional -‘Público’-. Debió de ser importante, pues.

Hipócrates no está de moda. Pero brotó su entendimiento vitral de la supervivencia en forma de casillas, repartida en nueve ciclos de siete años por metro cuadrado. Uno se vio arrastrado como los rastrojos ante el torbellino. El sendero prohibido de la creación se abría como las aguas del Jordán. Luis Marigómez representó el infortunio. El laberinto, la posada, el pozo. Diego Valverde Villena se libró del anti doping –habría dado positivo-: en cinco tiradas se cepilló la partida: los hados le proveyeron tiradas exactas. Eva Sanz dio la nota -y el acorde francés- chimpón chimpón. Los nervios se relajaron y un par de cigüeñas –eran, en realidad, ciguñuelas- cruzaron el patio de los Novicios. Los contrarios se dieron cita en representación de la vida. La muerte no era muerte: te obligaba a empezar de nuevo. Después, en la comida, descubrimos el conocimiento nomenclátor y erudito que Valverde Villena tiene del acento circunflejo que la ropa interior posee en París. Llegaron prostitutas que recitaban a Petrarca, se habló en francés y en japonés. El inglés ya no suma puntos: opté por callar.

Una alegoría, una traslación. Cada casilla, un concepto. En vez de gansos: labios, dientes y lenguas. ‘De boca a boca y digo porque me toca’. De la partida dieron cuenta medios de comunicación que se portaron por una vez como fines. El Juego de la Boca es un peldaño más en la escalera de operaciones de la Asociación. Esperemos que nadie corte el césped bajo sus patas de madera, pintura y poesía. Y que los dados nos lleven a bocas dentadas de un azar tan positivo como el del Derecho que cuenta.