14 de diciembre de 2015
“Habría sido más
prudente no remover uno de los escasos ámbitos de tipo religioso que nos queda (…)
y sin embargo heme aquí arremetiendo contra esas oraciones”. Gombrowicz, Contra la poesía. “Aunque
ya no creemos en casi nada, seguimos profesando culto a la Poesía”. Quizá le
molesta el fenómeno –toma lo mismo arte que poesía en vano- porque no
disocia trascendencia de confesión. Pero en su ataque percibo sonrisas
secretas: “Ningún oyente, por culto que sea, podrá coger el sentido de
ninguna poesía (…) Habría que leer al menos tres veces seguidas un
poema para empezar a descifrarlo. ¿Las ediciones? Sabido es que se
compran miles de libros que nunca serán abiertos”. Le preocupa demasiado el sentido y no el abandono a la forma. Por un momento pensé que la
poesía de la experiencia podría resultar de su agrado, tan coloquial y a pie de calle que,
fuera de un núcleo, parece la suela de un zapato. Pero es un hombre
que gastó suelas y páginas desenredando Ferdydurke
–“Mucho más una Forma-elemento
que una Forma-convención”-, de un modo que [si bien incurre en demasiada explicación; chocante en una persona que descree de la literatura que resuelve problemas en favor de la que los plantea] reclama a mi pensamiento como tres lecturas seguidas con los pies en el cielo. “Los poetas (…) al cerrar los ojos ante la
realidad, olvidan la existencia del hombre concreto y acaban encontrándose, más
allá (…) en una situación catastrófica –llevan así siglos-”. Me pierdo. Ya no sé si censura o elogia.