18 de agosto de 2018
“Los
proyectos de infantilización que promueven Estados muy poderosos, como el
norteamericano, han tenido un éxito biológico considerable y la edad actual de
las poblaciones occidentales ronda los ocho o nueve años intelectuales”. Historia de un idiota… Félix de Azúa. Qué
gran regocijo, ¡es como leer a Thomas Bernhard! ¿Primera conclusión?: en los
años ochenta, el libro se publicó a mediados, cabía el optimismo. Segunda: Bernhard
suscribiría lo cual a cierra ojos. Tercera: Bernhard tiene suerte de ahorrarse, en The Economist, el reciente estudio sobre las ciudades más habitables
del mundo, que sitúa a Viena en primer lugar, y a Osaka y Tokyo en tercera y
séptima posiciones. En un tiempo en que la condición de ciudadano ha pasado a la de turista,
la grey es feliz porque ha visitado los santos lugares y eso le proporciona ataques de
felicidad. De haber leído a Bernhard, sabría que la capital austriaca invita al
suicidio y si hubiera hojeado periódicos impresos conocería que en Japón no
existe el descanso y allí el hombre vive para ser hormiga. Estas clasificaciones que
encumbran a Austria apuntalan la destrucción del ciudadano y su
autoconsciencia. Sí creo, por contra, que los países menos gustosos sean Siria, Bangladesh, Nigeria, Pakistán, Nueva Guinea, Zimbaue, Camerún y
Senegal, sintiéndolo por quienes consideran posible ser feliz y caminar en
taparrabos. En todo caso, las ciudades habitables son una estratagema de aniquilación
programada inferior a la dispuesta por la
naturaleza. Azúa se vale del protagonista para explicar que el fútbol forma
parte de la lacra conspirativa, y alude a la rebaja general de las exigencias
morales. “No es de extrañar que la población desarrollada sea prácticamente analfabeta”,
concluye. Inevitable pensar en un titular de hace apenas un año: “El 70% de
los italianos es analfabeto funcional”. Hay que leerlo dos veces, ¿eh? “El 70% de
los italianos es analfabeto funcional”. Sonrisa, regocijo, escalofrío. Todos
somos griegos y romanos. El porcentaje surge de cruzar rectamente los datos de
lectura con el uso de la lengua, que está en saldo allá lo mismo que acá. Los de la
sicología humanista empezarán con el rollo de las nuevas inteligencias… y
acabaremos concediendo que saber manejar un móvil ha de tenerse en cuenta para establecer el cociente intelectual. Vuelvo al libro: en él hay unas líneas
que ni pintadas para estos días de agosto, o sea, de vacación impuesta por Estados
y empresas, o sea, de solaz obligatorio y militar en el que mucho bípedo te pregunta
cuándo te vas y adónde, porque él, bípedo, siente la tentación del campo y no
entiende que tú no –o que la sientas sin forzar, sólo cuando viene en gana-. Al bípedo
le tienta el campo porque en él sitúa el Origen. Y no. El
origen está en un cuadro de Courbet, en el más famoso. El bípedo necesita desconectar y anticipa, así, la realidad de
que pertenece a la última generación humana. “Debo recomendar la más extrema
prudencia a quienes se encuentren cerca
de un riachuelo (…) pues es uno de los escenarios predilectos para el ataque de
felicidad, y hay geografías con predominio de prados, lagos, cumbres, costas,
en las que pueblos enteros han sucumbido a la descomposición moral y a una
forma perversa de felicidad pedagógico-religiosa”. Prueba que el libro es
constructivo el siguiente consejo: “Cuando se viaja o reside en tales lugares,
es conveniente mantener las ventanas cerradas y leer mucho a Dostoievski”.