12 de agosto de 2018
“La India
era el gran dolor. Un país súbdito, y también el lugar de cuya gran pobreza tuvieron
que huir nuestros abuelos (…) Como siempre, están los que creen encontrar una
cualidad espiritual especial en la especial penuria de la India”. V. S. Naipaul,
Leer y escribir. Algunos occidentales
acomplejados, en cuanto no atisban materia, encuentran espíritu. Y ya, si la
ausencia de progreso o civilización es oriental, a la
espiritualidad la invisten de misterio y conocimiento. Ignoran la resignación,
la ignorancia y, por qué no, la mezquindad. Como dice Manuel Vilas, “el problema
de la pobreza es que acaba transformándose en miseria, y la miseria es un
estado moral”. También en el ruralismo español hay doblez. Particularmente irritantes
me parecen los libros sobre Sarnago –la Soria despoblada-, de Abel Hernández. Pero
sería estúpido ignorar las Upanishads. En ellas está el Schopenhauer orientalista.
Vivimos en un mundo tonto, excitado por el bárbaro, incapaz de sentir temblor
ante lo inefable; hasta Ortega lo vio. Aun así, Schopenhauer no ocultaba que en
India la filosofía tiene valor para unos pocos. Los muchos se acogen, dijo, a “filosofías
de cuarta clase”, entendiendo por tal las religiones, destinadas a las clases
más bajas. Naipaul no confundía pobreza con espiritualidad y escribió impulsado
–únicamente- por el deseo de escribir. ¿Qué quiere decir esto? Que lo hizo “con
una percepción intuitiva, inocente o desesperada de las ideas y los materiales”
que iba usando, “sin comprender plenamente” a dónde le llevaban. Dejaba los
planos para los topógrafos. Y para los turistas.