8 de septiembre de 2018
“Si bien se
mira, el mayor espectáculo casi-drag
del mundo lo constituyen los encuentros de los cardenales católicos en Roma, en
esos días de primavera en que se los ve bien afeitados, casi oliendo a agua de
colonia añeja, pletóricos sabiéndose filmados y fotografiados, conscientes de
vivir protegidos y servidos en un mundo pulido y amortiguado, la luz brillando
sobre los bermellones, las púrpuras y los oros y sobre los níveas sedas
papales... El día que el Martini rojo deje de anunciarse con Georgesclúnis y
pase a anunciarse con cardenales rodeando en actitud ‘casual’ una mesita de
terraza en Castel Gandolfo, con una platito aceitunas rellenas, mientras siguen
con la vista el trasero del fontanero polaco, ese día, las ventas de Martini se
dispararán y los desviados volveremos al redil de la Iglesia”. Germán Sánchez.
Así, sin segundo apellido y sin foto, en la solapa del libro que escribió
junto a Luis Mercader sobre Ramón. “Germán Sánchez es como el Federico Sánchez que emboscaba en un
nombre español absolutamente común su real nombre”. El nombre como seudónimo. Eso es posmodernidad de la buena. Cuando hace unos años en la radio se impuso el sistema digital, y le pidieron una foto para la web, se calzó una gafa de sol.
Podría hacerse una historia del siglo pasado siguiendo el rastro de la ocultación; manual y
uso. El seudónimo pasó de los camuflados a los nostálgicos, y de los nostálgicos a los románticos. Otra historia del siglo se pudo hacer, pudimos hacer, en torno a la blasfemia. Planeamos
en 2009 un libro que recorriera su huella como arte típicamente ibérico. No salió por mi culpa. Mi evanescencia afloró cuando
más necesario se imponía estar presente. No fue su culpa, siempre me zarandeó; leo ahora un telegrama suyo al azahar: “Supongo que
no se te ha escapado: en su columna del domingo sobre el Corpus, Manuel Vicent
llamó a la Sagrada Hostia hidrato de
carbono paseado en un ostensorio”. Su cáncer lo celebró hace unos meses Piero della Francesca. Acudió a flagelarme para recoger, después, como fruta, mi cara de prosa. Me enteré por Juan Carlos Soriano. Fundamos comidas-billar; a tres bandas. “He llegado a pensar que no haría falta escribir nuestro libro sobre la blasfemia como expresión nuclear del pensamiento radical, o desesperado, y de clase, español. Bastaría con una introducción breve y construirlo como una antología de noticias de prensa y de casos en tribunales: acusaciones o condenas por blasfemia que quizá no llegaron a los periódicos”. Lo escribimos en el aire. Ahora que se lleva el arte
efímero, nuestro libro fue tan breve que desapareció de nuestras cabezas, sin
llegar al papel, después de estarlo gestando más de un lustro. Un libro
invisible, sí, pero un tochazo. Denso y con humor. Con Germán se va una manera de entender el periodismo. Nadie más pensará que para una hora de radio son necesarios ocho meses. Como en la radio nórdica, decía. Me informa Soriano, antes de entrar al boletín.