5 de diciembre de 2018
“La torre de
Pisa, cada vez menos inclinada”. Titular de periódico. Es la corrección
política, estoy seguro. ¡Cómo va a ser, una torre torcida! Y cuando entiendan
que, por motivos obvios, las torres son machistas, las tirarán. Y el minotauro sonreirá
desde el interior del laberinto. Teseo ha dejado de leer. El minotauro hojea
estos días La trampa de la diversidad. Teseo consulta el móvil. “Vamos a ver hasta qué punto las personas, en
vez de preguntar al móvil lo que ignoran, preguntan lo que saben”, zorrea
Escohotado. Se llevaron las Ideas, nos trajeron la ocurrencia. Pero cuándo. “Si
bien ya casi nadie leía, por lo menos todo el mundo sabía leer”, escribe, despanzurrado por la risa, Jules Verne a mediados del
XIX, pronosticando París en el siglo XX. Malo, cuando el consuelo es irónico. En esa ¿utopía? “la Academia Francesa no contaba con ningún literato”. Pero,
eso sí, “los cien mil faroles de París se encendían simultáneamente”. En esas andamos, XXI. La destilación del pensamiento
contemporáneo, la auténtica aportación millennial
es el gif. Eso sí, inclusivo. Si
antes vivíamos en el titular, ahora en el meme. Las urnas arden. Y si comen carne, las prohibiremos. El
pensamiento débil resistirá. Lo regó una laxitud moral que bien pudo arrancar en el
sesenta y ocho –hay tiros por la culata menos sangrientos-. Y el
estructuralismo y el fragmentarismo posteriores, que en arte sí han funcionado, viven su apoteosis en las redes
sociales. “El infantilismo es perverso per
se”, dice Tomás Cuesta. Mucha crítica. Poca autocrítica. Ninguna rebelión.