19 de mayo de 2021
“La corrección política, la nueva forma de censura (…) al menos inicialmente, no tiene su origen (…) en el Estado, el Partido o la Iglesia, sino que emana de una fuerza líquida o gaseosa (…) relacionada con la sociedad civil”. Morderse la lengua, Darío Villanueva. Tal vez, más que de la sociedad civil, mamporrera, provenga de ciertas universidades decadentes. La corrección busca hacer del mundo un safe space. Poca penitencia la de quienes se dejan arrastrar. Va Villanueva a dar un curso y tropieza con los negros en el Lazarillo, con los judíos en el Buscón, con los gallegos en el Estebanillo González. Imposible avanzar. Todos y todas. Todes. Es gracioso comprobar en su libro que Stalin estaba en contra de los memes. O sea, de los memos y de las memas. De quienes usan causas justas para estigmatizar a terceros -y a primeros-. Que si Mee too, que si arrobas. Gente favorable a la cultura de la cancelación. Lo único bueno es que te hace reír: “Surgió en Reino Unido el debate acerca de que el inglés estándar que se estudiaba en los colegios era elitista, y su enseñanza representaba una forma de opresión contra la libertad de los alumnos que traían de sus casas dialectos personales y familiares”. Petición a una altura igual de aberrante que la de aquel que solicitaba un nuevo término para Dios, un dios hombre-mujer. O perro. En Grecia hubo perros sagrados. En Egipto, gatos. En India, más partidarios de la cantidad, vacas.
Stalin sabía, produce regocijo, que los límites del lenguaje no representaban los límites del mundo. Expresó, contra un lingüista perrofláutico avant la lettre, Nikolái, lo obvio: que la lengua “no es una superestructura” y que actuando en ella se embrollaba la lingüística y nada más; y que “la misma lengua” debía servir por igual “a explotadores y explotados”. O sea, de acuerdo con el marxismo, “la lengua no es una obra de una clase”.
El lenguaje no crea la realidad, la palabra no crea la cosa, su supresión no resuelve ningún problema. Pensar en esos términos es pensamiento mitológico, por no decir mágico. La igualdad es cosa del Derecho.
Villanueva reproduce unas declaraciones de Felipe Fernández-Armesto que hoy adquieren relieve: “La hegemonía de lo políticamente correcto renuncia a la búsqueda de la verdad (…) desde los campus no se debe educar para ejercer la responsabilidad en el sentido moral”. Después de prohibir Blancanieves y rotular Lo que el viento se llevó, después de diez millones de cosas más, los macartistas y puritanos censuran a Philip Roth. O sea, le dan una patada a él en el culo de su biógrafo. “No fue un hombre ejemplar”. Efecto dominó: “Las editoriales en Estados Unidos imponen clausulas de moralidad a los escritores”. A este paso nos metemos monja. Si un escritor se ve en un escándalo, lejos de defenderle, rescindirán su contrato. Irán a por los que no decimos ‘todos y todas’ porque sabemos que no hay cosa más inclusiva que el género gramatical masculino. No creo que, allá donde esté, Philip Roth se extrañe. En La mancha humana narró la desgracia de un profesor expulsado por las denuncias de dos estudiantes: uno criticó que preguntase por los alumnos absentistas, desvanecidos como espectros o fantasmas; usó la palabra spooks, complicada de digerir para seres unineuronales; la segunda consideró insultantes para las mujeres las tragedias de Eurípides. Poesía trágica de la antigüedad, ¡qué vergüenza! Revisionismo lingüístico, aberraciones inclusivas, prevaricación ortográfica. Esas cosas.