4 de enero de 2011
"La mayoría de películas de ciencia ficción son científicamente absurdas". NASA. Y eso que sus responsables, para cubrirse las espaldas, suelen recurrir a asesores de la propia agencia espacial.
Los mejores filmes de ciencia ficción son aquéllos que analizan -o sirven para analizar- el presente. Los pronósticos de Kubrick y de Orwell.
Congratula ver cómo ponen a parir Armaggedon, 2012, Volcano, The sixth day. Da gustirrinín que Blade runner y Metropolis dieran en el clavo. Ya lo sabíamos, pero bueno.
Las artísticamente geniales suelen ser científicamente aprobadas. Tampoco hay que ponerse estupendo inventando dragones trompeteros enemigos del mundo. La caverna de Saramago, sin tener apariencia de ciencia ficción, es un valioso análisis del futuro, que siempre tiene unos primeros metros de cuerda de presente. Como los procesos siguen su curso, viendo en qué nos vamos –o podemos- convertir, sabemos en qué nos hemos convertido ya.
Lo malo del arte es cuando antepone la taquilla al producto, la comercialidad porque sí, la ausencia de problemas detrás de la trama o un discurso fílmico paupérrimo.
Y por último, dos cosas: no preguntaremos a la NASA por el Columbia ni por los universos paralelos -en vez de múltiples- ni por los robots que investigan Marte. Al fin y al cabo tienen un saldo infinitamente más positivo que la CIA. Y, en segundo lugar: ese gran vivero de ideas llamado literatura -incluso la mera de aventuras- ha ayudado también, innegablemente, al avance de la ciencia.