18 de enero de 2016
“Tan torpemente como
tropieza una y otra vez el apetito de la gallina sobre las piedras, así vamos
nosotros”. Antonio Deltoro, Algarabía
inorgánica. Cualquier suelo es un restaurante. Cualquier restaurante, un
suelo. “Él, rojo (…) llenándose el buche con grandes trozos de carne, había un
gesto estúpido y cerril en su rostro gallináceo”. Al Beethoven más sordo le llegaría
el cacareo; en la cantina, en institutos y universidades, en la televisión. En los museos: una vez vi a una vigilante de planta sostener Cincuenta sombras de Grey [grey quiere decir, textualmente, rebaño de ganado menor]; tuve que reprimirme para no solicitar el libro de reclamaciones. “Alas
de sangre, alas no de aire sino de tufo de corral, manchada por la mezquindad
del no elevarse”. Ansia de compresa. “Tienen alas y no vuelan (…) Condenadas
por su cobardía a la superficie, llevan en su carne, carne de gallina, el
castigo”. El maestro replica al alumno: ‘El que ose levantarse, copiará
cincuenta veces no volveré a levitar’.
Gallinas todos, quisiera sojuzgadas por el Angelus
Novus, tan lejos. Paul Klee representó al ángel hocicudo que miraba al
Este a punto de la espantá. “Ve una
catástrofe única”, dijo Benjamin. Nos repusimos de la catástrofe viviendo en
ella. Ahora la catástrofe tiene grandes ventanales y calefacción central. Y el
ascensor, mal que bien, tira de nosotros para arriba. Benjamin, Bataille, Adorno...
los autores modernos abrazaron el arte nuevo, aquel que despertó arcadas en el
nazismo. La ilusión ilustrada se mantiene en pie gracias a la renovación constante
del arte, que es como una renovación invisible atmosférica. De momento, el
rascacielos no cede; se tambalea, pero la arquitectura previó que los pisos
altos oscilasen. Tomamos té con el Angelus sabiendo que los corrales de la noche hacen de la madrugada un insomnio. El hombre es un gran faisán en el mundo,
libro genial de Herta Müller. Faisán, otro ángel
caído, misma cabeza, mismas patas; “tienen alas y no vuelan”.